Rodeada por la oscuridad de esta habitación, y cubierta hasta la cejas de una manta que apenas me protege del frío de la noche, paso las noches encerrada.
Una habitación cuyas paredes son tan finas que dejarían pasar hasta el sonido de mi respiración.
No de cuantas noches me he pasado observando un techo vacío con los cascos puestos y lágrimas en los ojos, pensando en todo eso que me ronda la cabeza a lo largo de los días y que me perturba (y que no puede salir bajo ningún concepto delante de los demás).
No se cuantas noches he gritado internamente mientras regueros de sangre cubrían mis muñecas y goteaban en mis sábanas, mientras juraba no volver a hacerlo y rezaba por morir allí de una vez.
Noches en las que una canción, una imagen o simplemente un recuerdo, hacen que todo mi muro se derrumbe y caiga hacía un gran abismo que bloquea mi camino.
Si es verdad que el futuro traerá algo mejor, creo que estoy ansiosa por verlo, tanto que si se llegará a demorar demasiado, ya no tendría salvación alguna.