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❛se rindió, sin fuerzas, rota y ensagrentada❜
PARECÍA QUE HUBIESEN PASADO cinco minutos.
Mis ojos se abrieron, somnolientos y pesados. Todo pesaba en realidad. Sentía que había dormido durante horas, pero recordaba perfectamente a Roth encerrándose en esa cámara frigorífica. La rabia calentó mis huesos congelados. A pesar de las mantas sobre mi cuerpo, seguía teniendo frío. Mi cerebro dolía como cuando comes muy rápidamente tu helado favorito. Sentía los dedos entumecidos y si intentaba moverlos me dolían como si me los golpearan con un martillo. Respiré por la boca, sintiendo mil agujas raspar mi garganta, por lo que tosí, torturándome a mí misma una vez más.
Un ruido a mi derecha me alertó, haciendo que mis músculos se tensaran y dolieran. Varios hombres vestidos en batas blancas, del mismo color estéril que la pared, las sábanas y todo lo de mi al rededor, comprobaban unos documentos y el pitido de una pantalla. No entendía qué pasaba, qué habían hecho conmigo, pero lo único que sabía es que estaba buscando a Roth desesperadamente.
No lo encontré, y no supe si aliviarme o enfadarme. ¿Dónde estaba ese cobarde y por qué me había metido en aquél frigorífico? ¿Qué habían hecho conmigo? Observé mis brazos, la piel de éstos, pálida hasta el extremo y con el púrpura de las venas extendiéndose a lo largo. Jamás había tenido un color tan enfermizo. Jadeé al ver que mis piernas y mi pecho se encontraban igual. ¿Qué me había pasado?
Los hombres se percataron de mi presencia y con las carpetas aún en la mano se acercaron hasta mí. Me puse nerviosa, no quería que me tocaran. Su proximidad me alteraba de tal manera que podía notar la fuerza de mi corazón latiendo.
─¡No! -grité intentando alejarme, sentándome sobre la camilla y encogiéndome de brazos para evitar que me pusieran las manos encima- ¡No, no me toquéis!
Empezaron a forcejear conmigo. Dos hombres lograron inmovilizarme mientras un tercero clavaba una jeringuilla en mi antebrazo. Ésta empezó a succionar mi sangre hasta llenar el envase y, alejándome, procedieron a etiquetar y guardar la muestra.
─¿Quiénes sois? -pregunté, ignorando la ronquera de mi voz mientras acariciaba con ardor la punzada donde ahí habían clavado la aguja.
Su respuesta brilló por su ausencia, ya que permanecieron en silencio a pesar de mis constantes insistencias.
─¿Dónde está Roth? -inquirí, esta vez ganándome la atención de uno de ellos, que me miró de reojo- ¿Adam Roth? Ese cabrón fue el que me metió aquí. ¿Dónde está?
Carcajeó, haciéndome crujir la mandíbula de la impotencia. Parecían alemanes, o al menos eso supuse al ser una base de Hydra. Estaba segura de que me entendían, o al menos aquel último doctor. Pero me ignoraban. No era nada para ellos.
