Padre

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Miro tras el refugio de mi habitación la partida de Boromir mientras escucho las maldiciones de Denethor en el salón del trono. No puedo reprimir un fuerte escalofrío que recorre todo mi cuerpo y siento miedo, un miedo incontrolable y que crece con la agonía de padre.

La puerta suena y se me cae el corazón al suelo.

— ¡Faramir! Abre la puerta.

— ¿Qué queréis padre? No está el cuarto decente para su presencia.

— No importa, sólo quiero hablar sobre la partida de tu hermano —entra en la habitación, no sin antes lanzar una mirada de desaprobación—. Faramir, ¿por qué dijiste semejante fantasía frente a tu hermano? Sabes que él busca aventuras y que un sueño es lo mínimo para partir en su búsqueda.

— Sólo he dicho lo que soñé. No me he inventado nada y tampoco he obligado a Boromir a partir. No he obrado en tu contra —siento un peso menos al decirlo.

Denethor mira la estancia como si mis palabras no fuesen más que un susurro lejano a sus oídos. Está en otra parte, indagando por mi cuarto.

— ¿Dónde está?

— ¿El qué? —miro incrédulo a los ojos de padre.

— Las cartas, el libro, el conjuro o el palantir que utilizas para intercambiar información con el sucio traidor de Gandalf.

— Señor, ya habíamos hablado sobre mi relación con el istari. Nunca pondría en riesgo nuestra ciudad ni vuestro reino. Además, Gandalf sólo quiere lo mejor para cada una de las criaturas benévolas de la Tierra Media.

— Sucio traidor. Eso es lo que diría alguien tan putrefacto como tú —Denethor se levanta, alzando la mano con él—. Confiesa: ese mago y tú estáis tramando mi desastre con el enemigo, con Sauron.

— Os he dicho la verdad —miro su mano—. ¿Pensáis darme como cuando era pequeño? ¿No pensáis que eso no me causa el mismo dolor que antes?

Su rostro se tranquiliza y parece reducir la brutalidad de sus sentimientos. Me levanto.

— Padre, ¿por qué me tratáis así? Cuando mamá estaba no era igual, y aunque ahora no esté en presencia podemos seguir cuidándonos.

Le miro a los ojos y veo cómo su corazón se marchita con el recuerdo de Finduilas. Vuelve a levantar la cabeza y me busca, viendo en él su figura paternal desde hace mucho tiempo.

Me permito una sonrisa que transforma a Denethor.

— Tú te la llevaste.

— Padre... Sabes que yo no quería —se me quiebra la voz viendo que sigue pensando igual.

— Puede que hoy no encuentre nada —coge aire con fuerza y vuelve a lanzarme una mirada de superioridad sin cariño—, pero volveré a entrar sin que te lo esperes. Buenas tardes hijo mío.

Cierra la puerta de golpe y vuelvo a sentirme sólo, aunque hoy es más que cualquier otro día puesto que no puedo hablar con Boromir.

Escribo en mi sitio dos o tres cosas importantes, destacando que he vuelto a ver la humanidad de Denethor en su mirada, y regreso a mirar por la ventana.

Me apetece leer un poco y me dirijo hacia la biblioteca de mi cuarto, donde están mis libros favoritos que ya me sé de memoria. Sin embargo, hoy me apetece romper con la monotonía, poder leer algo nuevo y sentir que de verdad me libro de mi prisión y mi vida.

Escucho con cautela y tras no volver a percibir indicios que me impidan salir, cojo lo fundamental y salgo a la calle. Una vez fuera, un montón de gente me saluda por cordialidad mientras que sus vidas vuelven a la monotonía de la que yo quiero escapar.

Camino por las calles más transitadas, sintiéndome cómodo entre tantos, hasta que al fin llego a la biblioteca. Es un edificio alto y con fuertes columnas adornadas con algún busto que representa a la perfección algún rey o personaje antiguo, tanto que muchas veces podrías pensar que te siguen con la mirada...

El exterior es imponente pero el interior, por el contrario, invita a traer la vestimenta más cómoda que tengas y, con una buena taza de chocolate caliente, leer hasta que la noche llegue y el Sol te vuelva a hacer compañía.

Marcho hasta una de las mesas más grandes y robustas que hay en la estancia y tras ocupar mi asiento con la capa, marcho a la inmensa estantería de libros de caballerías que generalmente tratan sobre la vida de Isildur, de sus descendientes y del resto de senescales de Góndor.

Pero hoy tampoco me interesa estudiar la vida de mis antepasados... Quiero olvidar que acabo de perder mi refugio de la aridez de padre.

Con pasos que recuerdan cada rincón de la inmensa biblioteca, me dirijo al pasillo principal, cargado de libros de diferentes grosores y tamaños, cada uno con una historia completamente distinta y que te llevan a lugares lejanos de la triste realidad. O eso, al menos, en mi caso.

Con la visita de mi viejo amigo Gandalf, tengo un antojo increíble por volver a leer sobre cada una de las variedades de seres fantásticas de la Tierra Media y me encamino hacia la sección de la historia de la magia. Esos libros y pergaminos no suelen despertar la atención de las personas que, en esta sociedad, piensan que son el centro del mundo y que la historia se hizo para que pudiesen vivir en estos días.

Pero aquel estante pequeño, ensombrecido tras la sombra de una pared repleta de libros científicos, cubierto de telarañas; encanta a mi corazón y relaja mi mente, pudiendo centrarme en esas palabras que cobran vida haciendo que me pueda sentir al lado de mi personaje favorito.

Cuando por fin llego, descubro con cierta sorpresa que alguien se ha encargado de adecentar el estante, ampliar de alguna extraña manera su contenido y soporte, abrillantar la madera y hacer que los pergaminos y libros parezcan recién fabricados.

No puedo evitar lanzar una sonrisa mientras cojo un libro y me dirijo, o intento dirigir, hacia mi asiento. Al girar mi cuerpo para marcharme, choco con algo o alguien y caigo tirando el libro. Apoyo con suerte las manos antes que la cara, pero con lo que me he golpeado cae encima de mi espalda, haciendo que grite. Escucho el siseo enfadado de una bibliotecaria y me asusto al escucharlo tan cerca... debería de estar más lejos...

— ¿Podrías quitarte de encima? —cruzo los dedos para que sea una persona y no una estantería, aunque más o menos, por el peso, puedo reconocer que es un humano.

— Lo siento mucho, nunca había perdido el equilibrio de esa manera —el peso cede y tras recolocarme el peinado acepto la mano pálida que tiembla ligeramente—. Bueno, quiero decir... soy muy patosa y eso pero nunca he llegado al punto de caerme sobre alguien —un tenue rubor en sus mejillas me dice que es una mentira piadosa.

Miro de nuevo a la persona con la que me he chocado y la analizo. Ella tiene una mata de suciedad por todo su cuerpo, con alguna que otra tirita cubriendo su cuerpo. El pelo está recogido en una trenza que termina convirtiéndose en un moño que descansa sobre su oreja derecha. Su tez, pálida como la mano, resalta con su potente pelo sedoso y oscuro como el carbón. Muestra una sonrisa con dientes perlados que están decorados por unos finos labios rosados. Sus ojos muestran un infinito inmenso que me cuentan historias interminables, como las que nos rodean en la biblioteca.

— No hay ningún problema. Para todos es conocido que también soy patoso, algo que sorprende si me comparan con mi hermano —la muchacha parece darse cuenta de mi cargo al observarme las vestimentas y, tras haber abierto la pequeña boca en sus extremos, hace una reverencia mientras repite constantemente unas disculpas—. No hay ningún problema, como te he dicho antes... Aunque no puedo evitar pedirte que me expliques qué haces aquí y porqué no te he visto antes... para ya sabes... no haber chocado...


En la sombra de mi hermano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora