El amanecer agostino de aquella mañana se coló por los cristales de la ventana de una manera fugaz y traviesa, como un murmuro o una risa rápidamente apagada, causando frunces en las narices de quienes levantaba.
Aquel amanecer suponía el más esperado por las madres soñadoras de la alta clase, aunque también el más estresante para las jóvenes que debían cumplir con las exigencias de sus progenitoras. Era el día del debut en el Club Centenario, donde jóvenes preciosas de pieles blancas o bronceadas por soles caribeños se presentaban ante su mundo de posibilidades exaltando sus cualidades como alumna de algún colegio privado rico o con múltiples actividades que ésta realice, enlazadas en los brazos de sus compañeros u chicos de la misma clase social. Sin dudas, un evento que acaparaba toda la atención de la élite asuncena, revistas, periódicos y redes sociales. Era la noche donde todo era perfecto y las familias de la sociedad podían enseñarse sin miedo de que algo pudiera arruinar la noche. Era algo que sólo les sucedía una vez.
La familia Schoutten Butlerovv, era de esas familias que necesitaba enseñarse para tapar todas aquellas grandes imperfecciones que sufrían. Y su única hija mujer, era la excusa perfecta para hacerlo.
Después de desayunar sólo una taza de café y una manzana verde (era la dieta que le había impuesto su madre) no tuvo otra opción que encaminarse al tocador y empezar a arreglarse para un día tan importante para su familia.
Al entrar en su habitación inmaculadamente blanca observó el delgado maniquí color marfil, vestido con el atuendo de shantú y organza que utilizaría esa noche. Soltó un suspiro mientras sus dedos repasaban los bordados y el encaje encontrando en cada pasada el arduo trabajo de muchas personas, era una creación hermosa ciertamente. Sabía que su madre había encargado las telas importadas y seleccionado a la mejor modista de todo el centro. Un vestido como aquel no lo encontraría recorriendo el centro comercial. Costó diez veces más de la mitad de las prendas que tenía en su guardarropas, pero sabía que su madre era capaz de todo por verlos a los cinco felices solo por una ocasión, como cualquier familia rica y satisfecha.
Se miró al espejo de cuerpo entero, admirando su perfecta figura color nieve, su nariz un poco respingada, sus ojos miel y el largo pelo rubio cayéndole a los costados de su rostro. Se halló atractiva y se hizo la misma pregunta muchas veces al encontrar disgustos en su cuerpo. ¿Será que aún así podría gustarle? ¿Qué tal si a él le gustan las morenas? No llevaba otra prenda puesta a excepción de la bata de seda beige. Se la desprendió y ésta se deslizó por sus muslos cayendo al suelo en silencio. Miró su cuerpo desnudo y le corrió un estremecimiento por la nuca. Alzó nuevamente la bata y se apresuró a colocársela antes de que las criadas entren.
Se dirigió al armario y al abrirlo tomó su álbum de recortes. Todo lo que había soñado desde que era una niña hasta hoy, con sus inexpertos dieciséis años estaba plasmado en él. Sus mejores recuerdos, sus anhelos, todo.
Su primer día de clases, su primer viaje en avión, el vestido que soñaba tener como novia, el lugar al que le gustaría ir de vacaciones, qué quería ser cuando mayor, algunos dibujos hechos con pinturas embadurnadas toscamente en el papel. Letras de canciones, fotos con sus viejos amigos del intercambio. Eran momentos que ella esperaba guardar con cariño hasta que se hiciera mayor y poder enseñárselos a sus hijos cuando los tuviera.
Al final del libro sólo estaba la fotografía de su abuela, quien hace sesenta y tres años atrás también había debutado en el mismo club. Aún podía reconocerla con esos ojos plateados y la sonrisa ligeramente torcida aunque sin dudas bonita. A su lado estaba el hombre que veinte años después se convertiría en el padre de su padre. Una historia que nunca supo cómo sucedió realmente, su abuela jamás quiso mencionarlo después de que murió. Recordó que ella estaba más que feliz por ver a su nieta seguir sus mismos pasos por lo tanto llegaría a la casa por la tarde seguramente. Cerró el libro preguntándose si también tendría su propia historia de amor esa noche.