Capítulo 8

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He tenido náuseas toda la mañana y no hacen mas que empeorar cuando me posiciono en mi lugar mirando al frente. Los ojos me pican, pero me niego a dejar que todos me vean débil.

—Bien, ahora los hombres— continúa Effie. A través de sus palabras, que pretenden desprender emoción con su acento capitolino, puedo percibir la tristeza y, tal vez, lástima—Haymitch Abernathy.

Antes de poder siquiera sentirme aliviada, escucho la voz de Peeta anunciando que es voluntario. Al instante, mi cabeza se gira en su dirección. Sé que intenta decirme algo con la mirada, una especie de 'lo siento' silencioso mientras se adelanta unos pasos, colocándose en su lugar. Por mi parte, me quedo petrificada en mi sitio. ¡Éste no era el plan!

Aún no salgo de mi ensimismamiento cuando un agente de la paz tira de nuestros brazos hacia el interior del edificio de la justicia.

—Esta vez no habrá despedidas. Hay nuevo protocolo.— anuncia con voz fría y burlona. ¿No habrá despedidas?

—¡Prim!

—¡Katniss!

—¡Adiós, te quiero!— grito antes de que las puertas se cierren frente a nosotros.

Apenas entro en el tren, corro al baño y vomito todo lo que comí antes de la Cosecha. Y como siempre, Peeta está allí. Una vez que he expulsado todo, me ayuda a levantarme y me deja unos segundos sola para lavarme la boca.

Cuando salgo mis ojos se encuentran con los suyos y me pierdo en ellos por unos segundos con la esperanza de que me hagan sentir tranquila pero sé, que muy en el fondo, está tan atemorizado y destrozado como yo.

—¿Estás bien?— pregunta él. Me quedo en el marco de la puerta, intentando no salirme de control y gritarle todo lo que quisiera. Asiento con la cabeza un par de veces.

—No seguiste el plan.— espeto acusatoriamente.

—No soportaría verte en la pantalla cuando puedo estar contigo, asegurándome de que están bien.— su mirada es capaz de calmarme un poco, solo un poco— no estaré tranquilo hasta que sepa que regresarás a casa.

Unas semanas antes, cuando ya no soportaba tener que inventar excusas que sabía que nadie creía y tener la pequeña esperanza de que me había equivocado, que todos mis malestares eran por nervios o algo más, Peeta y yo le contamos todo a mi madre, y ella confirmó mi embarazo. Prim lloró por días y sé que mamá también lo hizo; aunque no nos dejara verla, sus ojos rojos en las mañanas lo decían todo. Esa noche le rogué que me prometiera que si su nombre no salía, no se presentaría voluntario. Le prometí y le juré millones de veces que si aceptaba hacerlo, yo haría mi mayor esfuerzo por salir de allí, y mientras tanto, él podría hacer amigos con los patrocinadores y mandarnos lo que necesitáramos. Utilicé todos los argumentos que tenía y, al final, poco antes de que el Sol saliera, aceptó.

Pero rompió su promesa. Y ahora estamos de camino a los Juegos, donde nos soltarán a ambos para morir de la peor manera posible. Antes estaba segura de que, aunque yo muriera, él estaría a salvo y seguro. Ahora, sé que no lo está en absoluto.

—Aunque seamos los úlimos sobrevivientes, sabes que no nos dejarán vivir a ambos. No cometerán el mismo error otra vez.

—Lo sé.— se levanta lentamente y estira los brazos hacia mí. Dudo un segundo y después lo abrazo fuertemente. Entierro mi cabeza en el hueco de su cuello sintiendo que los ojos me pican.

Extrañaba tanto sus brazos.

Lo extrañaba tanto a él.

Aspiro su aroma, tan tranquilizador como sus palabras cuando tengo pesadillas. Intento concentrarme en el presente, y no pensar en el futuro, pero es imposible. Sólo uno saldrá vivo de ahí, y sé que no debo darme por vencida tan rápido, pero de alguna manera, sé que no seré yo, el presidente hará que me maten. Pero ¿y Peeta? ¿seguirá luchando aún después de que yo muera? ¿Después de que lo que podría ser su familia en un futuro muera?

Espero que sí.

El castigo de Peeta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora