La belleza de los libros

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Tras haber ayudado a la muchacha de piel de porcelana a colocar todos los libros y pergaminos en orden alfabético de autor y su fecha, después de haber arreglado algunos documentos deteriorados por el mal uso y el tiempo; después de eso, nos hemos cogido las mejores historias y nos encaminamos a la mesa que reservé antes de que se llenase, algo más, la enorme biblioteca.

Sonrío, embelesado con su voz de campanilla.

Inconscientemente vuelvo a analizarla, haciendo que ella se sorprenda y me mire extrañada.

— ¿Hay algo que no esté en su sitio? —me sonrojo y dejo de mirarla mientras titubeo.

—No, no —me aclaro la garganta y la miro a la cara—; sólo pensaba en las millones de historias que empiezan en un choque.

Ella me ríe con una media sonrisa, haciendo que se le marquen sus hoyuelos. Capta la indirecta y me entrega su mano pálida con elegancia, respondiendo con un beso en esas manos frías.

— Séfora Corsini, empleada sustituta de la biblioteca municipal, hija de mi madre y de mi padre... —hace una pequeña inclinación levantando con la otra mano el delantal que lleva mientras continúa con su alegría radiante—. Y por lo que yo veo —analiza de nuevo el uniforme que llevo—, vos sois un soldado.

Seguimos caminando mientras yo intento guardar en silencio mi identidad. Pero no hago más que despertar su atención y detiene el ritmo hasta que yo le respondo.

— Soy Faramir, hijo de Finduilas y...

— ¡Por los Valares! El hijo del Senescal, el segundo hijo de Denethor —se aparta asustada y me hace una reverencia exagerada—. Siento muchísimo el golpe mi señor.

Empiezo a reír de una forma escandalosa, haciendo incluso que alguno de los lectores despeguen la vista de los libros y se centren en la pareja tan extraña que formamos. Ella, confusa con mi comportamiento se pone más nerviosa.

— Creo haber aceptado hace un segundo vuestras disculpas, y si no lo había hecho, ahora sí. Aunque, de todas formas, yo soy el ingenuo que marcha con la cabeza en otras cosas —recupera la compostura y se ruboriza ligeramente—. Pero creo que os voy a pedir una recompensa a cambio; que me contéis todo lo que transcurre en estos pasillos y en vuestro corazón (si no es demasiado pedir, claro está).

Ella mira dudosa, aunque con cierta picardía y acepta gustosa al brazo que tiendo.

— Sólo pediré que mi supervisor no conozca nada de esto... Aunque creo que ya lo hace, teniendo en cuenta de que sólo tres personas visitamos la estantería que estaba arreglando. Si vos sabe guardar un secreto...

Asiento mientras que hago una última petición.

— Por favor, tutéame.

Ella asiente y continuamos andando por los laberínticos pasillos repletos de libros. En un principio, ella miraba a su alrededor buscando a alguien que la delatase a mi lado, pero después de unos metros se relajó (e incluso hincha su pecho orgullosa).

Séfora revisa de vez en cuando mis movimientos hasta que se atreve a volver a hablarme.

— ¿Y qué hace el señor...? —me mira culpable para después lanzar risita nerviosa—. Perdón. ¿Qué es lo que te interesa de mí para que me invites a charlar?

— Mmm... Veamos, interesarme no es que me interese nada de tu personaje plebeyo puesto que mi superioridad no me permite hablar con —ella me mira extrañada mientras que espera a que termina de hablar con los labios fruncidos—. Venga, Séfora, es broma. La verdad es que es una buena pregunta... --vuelvo a mirar sus ojos, la verdadera respuesta—. Porque simplemente me apetecía hablar con alguien que no fuera mi padre. No estamos teniendo uno de nuestros mejores momentos y me espera así una larga etapa con la ausencia de mi hermano.

En la sombra de mi hermano.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora