La luz empieza a apagarse, suavemente mientras su cuerpo se acerca al mío.
La noche es cómplice de las miradas encendidas, de los gritos silenciados, de las caricias castigadas.
La noche sin dudas, es quien mejor guarda nuestros más profundos secretos.
Es celestina de los escapes, madre de los lamentos aunque descuidada respecto a las malas intenciones, deja libres a los críos descocados.
Yo fui hija y víctima. Sin embargo, volveré siempre... ¡cuánto me gusta liberarme en su seno!
Él trata de atraerse más a mí, con sus olivos observándome de una manera poco amistosa. El roce de sus dedos sobre mi piel es agresivo. Por dentro estoy ardiendo.
Puedo sentir sus ansias contenidas por los pocos centímetros de diferencia que nos separan. Me estruja cual almohadón de plumas, no lo soporta más.
Mientras tanto, en mi mente aterrizan sensaciones mezcladas, agridulces, inesperadas.
De repente, se detiene. El verde de sus cuencas se pacifica, echándome para atrás. No comprendo qué le sucede, por su cabeza pasan emociones confusas, raras, debo reconocerlo.
-Muéstrate- me suelta, con tono duro, impasible. Siento un líquido que me delata entre las piernas debido a la brusca parada. Sonríe de forma demoníaca.
Mis pies están clavados en el suelo y yacen alrededor de ellos mis escasas prendas. Mi boca está ligeramente entreabierta, un poco jadeante, el calor interior me abruma. Siento mis pechos suaves con las manos y él se acomoda en su postura, observa la tímida flexión de mis piernas.
-¿Entonces?
-Acércate.
-Hazlo tú.
-No puedo, no puedo- suspira. Su mirada se fija en mis caderas, sube poco a poco, gesticula, frustrado por su inacción. Me río en silencio, su cobardía ha triunfado, como siempre lo hace.
Sentado en la cama, totalmente desnudo, toca admirarle. Su largo pelo azabache cae en ondas sobre su pecho. Su boca de ángel, voluptuosa, llena, rosada está indecisa, se la relame con la lengua, como un carnívoro a punto de cazar a su presa. Sus manos grandes se posan a los laterales. Entre sus piernas blancas y excesivamente extendidas se encuentra ergida la carne rosada y sensible. El intercambio es eléctrico, tenso. Espero pacientemente un movimiento que no llega.
La tenue iluminación me deja abrazar, distante, el fuego de su mirada. Quiero que me devore, lenta y completamente, la paciencia se agota en ambos cuerpos. Sus manos empiezan a bajar a la intimidad. Me parece injusto, no lo apruebo. Sus ojos brillan a medida que aplica fuerza a la continua fricción.
-Acércate-repite, esta vez con voz grave. El ceño fruncido hace que la expresión de su rostro adquiera carácter serio. No deja de tocarse, cada vez más rápidamente.
-No.
-¿Por qué te retienes?
-Búscame tú- reitero dulcemente. Decido cubrirme con la tela del vestido que antes tenía puesto. La frialdad de ésta roza con mis pezones que me descubren una vez más, dejándome débil ante su embrujo.
-Ya lo hice ¿acaso no ves cómo me tienes?- se pone de pie, acorralándome contra pared cercana.
Su cuerpo, mucho más grande que el mío me deja en una encrucijada, sabe cómo hacer que quede embobada cuando se zambulle en mi mirada. Sus ojos y la profundidad que tienen son algo tan hermoso, excitante y odiable al mismo tiempo. Toda su figura blanca y perfecta me obliga a quedarme quieta frente a él.