Capitulo 32

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Para cuando empezó abril mi vida ya era un despropósito. Haberme mudado, los nervios en la universidad y las visitas a la casa de mis padres me habían hecho engordar. Pesaba cincuenta y un kilos y aunque estaba raquítico yo no podía dejar de verme obeso. Así que me dediqué full time a la universidad y a no comer. Empecé a hacer ayunos caprichosos de cinco días a la semana. Pronto mi vida familiar se había regularizado. De lunes a viernes no comía nada, con excepción de los miércoles cuando venían mis hermanos y mis padres a cenar a mi departamento. Más tarde vomitaba, más porque ya no toleraba comida en mi estómago que porque quisiera. Los jueves también eran de ayuno total y los viernes a la noche cenaba en casa con mis padres. Los sábados solamente almorzaba y vomitaba y los domingos almorzaba en casa de mi abuela como siempre desde que tengo noción de vida.

Así que hacía cuatro comidas en siete días: dos cenas y dos almuerzos. No puedo explicar lo que no-comer produce en el cerebro. Creo que todavía no estoy abstraído totalmente como para contarlo así, con aires desentendidos, pero al menos voy a intentarlo. No comer genera desgano, genera enemistades inexistentes, hace que quienes te aman muten en enemigos mortales. Hace que quieras huir de tu casa, de tu cuerpo, de tu cabeza: todo te agota, te hace sentir un cadáver odioso al que todos temen acercarse. Muchos porque no saben qué esperar de ti y otros tantos porque tienen miedo de que te mueras si te hablan. Yo me estaba muriendo aunque la gente no se me acercaba. No comer, además, vuelve el alimento un enemigo íntimo: "lo que me alimenta me destruye" solía decir. Es una frase conocida dentro del ambiente pro-anorexia "Quod me nutrit me destruit". Aquella cita podía ser aplicada en muchos sentidos y de diferentes maneras en mi vida. En mi caso dos cosas importantísimas me alimentaban y destruían a la vez. Una, la comida. La segunda era Hogweed. La comida que ayudaba a mi desarrollo físico y mental también destruía mis ganas de vivir; Miguel alimentaba mis ganas de estar vivo y a la vez me destrozaba. Contradicciones, mi vida fue siempre una absurda contradicción donde lo que hoy es mañana quizás no lo es tanto, donde lo que hoy me hace vivir en tiempos futuros puede aniquilarme. Siempre tuve miedo a escondidas. Miedo de mí, de por fin terminar comiéndome.

Cuando llegué a casa no me sentí en paz: no sabía qué hacer. Sentía en aquella época que no pertenecía a ningún lugar. Que era un desterrado, a quien le daba lo mismo vivir o morir. Y la situación se complicaba porque de a poco me interesaba un poco más en encontrar en cualquier esquina la muerte.

De todas maneras no perdía el tiempo y seguía queriendo que lo poco que me quedaba de vida fuera agradable así que decidí darme algunos lujos: no iba a focalizar mis pocas energías en aprobar materias en la universidad.

 Aquel departamento de Getafe me traía recuerdos espantosos: no quería dormir solo, soñaba con estar con Miguel todos los días. A veces llamaba a Lana y pasaba por su casa, charlaba con su madre y sus hermanos, me sentía en familia. Extrañaba a mis padres y a la vez estaba agradecido de tenerlos tan lejos: mi decadencia se estaba haciendo notar y no era broma, pronto desaparecería.

Cada tanto Miguel venía a visitarme y salíamos a comer a un restaurante a pocas cuadras de mi departamento. Después de comer volvíamos a mi piso y se quedaba a dormir conmigo. A la mañana siguiente, nos levantábamos temprano y él se iba a trabajar y yo a la universidad en el mejor de los casos, porque muchas veces estaba tan débil que ni siquiera podía levantarme de la cama. La segunda noche que se quedó a dormir se encontró con dos de mis regalos: una copia de las llaves para que entrase cuando quisiese y un cepillo de dientes con su nombre en violeta. Nunca usó esas llaves, siempre tuve que bajar los siete pisos para abrirle. Para él aquellas llaves no significaban absolutamente nada mientras que para mí lo eran todo: tienes las llaves para entrar y salir, para hacer y deshacer como gustes. Esta tierra también es tuya, visitame, úsala, compártela, es tuya. Y el cepillo de dientes no fue usado demasiadas veces tampoco: este significaba "esta es tu casa, donde están tus cosas, donde no tienes que sentirte un extraño". Pero Miguel en ese piso siempre fue un huésped.

Incomprendido. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora