Capitulo 40

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Un mes más duró la internación. Poco más de dos meses y medio. Recuerdo, estando internado, haberle pedido a mi madre que me llevara al centro con ella. Sabrina lo había prohibido "una internación es igual de estricta aunque estés en tu casa". ella no se resistió demasiado: "que Sabrina se vaya a la mierda, eres mi hijo". ¡Muy bien! ¡Gracias! Salté de alegría aquella tarde, por fin iba a ver coches y personas y negocios y gente y ruidos. ¡Iba a volver a la ciudad! Iba a ver la vida en vivo y en directo.
Fuimos al centro de Madrid y hacia muchísimo frío. Los medicamentos y la aún escasa cantidad de calorías en mi cuerpo me provocaban una temperatura corporal de menos diez. Entramos en un negocio y me compró un suéter. No suelo usarlo, me trae malos recuerdos. Seguimos caminando y me asombraba ver a la gente (y viceversa). Me miraban extrañados, supongo que pensarían "¿en qué diablos estabas pensando cuando te cortaste el pelo?". Toda esa gente no sabía que había estado a escasísimos segundos de morir. Antes de volver pasamos por un local de discos y me compré algunos cuantos.
Volvimos a la casa pero ya no era lo mismo: era más un hospital para mí. Me tuvieron casi tres meses encerrado y ahora querían que volviese a verla como un hogar. Imposible. La existencia no se me estaba volviendo menos complicada y sin embargo, haber salido me hacía entender que quizás la internación podía no durar muchísimo más.
Sí, definitivamente me despojaron del arresto domiciliario y volví a salir. Todavía no me dejaban manejar porque tomaba altísimas dosis de medicamentos para "ser feliz" y para "dormir" que básicamente me mantenían durmiendo veinte horas cada día. La primera vez que salí de casa solo fue para el cumpleaños de una de mis ahora mejores amigas: Judith. Me sentía a la vez parte del grupo y sin embargo no podía dejar de notar diferencias. Ellos vivos, alegres, saltando, cantando y festejando. Yo sombrío y gris, volviendo de la muerte, intentando seguirles el ritmo sin poder hacerlo. Quería dormir.
No entendía el desprecio de Miguel. ¿Cómo podía despreciarme alguien a quien le había dedicado por completo mis últimos años de vida? él me había hecho vivir, lo era absolutamente todo y sin embargo no sucedían las mismas cosas cuando todo se daba vuelta. De su parte no había siquiera un poco de respeto hacia mí, ni un poco de consideración por los años que estuvimos uno junto al otro. No había absolutamente nada de aquel lado del mundo. Todo era desinterés y malos tratos, los últimos provocados por lo primero. No creo que sus daños fuesen intencionales pero sí producto de no escucharme y de ser un tipo con muy poco tacto.
Casi por casualidad, un día cualquiera, me enteré de la verdad: Miguel había estado llamando a mi amiga Lana todo este tiempo, preguntándole cómo me encontraba. Saber aquello fue un alivio para mí. No era simple desinterés, al menos algo (un poquito de nada) le interesaba saber acerca de mi existencia. Respiré sereno: puede que esta historia todavía no termine.
Siempre quedó en mi mente aquel departamento de Getafe, incluso dormido lo dibujaba en mi cabeza. "¿Qué habrá quedado de él? ¿Todavía es mío?". Decidí que iba a hacer algo al respecto aunque internado no tuviera muchas oportunidades de hacer algo productivo. Estando aún internado, le pedí alguna vez a Marina, mi prima, que fuese a Getafe. Sentí curiosidad. Aquel departamento del demonio había sido mi hogar y el lugar donde había tomado la decisión más importante de mi vida (o de mi muerte). Aquel era el lugar donde se había gestado todo lo que soy ahora. Le pedí a Marina que tomara la cámara de fotos que seguía en el departamento y que fotografía todo lo que le pareciera fuera de lo común. No recordaba exactamente qué, pero sabía que en mi intoxicación había escrito las paredes blancas con bolígrafos azules. Necesitaba saber.
Cuando estás internado vuelves a tener diez años. Las cosas son lindas, feas, buenas o malas. No hay otros adjetivos. Odias o amas o simplemente te da lo mismo. Uno no espera de sí mismo grandes conclusiones acerca de lo que está sucediendo, ni se siente capaz de escribir ensayos del todo gratificantes. No. Estaba encerrado en una casa (enorme pero encerrado al fin) y todo aquel que no decía o hacía lo que yo deseaba se convertía en mi enemigo mortal. Y cuando digo mortal hablo más literalmente que nunca. Fatal porque cualquier indicio de descontento te lleva precipitadamente a la muerte. Cuando estás internado estás más cerca de morir que de vivir y cualquier paso en falso te hace caer miles de metros bajo tierra hacia el hueco de donde nadie te puede sacar. Entonces los psicólogos y los nutricionistas y las brujas te tiran sogas rasposas que hasta parecen ser hechas de espinas. No sabes si quieres colgarte de esas sogas y destrozarte las manos o permanecer allí abajo donde la muerte te acaricia suavemente. Es tu decisión: vivir ensangrentado o morir acariciado.
Mayoritariamente prefería las caricias pero en momentos como cuando aparecía Miguel prefería sacudir mis manos y trepar la soga. Destrozarme las manos era doloroso pero vivir sin Mangel lo era aún más y si en algún caso hubo algo más doloroso que todo lo anteriormente nombrado, fue ver las fotos que mi prima tomó de mi departamento. Estar en cautiverio es indigno y hasta vergonzoso. Saber que no puedes salir, que estás allí varado durante tiempo indefinido y que hay sólo dos maneras de salir: engañar a los médicos ("juro que estoy bien, hasta me siento feliz, me arrepiento tanto ¡tanto! De lo que hice") o seguir las consignas, a saber: vivir empastillado y no distinguir la noche del día y los amigos de los enemigos. No saber siquiera quién eres o por qué estás vivo. Sólo vivir, sólo estar, respirar, sí. ¿Eso es vivir? Una vez que sobrevivas lo suficiente en la casa de Gran Hermano puedes salir y he allí la mismísima muerte esperándote en cada esquina. Del reencuentro con la muerte me referiré más adelante, lo que me ocupa ahora son aquellas fotos que llegaron a mis manos.
Si mi prima las hubiese visto no me las hubiera dado, estoy seguro de eso. Marina usó mi cámara en la cual aún quedaba lugar para sacar algunas fotos. Me entregó el rollo en la mano y le pedí encarecidamente que las fuera a revelar (yo no podía salir de casa ¡qué chiste!). Incluso le rogué que no las viera "no ¿para qué las querría ver si yo misma las tomé?". Bueno, es que hay fotos tomadas anteriormente que NO viste.
Las imágenes describen a la perfección, como en un cuento de Borges, lo que sucedió aquella noche de abril. A simple vista son fotos de un departamento desordenado, pero si le damos una mirada más escudriñadora encontramos detalles sofocantemente extraños. Veintinueve fotos en total, cada una de ellas con detalles escabrosos con los que un detective se haría un banquete. Como dije antes: a simple vista no dicen nada, pero escudriñando se encuentran detalles perversos.
La pared de la cocina (¡de la cocina!) tiene pelos quedados. Deduzco que me desmayé en la cocina, en una de las tantas veces, y mi cabeza golpeo los azulejos. Solo de esa manera pueden haber quedado allí impregnados. Sobre la encimera de la cocina, la tapa de una olla (¿estuve cocinando?) un repasador azul que me compró mi madre, un fósforo quemado y la botella de vino blanco que había comprado para Miguel pero que disfruté en compañía de la muerte, a cada minuto más íntima.
En el comedor un sofá blanco (donde alguna vez se hubiera sentado Miguel) con una camiseta blanca manchada de sangre. Recuerdo que allí la dejé cuando bajé el ascensor para abrirle a Lanita (pensé que si no veía la sangre en mi ropa no iba a darse cuenta de que estaba calvo, una ridiculez). Sobre la mesa de vidrio y madera cuatro tabletas de Rivotril, sin ninguno adentro, por supuesto. Al lado cartas o notas, un bolígrafo rojo, el discman, los auriculares y algo de ropa. Más lejos en la misma mesa: mi agenda donde anotaba absolutamente todo lo que planeaba hacer, una agenda más pequeña con teléfonos, cinta (con la cual pegué las fotos en la pared), una carta de despedida, una taza verde, una cuchara (probablemente había tomado sopa) y dos elementos de lo más sorpresivos: una tabla de calorías y el prospecto del Rivotril completamente abierto y con signos de haber sido leído una y otra vez. Si, siempre fui un chico precavido. Recuerdo haber tomado los recaudos correspondientes, sabía que la cantidad de miligramos que tomé me iban a matar. No entiendo por qué estoy vivo.
En una de las paredes intento descifrar mis escritos: "Miguel te amo", "me fui al cielo", "...rivotriles", "nos amamos", "Miguel Ángel tiene la culpa de mi muere", "si él hubiera contestado mis llamados no me hubiera muerto". Es lo poco que se entiende de la primer pared. Estaba lo suficientemente inconsciente como para que mi letra se asemejase a la de un infante de tres años, o incluso menos legible. La siguiente foto es la misma pared, con los mismos escritos ilegibles y con cuatro cartas de despedida en el suelo. Más lejos al otro lado del comedor y en otra foto yace otra taza (una celeste) en el suelo, a su lado un bolígrafo azul (con el que supongo escribí las paredes), una toalla, y dos colillas de cigarrillo junto a un calcetín de lana. Todo distribuido arbitrariamente en el piso. Al lado de la calceta de lana y cerca de las colillas una foto mía de cuando era bebé, debajo papeles escritos y a su lado una maleta con la ropa que traía de casa. Ropa limpia que pensé jamás iba a usar.
Al lado del sofá, un jogging tirado en el suelo, una zapatilla, la guía de la ciudad de Madrid, la otra zapatilla, algo de ropa y pelos. Pelos largos, cortos, muchos de ellos. Por todo el piso, pelos y pelos. En aquella pared otros escritos que no alcanzo a leer: "Mamá perdóname...". Pelos y más pelos. En la pared de las fotos también hice un bonito collage, supongo que quería que todos tuvieran en claro que los amaba. Al lado de la foto de mi hermano una flecha y "campeón, te quiero". Al lado de la foto de mis padres "los amo", de la de mi hermana: "¡te amo princesa!
Fotos de mi habitación: un calendario pegado en la pared, día 20 de abril "Miguel se murió ¡viva el Rivotril!". Junto a la cama, en el suelo un abrigo con pelos sobre él. Sobre la almohada pelos y manchas de sangre (¿inconsciente me acosté en la cama para dormir para lo que suponía sería siempre?). Más fotos de pelos y sangre en la almohada. Entre las sábanas un escrito en papel amarillo completamente abollado e ilegible. Foto primer plano de una frase en la pared: "Quiero que Miguel Ángel esté en mi funeral".
Por último el baño, quizás lo más sangriento. Detrás de la puerta, en el suelo (¿por qué cuando estamos drogados apoyamos las cosas en el piso?) la maquina con la que me rapé e irónicamente sobre esta un cuchillo con el cual me devané la cabeza. Dentro del inodoro nada algo que parece vómito pero que quizás sea solo sarro y pelos, cientos de ellos por todo el departamento y dentro del inodoro. Debajo del lavamanos otra toalla, que casi parece marrón pero es blanca. Está llena de lo que antes estaba en mi cabeza y ahora duerme distribuido por todo el departamento: cabellos aquí y allá. Lo mismo dentro de la bañera: más y más de ellos. Dentro de la bañera; parece que me hubiera cortado todo dentro de la bañera, allí es donde están la mayor cantidad de ellos. Diría que está el ochenta por ciento de mi cabellera dentro de la bañera. Al lado una hoja de afeitar y un desodorante. En el lavamanos dos jabones con forma de ángeles, y mezclados caprichosamente un peine violeta, tres gillettes con las que seguramente terminé de desangrarme la cabeza y un cepillo de dientes de igual color. Al lado de la manija de agua caliente hay un cenicero (¡en el baño!) y del lado de la derecha una colilla de cigarrillo. Entendamos: el cenicero está vacío y hay más de diez colillas de cigarrillos distribuidos por todo el departamento. Si no me morí incendiado fue porque definitivamente me querían vivo. En el espejo del baño un detalle escabrosísimo: es de tres partes, en las dos partes de los costados está escrito con jabón "Ana loves me" y al lado un corazón.
No quiero siquiera intentar adivinar lo que fue para mi prima ir a aquel departamento. Todo en él daba signos de muerte y sin embargo estaba vivo. Es decir, mi corazón latía y respiraba con normalidad. Me drogaban las veinticuatro horas pero yo tenía mis momentos de lucidez, como aquel cuando le había pedido a Mari que tomase fotos. Necesitaba saber detalles de los que ni mis padres ni mis familiares querían hablar. Las fotos me lo dijeron todo. No existen palabras que puedan describir aquellas últimas fotos. Haré mis esfuerzos más acabados para intentar transmitir lo que sentí cuando las vi un año y medio después.
Mi prima había utilizado el rollo que estaba dentro de mi cámara, sin saber que yo en mi estado de semi-muerte había tomado algunas. Néstor las vio antes que yo en aquel momento y me las sacó de las manos. "Prefiero tenerlas yo" me dijo. Y sí, previsiblemente era la mejor opción porque aquellas fotos no hacían más que invitarme al suicidio una vez más. Hace una semana le pedí a Néstor aquellas imágenes. En mi ansia por recolectar datos para escribir esto, recordé que Néstor me había prohibido ver algunas de las imágenes que contenía ese álbum así que se las pedí. "Ha pasado ya más de un año- pensé- supongo que no me van a afectar".
"No estoy de acuerdo, es mi archivo personal de tus cosas"- me dijo Néstor, quien no me quería dar las fotos. Y es cierto, yo también supuse que era una irresponsabilidad dejar que yo las viese, pero no recordaba qué tan terribles eran y tampoco supuse que iban a causar estragos en este nuevo Rubén, así que me arriesgué y finalmente se las pedí. "Pero son mías- dijo –y me las devolvues después". Néstor tiene un archivo extensísimo de mis cosas: le escribí cartas, le di conversaciones impresas con Miguel, le compré cds y libros, le grabé discos, entre más cosas. Pero lo único que me interesaba en ese momento, una semana atrás, eran las fotos.
Llegué a mi sesión semanal y me alcanzó un sobre celeste con mi nombre y apellido que contenía las fotos. "¡Quiero verlas! Bueno, ¡no sé si quiero verlas!". Me dijo que quizás lo mejor era que las viéramos juntos. "Puedes verlas, yo estoy contigo"- me dijo. Sabe perfectamente que necesito referentes para no perderme en mundos paralelos. Decidí que las iba a ver después, pero en el momento pensé que quizás no las vería. Simplemente las necesitaba por otro asunto. Aquella fue una sesión de las cual quisiera tener una grabación. Le expliqué con lujo de detalles lo que me pasa y me dio una exquisita devolución que no puedo recordar.
"Estoy perdido, Néstor, entre los dos mundos. No sé cuál es el verdadero"- le dije entre lágrimas. "Ayer estaba manejando yendo al cine a las ocho de la noche y de repente me confundí y no sabía si estaba yendo al cine o a terapia – yo solía ir a esa hora antes de estar internado y después de aquello- entonces quebré y rompí en llanto". "Hay perfumes que me recuerdan a la terapia, me remiten a nuestras tardes juntos, a las horas que compartimos a lo mucho que me seducía la idea de volver a morirme. Y escribir me trae esos recuerdos, me pierde. Aquel día llegué al cine completamente solo y no saqué la entrada, simplemente me quedé sentado en la acera esperando que algo sucediese. No hubo ninguna llamada de teléfono, ninguna señal de compañía: estaba verdaderamente abandonado. Estaba internado en el mundo: no poder salir del él ¡escabroso sentimiento!". Atrapado en el mundo: sin siquiera tener decisión sobre mi vida o mi muerte.
"Me senté en la puerta del cine y vi llegar a la gente. Venían de a dos y a de a cuatro. Nadie estaba solo como yo, nadie. Era el único que iba al cine solo. No es que me moleste, es que a veces me siento muy solo. Todo lo que hago lo hago así: sin compañía o peor, en compañía de mí mismo, mi peor enemigo. Minutos más tarde vi llegar a un muchacho solo. No quiero decir que estaba contento por su soledad pero sí por mi compañía. ¡No era el único! Me puse los auriculares en los oídos y escuché a Cerati mientras la soledad de aquel hombre me llenaba el espíritu de esperanzas, de compañías tácitas. Veinte minutos después vi que el joven saludaba a alguien: era su novia. Llegó, lo besó, se tomaron de la mano y sacaron las entradas para el cine. Irónicamente iban a ver la misma película que yo".
"Cuando estuve sentado en la butaca observé a todos los individuos que estaban en la sala: pares, pares y más pares. Yo era el único SOLO, más solo que nunca en una sala repleta de parejas y familiares y amigos. Con sorpresa observé que un chico de mi edad entraba solo a la sala. Se sentó tres filas delante de mí y me pasé diez minutos observándole inundado de un placer siniestro. Pasados los diez minutos donde lo único que hizo fue mirar la hora, jugar con su celular y tocarse el pelo, apareció otro chico y se sentó a su lado. Peligro. No, no se hablaban, no están juntos. El recién llegado le dijo algo al oído y el otro sonrió. Sí se conocían. Definitivamente soy el único solo y no puedo siquiera describir el dolor intenso que aquello me provoca".

"Otra vez yo, solo. Desconcertado, esperando encontrar no sé qué cosa. Casi ni queriendo encontrarla. Si me preguntan qué será de mi vida, contesto que aún estoy en busca de lo que me gusta. Lo cierto es que ya sé que nada me gusta y que no tengo nada que hacer.
Vivir porque sí, porque ni siquiera te molestas en matarte. Porque ni siquiera eso te atrae. Vivir esperando que algún día aparezca una pizca de interés o un rasguño de emoción o incentivo por algo. Casi por inercia. Esperar que los días sean todos iguales. Buscar cosas para hacer, no por placer sino para evitar el dolor que supone seguir respirando".  

Incomprendido. {Rubelangel}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora