Capítulo 11

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Ya había pasado más de una semana entera desde mi cena con Connor y en esos días no volví a hablar con él.

Me pasé la mayoría del tiempo con Dylan en el mar, cabalgando, tomando sol y desayunando en Crush. Una vez cuando estábamos en la playa descubrí que Connor estaba en su puesto de salvavidas y quise acercarme para disculparme pero en cuanto me vio desvió su mirada y se alejó.

Sé que estuvo mal lo que hice pero solo quería excusarme. No entendía por qué no me escuchaba. ¿Acaso tenía novia? Y si la tenía, ¿por qué simplemente no me lo decía y aceptaba mis disculpas?

Sarah me había hablado un par de veces y yo le había dicho que estaba un poco triste por su noticia pero que no se hiciera problema. Dylan me había levantado el ánimo con una pijamada con sus amigas acompañado por helado y películas.

También seguí viendo a Jake irse por las noches pero quise esperar por un tiempo hasta tener un plan armado antes de decidir actuar.

Ya era lunes por lo que debía ir a recoger mi bicicleta que ya tanto necesitaba. Cuando llegué a la bicicletería me recibió Tyler con mi bicicleta como nueva.

- ¡Wow! Has hecho un gran trabajo – lo felicité.

- Muchas gracias – sonrió.

Me indicó los nuevos cambios que le había hecho y yo observaba impresionada cada uno de ellos. Ya me estaba despidiendo de él y me subía mi bici cuando me detuvo.

- Meg, quería hablar sobre lo de la otra noche.

Lo miré inquisitiva. ¿A qué se refería? No hablé esperando a que continuara.

- Quería saber cómo te despertaste al día siguiente de la fiesta.

- Pues, muy bien – contenté un poco extrañada.

- Me alegro mucho – dijo con vergüenza. – Es que luego de dejarte en tu casa aquella noche no tuve la posibilidad de volver a verte y...

- Alto, ¿qué?

Se quedó en silencio un momento. ¿Él fue quien me trajo?

- ¿Tú me llevaste a casa después de la fiesta de Connor?

- Sí, claro. Quería ir al baño y cuando entré te encontré durmiendo en el suelo junto a Connor por lo que decidí llevarte a casa. Le dije a Dylan que me iba contigo pero parece que estaba demasiado ebria como para recordarlo. Lo siento – dijo cabizbajo.

Solté mi bicicleta y salté a abrazarlo. Estaba tan aliviada después de tantos días. Había sido solo él y ningún loco. Ya luego la iba a matar a Dylan por no haberlo recordado.

Fui hasta mi casa en mi bici sonriéndole a la gente que me cruzaba. Ya iba conociendo a más gente en este lugar y ellos se iban adaptando a verme con Dylan por todos lados.

Estaba la señora Porter, dueña de la verdulería a la que yo visitaba con bastante frecuencia; Joseph, un buen hombre que vivía a unas cuantas casas de la mía donde siempre lo encontraba regando sus amadas plantas o paseando a su perra Cloe (la que parecía ser la nueva novia de Rufus); la pequeña Izzie, de unos ocho años de edad, era una niña encantadora que trabajaba en el kiosco ayudando a su padre; y por último el señor Torres, un viejo español que vivía solo. Siempre estaba rezongando por todo y Dylan me había comentado que antes de que su esposa falleciera era muy amable.

En este pequeño pueblo todos se enteraban todo.

Cuando ya se hizo de noche me cambié de ropa por una de fiesta para no hacer el ridículo como la otra noche y me acosté hasta que escuché a Jake salir por la puerta. Volví a seguirlo como había hecho la otra vez y me oculté en la parte trasera del vehículo con la horrorosa lona que no había extrañado para nada.

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