Capítulo 7

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Después de comer y ver el telediario, decidí vestirme, me puse unos pantalones azul marino y una blusa beis de Massimo Dutti. Me peiné y me maquillé ligeramente, me gustaba parecer natural y además no tenía ganas de pasar mucho tiempo maquillándome.
Cuando acabé le eché un poco de comida a Robin y me senté un rato en el sofá.
Más tarde, llamé a Pablo y hablé casi una hora con él. Le conté lo que me había pasado. Se puso muy contento y le interesó mucho, insistió en que le llamase cuando llegará después.
Al poco, se hizo la hora de irme.
Llegué a la cafetería un par de minutos antes, pero él ya estaba allí:
-Hola. Saludé.
-Hola. ¿Ya sabes quién soy?
-Sí, comandante.
-¿Qué quieres?
- Un café cortado descafeinado de cafetera con sacarina. ¿Quieres que lo pida yo?
-Creo que aun me sigo acordando de mi café.
Ya teníamos algo en común: el café.
Oí unos gotas chocar contra la ventana que tenía a mi derecha. Otra vez estaba lloviendo, de nuevo tormenta. No era de extrañar en Londres. Se podría incluso decir que es la ciudad de la lluvia.
Trajo los dos cafés se sentó y retomamos la conversación:
-Tú eres...
-Clara. Encantada.
-Igualmente.
Tomamos un poco de café; que nos duraría toda la tarde.
Abordamos todo tipo de temas de conversación desde nuestras profesiones a la comida que más nos gustaba. Coincidíamos en la mayoría de cosas, algo que hizo que nos sintiéramos como si fuésemos amigos de toda la vida. Era algo muy agradable ya que nos acabábamos de conocer. Nos reímos todo lo que pudimos e incluso en alguna ocasión perdimos en cierta parte la compostura. Todo esto hasta que se nos acabó el café, íbamos a pedir otro café, pero nos dimos cuenta de que ya iba siendo hora de que nos fuésemos a nuestros respectivos hogares. Intenté pagar los cafés pero Gonzalo utilizó todo tipo de argumentos caballerescos que impidieron que yo pagase.
Salimos a las 20:12 de la cafetería, todavía llovía bastante. Gonzalo se empeñó en acompañarme y no pude rechazar la oferta. En el camino hablamos de perros, le conté cosas sobre Robin y el me contó que había tenido un perro hacía unos años pero que lo tuvo que dar porque se le junto con el trabajo y apenas podía cuidar de él.
Llegamos al portal. La calle estaba silenciosa, no había nadie. Los dos nos callamos y nuestros rostros se fueron aproximando y... Nos besamos.
Fueron unos cortos instantes, pero fue perfecto.

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