Capitulo 22

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Estaba desbarrancado pero no podía notarlo. Aún así, dentro del despliegue de maldad y hambre sabía que tenía mis propios límites para respetar. Vivía basado en aquellas dos leyes que había inventado para mi mundillo hambriento, pero aún así había algo mucho más poderoso que mis reglas y eran mis padres. Nunca pude contra ellos porque en realidad nunca quise ir en su contra. ¿Cómo puedo no ser condescendiente con la gente que me hospeda en su casa? Así los sentía: las palabras "papá" y "mamá" ya no salían a borbotones por mi boca, ahora vivía en "la casa de mis padres". No pertenecía a ningún lugar y en ninguno me sentía cómodo.

La universidad se había vuelto un fastidio: mis supuestos amigos (que en aquel momento no lo eran tanto) comenzaban a fastidiarme a diario con miradas inquisidoras ya que ninguno se atrevía a preguntarme si me estaba muriendo definitivamente. Supongo que en estas situaciones siempre es más fácil hacer la vista gorda o mirar para otro lado. Y la gente suele elegir lo más fácil, claramente, porque es lo que demanda menor esfuerzo. ¿Quién podía gastar algo de sus fuerzas en intentar ayudar a alguien que pensaba que no necesitaba ayuda? Bien, nadie; pero eso no lo sabían: ellos no sabían si yo quería, necesitaba o estaba dispuesto a recibir ayuda. Nunca me lo preguntaron y quizás así me facilitaron el camino directo a la perdición.

No podía contar con ellos porque mi mundo era algo excéntrico. No iban a entender mis juegos, ni mis leyes, ni lo mucho que me molestaba que comiesen en frente mío; por eso era mejor dejar de verlos tanto y por eso necesitaba irme a vivir solo. Ya no quería tener que estar inventando que iba a dormir con Lana o Francisca o Samuel o quién fuera: necesitaba mi propio departamento. En mi casa se estaban viviendo momentos de agobiante tensión que ni mi cuerpo ni mi alma podían soportar y a la vez, sentía que estaba matando a mi padre y desahuciando a mi madre. Mis hermanos nunca se enteraron de nada de lo que estaba pasando, mi diálogo con ellos era casi nulo en ese entonces. Mejor no involucrarlos, son niños. Ana me había convertido en un marginal o yo había elegido serlo con tal de serle fiel a mi diosa adquirida, me escondía de mis padres porque quería evitar peleas, me escondía de mis amigos porque quería evitar que se dieran cuenta de todo lo que me estaba pasando... ¿qué me quedaba? La respuesta a todos mis problemas: Miguel. Me iba a refugiar en él, una vez más.

No iba a ser tarea fácil volver a verlo porque ya estaba viviendo en Málaga con aquella mujer y su hijo, así que pensé que no iba a ser bien recibido en aquella casa. De todas maneras, por aquella época ya mantenía un dialogo mucho más fluido con Miguel Ángel y nos habíamos vuelto a ver espontáneamente.

Una noche de junio que más parecía agosto por lo calurosa, salí con Lana y Francisca a tomar algo. Una vez ahí Miguel me llamó por teléfono y me dijo que estaba con su amigo Petho, que nos podíamos encontrar todos. Me pareció una idea fantástica así que fuimos hasta dónde él estaba con mis amigas. Cuando lo vi estaba sentado en una mesa con una cerveza en la mano. Lo acompañaba Petho, un personaje de mi pasado de chat, a quien no veía desde 1999 en aquella maldita reunión de chat donde había conocido a Miguel. Saludé a Hogweed primero y luego a Petho, quién dijo entusiasta: "¡Rubius! ¿Cómo estás?". ¡Si supieras, Petho, lo lejos que estaba Rubius aquella noche!

Fran, Lanita, Mangel, Petho y yo estábamos sentados hablando de temas estúpidos que sólo pueden tocarse los sábados por la noche, cuando de repente Miguel hizo una observación: "miren, en la mesa de al lado hay dos chicos que recién se conocen; apuesto a que hicieron una cita a ciegas y se conocen del chat". Lana y Fran son únicas, nunca tuvieron problemas para dialogar con extraños, para robar por minutos gorras, anteojos o cualquier otro accesorio masculino con tal de atraer atención. Así, dignas a su estilo, le hablaron a la pareja al lado nuestro: les preguntaron si se conocían del chat y dijeron que sí, que hoy era la primera cita. Aquello fue para mí un baldazo de estalactitas puntiagudas todas sobre mi sien: pensé en advertirle a aquel desconocido que no se metiera con gente del chat, pero ¿qué le iba a decir? Además me ganó Miguel: "nosotros también nos conocimos por Internet, hace ya cinco años". Lanita y Fran aplaudieron con ganas y cantaron graciosamente: "¡piquito! ¡piquito!" pidiéndoles que se dieran un beso. Uno de los chicos se mostró algo inseguro, y el otro se inclinó sobre la mesa y le dio un beso. Todos aplaudimos, nos reímos con ganas y solamente yo me sentí hundida en un frío polar que me obligó a ir al baño donde había paredes y me iba a resguardar un poco del clima que solo yo sufría a causa de mi falta de calorías.

Incomprendido. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora