Capitulo 37

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De a poco recuperé la consciencia. No tengo fechas exactas, como dije anteriormente, aquel período de mi vida es más una mancha que verdaderas vivencias. Algo era verdadero: el dolor y el sentimiento de fracaso. Estaba vivo, nunca iba a perdonarme estar vivo. ¿Qué era? Un monstruo, un ser asexuado, un asco. Eso era: la peor versión de mí y sin embargo, no me arrepentía por lo que había hecho. Es lógico, si se piensa dos veces. Una persona que decide acabar con su vida no toma decisiones a la ligera, entonces ¿cómo podría arrepentirme de tamaña decisión? No solo no me arrepentí sino que tenía fuertes charlas con Néstor donde le decía que iba a morirme pronto. "No sé por qué estoy vivo todavía, no entiendo qué pasó y no voy a preguntar, pero no me queda demasiado tiempo de vida. Yo ya estoy muerto".
Aquella era una de las frases que más se escuchaba de mi boca cuando entraba en conversación: yo ya estoy muerto. Eso sentía: la muerte en cada célula de mi cuerpo y es que me parecía bastante a la muerte. Los huesos se me salían por todos lados y no tenía pelos, era un ser inevitablemente desagradable y sin embargo no me interesaba. No iba a pararme un error, cualquiera que hubiera sido. Iba a morirme, pronto. Tenía por seguro que esa etapa en mi vida, la de resucitación no iba a durar más que unas semanas o como mucho un mes. No podía soportar esa clase de vida: encerrado, viendo médicos y caras lúgubres. Eso no era vida.
A menudo lloraba y les pedía a mis padres que me dejasen visitar a algún amigo. Cinco minutos después estaba dormido fundido en mi llanto: solía quedarme dormido en todos lados. Después del efecto "estoy muerto" llegó el "te dormiremos".
Sabrina, la psiquiatra que me atendía, decidió medicarme hasta que muriera (o al menos eso sentía en ese momento). Tomaba altísimas dosis de antidepresivos y ansiolíticos. "La pastilla de la felicidad" y "la pastilla de dormir", así las llamaba respectivamente. Nunca dejé de tomarme las cosas con cierta ironía, aún internado era capaz de hacer reír a quienes me rodeaban. "Mamá, siento que me quiero morir ¿me das una pastilla de la felicidad?". Obviamente ni Mamá ni ninguno se reía, pero para mí era melodramático ver cómo todos hacían sus mejores esfuerzos para que sobreviviese mientras yo tenía muy en claro que no iba a estar más en esta tierra. Sabía y me había convencido de que no iba a existir mucho tiempo más. Hace algunos días encontré una grabación que dura treinta segundos. Soy yo, internado, llorando y susurrando lastimosamente algunas pocas palabras. Dejé pistas por toda la casa, pistas que gritaban "no estoy bien", "no me están ayudando" y "pronto no voy a estar". La grabación es siniestra y de ella se entienden estas pocas frases: "Me quiero morir. No quiero estar más acá. Me quiero ir. Si ya me mataron a mí, ya no estoy más. Ya me fui".

Mientras yo me desangraba y abandonaba a los mortales, Miguel no sabía lo que había pasado. Pocos minutos después de la charla que tuvimos, habló con mi tía Roberta. "Sería conveniente, sería oportuno que vinieras a visitar a Rubén". Miguel accedió: "¿puedo ir hoy? Estoy muy preocupado". Sí, claro.
Llegó a mi casa esa misma tarde. Yo estaba todavía bajo los efectos de los estupefacientes así que no registré aquella visita. Mis familiares me contaron que llegó y habló con mis padres y con mi tía. Más tarde supe algunos otros detalles que no vienen ahora al caso. Entró en casa y me saludó. No me dio un beso, eso es lo único que recuerdo porque me hizo sentir horrible, despreciable, un ser humano que había decidido morir siendo la criatura más espantosa e indigna del universo. No era más la reina, ahora era un ente asexuado. No sé de qué hablamos aquella tarde, sólo sé que estuvo cinco minutos y se fue. Quizás me quedé dormido, no lo sé. No quiero preguntar a quienes me rodean, ya bastante sufrieron como para estar recordándoselo. Miguel se fue así como llegó, de improviso y por mucho tiempo más no volví a saber de él. Se desentendió del asunto, como hacen todos los hombres con los que alguna vez estuve. No asumió la culpa que le tocaba, no entendió que había sido partícipe de ese sacrificio... porque fue eso: un sacrificio.
Miguel Ángel era mi Dios, la persona a quien yo idolatraba. Ya alguna vez hace muchísimos años le escribí una carta diciéndole que él era para mí lo que Dios para los católicos, era una postración continua y eventualmente mortal. Sin embargo, quiso no tener nada que ver con el asunto y desapareció, como suelen hacer los hombres cuando estoy mal: desaparecen. No encontré todavía a alguien con la entereza siquiera para encargarse de la pequeña parte de la torta que le toca. Nadie quiere hacerse cargo de lo que hace nacer en los otros, de lo que engendra y menos si aquello es autodestrucción y varios intentos de suicidio.


Mayo 2004

Esto es una especie de carta de protesta para todo el mundo. Digamos que es una carta abierta a la comunidad que está TAN DOLIDA por el atentado TERRIBLE que intenté cometer.
¿Por qué no se ocupan de Irak y de Bin Laden? ¿Qué tengo de especial? Por favor, déjenme solo. No me dan respiros. Estoy todo el tiempo tan agobiado que no puedo pensar. Aprovecho hoy, que mi familia está distraída abajo, para escribir esto que tengo atragantando hace días, meses, años.
Me voy a morir, como todos. Pero antes quiero escribir mi manifiesto pro-suicidio. Porque a algunas personas a veces se nos ocurre pensar diferente. Y ahí vienen todos los estúpidos personajes-cubo (léase: con cabezas cuadradas) tratando de encarcelarlo a uno o de meterlo en una clínica psiquiátrica. ¿Por pensar diferente? ¡Por Dios! Me hubiera gustado ser un ignorante, un personaje-cubo, o un mono, que es prácticamente lo mismo. Incluso los monos a veces logran ser más hábiles que las personas. ¡Por Dios! No deja de sorprenderme que la gente use un porcentaje tan bajo de su cerebro. Y si alguien viene con una idea nueva, ¿por qué no se lo escucha? ¡Ah! ¡Porque no! ¡Porque hay que tildarlo de loco en seguida! Por favor, nadie que revolucione, nadie que traiga ideas nuevas, por favor, nadie que complique esta estúpida tranquilidad artificial. Este pensamiento tan chato que tiene la gente, que por favor se quede así. Porque es más fácil controlar a los seres no-pensantes que a personas que piensan. Eso se sabe desde el tiempo de ñaupa. Y yo, que pienso, que tengo ideas nuevas o "revolucionarias" (que estúpido), soy tildado de loco. Y la gente da ejemplos estúpidos, idiotas y yo me guardo mi discurso en el bolsillo, porque nadie es merecedor de escuchar mi discurso. Nadie tiene el intelecto necesario, ni la capacidad de adaptación necesaria para escucharlo. Menos para comprenderlo. Dios mío. Por eso quiero dejar esto escrito, porque pienso que en el futuro (dios quiera) las especies van a evolucionar y van a tomar mis conceptos como normales. Porque ahora es una cosa horrible, pero espero que la ideología pro-suicidio crezca. Voy a intentar escribir sobre esto durante mis últimos días de vida.

***Inconcluso***


Incomprendido. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora