29 de Febrero

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Boromir.

Levanto los ojos, angustiado, mirando a la copa de los árboles que nos han prestado refugio durante la noche. Respiro de forma entrecortada, con cierta angustia en el pecho y con la mirada vacía... Pensando en mí hermano...

Tanto tiempo lejos de él y aún sigo sintiendo la opresión de ser el menor, de no poder tomar las decisiones de un destino limpio y sin manchas de alguien que haya pisado las mismas tierras que yo tendré que pisar en menos de lo que pienso.

Vuelvo a repasar el momento, mi angustiosa noche de sueños sin la protección de los cálidos abrazos de Séfora que me alientan con el nacimiento del sol... Era un sueño frío, todo lo contrario a mi día, en el que yo andaba perdido por un suelo que no era sólido del todo... húmedo...

— Buenos días mi Senescal.

Me giro y veo a mi lado el cuerpo desnudado (a pesar de las temperaturas) de mi compañera que sonríe con un buen despertar. Yo respondo con una sonrisa fingida que no la convence y termina descubriendo mi realidad.

— ¿Qué te pasa Faramir? Pensaba que te lo estabas pasando bien en nuestro aniversario...

— Sí, sí, si lo estoy disfrutando cada instante... El problema es que los sueños no acompañan mis fantasías diurnas.

— He pensado en lo que nos ha llevado a esto y... Faramir, quiero que sepas que siempre estaré a tu lado —me mira seria a los ojos. Mira mi pecho y hace ademán paras acercarse a él.

— ¿Estarás en mi corazón?

— No —mira con cierto asombro, levanta los hombros y se acerca más a mí—. Simplemente quería darte un beso... Pero sí, sí... Piensa que era en tu corazón donde estoy y no a tu lado, deseosa de darte besos y hacerte el rey de mi mundo.

— Prefiero ser el senescal de Góndor —ella sonríe y me besa pasta después incorporarse y comenzar a taparse—. Nunca pensé que el río podría quedarse sin brillo y belleza al lado de una mujer: de ti.

— Te has leído demasiadas novelas bonitas y ñoñas de amor. A mí me tienes que conquistar con pequeñas cosas que te hagan mejor día a día.

— ¿Y no lo he hecho aún?

Me levanto, reviso nuestras pertenencias del campamento, y vuelvo a centrarme en la figura de porcelana tras revisar el estado del corcel.

Ella dubitativa, ausente en sus pensamientos, marca en su rostro una sonrisa llena de significado.

— Sí que lo has hecho, el problema es que me da miedo que esto sea sólo el amor pasajero: algo que solo sea fruto de mi imaginación... Porque si es así, yo ya no puedo volver al pasado y ser la misma... Y... y quiero que entiendas, Faramir, que no es sólo el corazón lo que pueda perder; también puede ser mi dignidad, mi imagen —comienzo a ver la angustia por algún recuerdo y me acerco, la acaricio el pelo y veo como se tranquiliza.

— ¡Vaya! No te veía tan tensa cuando tenías que hablar con mi padre y decirle que según una visión Boromir estaba muerto.

Me lanza una mirada asesina, que después se desliza frenética al cauce del río.

— No es el mismo miedo que yo siento a una sociedad que ataca a las mujeres que un miedo a una figura paternal.

— Touché... Pero, ¿sabes qué? Creo que seguimos de aniversario: hay que memorar la batalla de la invencible Séfora.

Regresa a la realidad bonita y ñoña que tanto ha criticado antes pero que le enamora en lo más profundo...

Arrastro a su figura por las enormes plantas que adornan la orilla del río y la arrastro al agua, tirándola y escondiéndome para comenzar un juego infantil: mojar y ser mojado.

Pasamos unas horas infinitas y alegres salpicándonos hasta la saciedad, incluso teniendo que nuestra salud (tampoco somos tan mayores, pero la salud es lo primero y no quiero que acabemos resfriados los dos) nos arruinase el resto de la velada.

Cuando marchamos el sol también decide retirarse.

Mi cuerpo comienza a temblar de frío, pero siento ahora una extraña sensación que impide que me mueva, que no me permite que abandone este lugar hasta que vea lo que debe de suceder.

Comienzo a temblar, recordando el mal augurio de Séfora y mirándola con temor. Me suelto de la mano que nos mantenía unidos y dejo de guía de mi cuerpo a esa extraña sensación.

Sin embargo, en el asiento de las aguas, las piedras se ofrecen como obstáculo y termino cayendo al suelo a cuatro patas, con los brazos empapados hasta el codo y las piernas húmedas al completo.

Entonces veo, o me parece ver, una barca que flota sobre el agua, gris y centelleante, una barca pequeña y rara de proa alta, y no hay nadie en ella que la reme o la guíe.

Un temor misterioso me sobrecoge; una luz pálida envuelve la barca. Pero me levanto, y voy hasta la orilla, y entro en el río, pues algo me atrae hacia ella. Entonces la embarcación vira hacia mí, y flota lentamente al alcance de mi mano. Yo me atrevo a tocarla. Se hunde en el río, como si llevase una carga pesada, y me parece, cuando pasa bajo mis ojos, que esta casi llena de un agua transparente, y que de ella emana aquella luz, y que sumergido en el agua duerme un guerrero.

Tiene sobre la rodilla una espada rota. Y veo en su cuerpo muchas heridas. Era Boromir, mi hermano, muerto. Reconozco los atavíos, la espada, el rostro tan amado. Una única cosa echo de menos: el cuerno. Y veo una sola que no conocía: un hermoso cinturón de hojas de oro engarzadas le ciñe el talle.

— ¡Boromir! —grito— ¿Dónde está tu cuerno? ¿A dónde vas? ¡Oh Boromir!

Pero ya no esta.

La embarcación vuelve al centro del río y se pierde centelleando en la noche.

Ha sido como un sueño, pero no era un sueño, pues no hay un despertar. Y no dudo que ha muerto y que ha pasado por el río rumbo al Mar.

En la sombra de mi hermano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora