Capítulo 3

47 8 0
                                    

Me dirigí a la cocina a través del largo pasillo. Me puse una mano en la boca y soplé.

Arrugué mi nariz por mi aliento horrible y agradecí siempre tener un chicle a mano. Me lo metí la boca y comencé a sentir el delicioso sabor a menta en mi lengua.

- ¡Megan! ¿Te encuentras bien? – me preguntó Lucy cuando me vio. – Estas muy pálida.

- Si, vomité. – dije con asco.

- Oh, pobre. Tu padre lo siente mucho. Te he preparado una ensalada.

- Te lo agradezco. – dije esbozando una pequeña sonrisa.

Apenas conocía a esta mujer y ya se portaba genial conmigo. Seguramente solo quería que la aprobara.

Caminamos hacia el quincho donde nos esperaban mi hermano y mi padre sentados en la mesa. Mi papá comenzó a levantarse de su asiento pero lo miré mal y volvió a sentarse. Así era mejor.

Nos sentamos a comer mientras Lucy nos contaba sobre su vida y nos preguntaba a nosotros de la nuestra. Resultaba ser que era bastante agradable, exceptuando que era la nueva esposa de mi papá.

Cuando ya estábamos terminando de comer, apareció un chico de adentro de la casa. Era alto, tenía el pelo marrón oscuro muy diferente a sus ojos claros con pestañas largas y curvadas, era muy musculoso.

Era el chico baño.

O al menos eso supuse ya que no le había visto el rostro.

Se sentó al lado de Lucy y comenzó a comer sin siquiera saludar.

- Jake,¿podrías saludar a tus hermanos al menos? – le dijo Lucy reprochándolo.

Hermanos. No sonaba bien aquello.

Hizo una mueca y levantó la vista de su plato. Miro primero a mi hermano y luego se detuvo en mí, sonriendo.

- Ya nos conocemos– dijo sin apartar los ojos de mí. Se le formaban unos pequeños hoyuelos cuando sonreía y logré distinguir algunas pecas en sus mejillas.

Ya no tenía dudas que era el chico del baño. Mi cara comenzó a ponerse roja como un tomate pero lo oculté lo mejor que pude. No tenía por qué humillarme.

- ¿Ah, si? – preguntó su madre sorprendida alzando sus cejas.

- Claro que no – interrumpí. – Nunca te he visto en toda mi vida– agregué tratando de sonar firme.

- Eso es porque estabas demasiado ocupada con tu cabeza dentro del inodoro– respondió burlándose con una sonrisa. – Por cierto, dejaste un olor de muerte ahí adentro.

Tarado. Debería haberle vomitado en la cara.

- Lamento tanto haber hecho eso– dije en tono falso de disculpa llevándome las manos al corazón.

- No hace falta que me llores, niña– sonrió guiñándome un ojo y sonriendo. Esto parecía divertirlo.

- No me llames niña, imbécil– le espeté. No iba a tolerarlo por más tiempo.

- ¡Megan! – me gritó mi padre.

- No te ofendas niña, pero me importa muy poco lo que pienses tú de mí.

- ¡Jacob! – lo regañó Lucy.

No aguantaba más a este estúpido chico así que me levanté de la mesa y fui adentro de la casa antes que mi padre tuviera tiempo a mirarme mal. Busqué mi valija y la arrastré subiendo las escaleras hacia donde siempre había sido mi habitación. Lo que no me esperaba era que ya estuviera ocupada.

Había una gran valija sobre la pequeña cama con sábanas rosas. Los cajones del armario estaban ocupados y había ropa sucia en el piso. De hombre. De Jacob.

Demonios. Lo que me faltaba.

¿Por qué un chico se instalaría en una pieza color rosa y cosas de niña por todos lados?

Solo él, claro.

La habitación estaba tal y como la deje a excepción de los trofeos, la computadora y el estéreo que supuse que eran de Jake. Seguía teniendo las cortinas con flores azules, la casita de Barbie, los dibujos colgados en las paredes y la diminuta cama rosada con un colgante que tintineaba sobre él. También tenía el pequeño balcón con la hamaca que tanto me gustaba.

- ¿Todavía metiéndote donde no te invitan?

Me di la vuelta y me encontré a Jacob observándome apoyado en el marco de la puerta.

- ¡Jake! Mueve tus malditas cosas de mi habitación – exigí.

- No hay que alterarse tanto, niña – me respondió sonriendo.

- ¿No hay que alterarse tanto? Entonces quita tus cosas de aquí.

- No quiero hacer eso – respondió sin vacilar. – Sabes, este cuarto me gusta mucho. Tiene vista a la paya y eso me encanta.

Le dediqué una mirada asesina y él solo seguió sonriendo. Nada de esto me resultaba divertido.

- Pues la otra habitación da hacia el campo. Y es más grande – dije tratando de convencerlo.

- Tendría que compartir cuarto con tu hermano y la verdad es que no quiero hacerlo. Me agrada el niño pero necesito mi espacio.

La habitación enfrentada a ésta siempre le había pertenecido a mi hermano como ésta a mí. Era bastante más amplia que la mía y además, para cuando habían visitas, se podía sacar una cama por debajo de la otra y dormían dos personas perfectamente. Algo que parece que Jake no comprendía.

- ¿Necesitas tu espacio? – pregunté estupefacta. - ¡Yo soy una chica, yo necesito espacio, no pienso compartir la habitación con mi hermano, así que saca tu culo de MI habitación antes de que yo lo haga por ti! – le grité.

Sentía la cara roja por el enojo pero no lo podía evitar.

- Sigue gritando, es lindo ver cómo te sonrojas – dijo señalando mi cara.

Traté de que mi expresión siguiera igual de enojada. No quería pelear más, no servía de nada.

Agarré mi valija y cuando pasé por al lado suyo le dije:

- Te doy mi habitación solo por hoy, pero mañana te irás con mi hermano.

- Que dulce de tu parte, gracias – me respondió en un tono inocente.

Le hubiera respondido pero estaba demasiado cansada por un día de tantas peleas. En vez de eso salí golpeando su puerta como niña pequeña.

Saqué mi celular y le mandé un mensaje a Sarah, mi mejor amiga. Me hizo prometer que lo haría a diario y realmente la necesitaba en ese momento. Ella iba a venir de visita para mi cumpleaños a finales del verano y ya esperaba con ansias ese día.

Después de recibir su respuesta me fui un poco menos furiosa a dormir. Mañana tendría mi habitación de vuelta.


Summer NightsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora