Capítulo 9

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N/A: Bien, sólo diré que he regresado...

La puerta se abre dejando ver a Cinna, quien me muestra una pequeña sonrisa mientras se acerca.
—Si sueltas una lágrima te asesino ahora mismo.—espeto bruscamente, recordando las últimas horas con mi equipo de preparación.
—Hablaré con ellos.—dice. Conforme con eso pregunto:
—¿Qué llevaremos este año?

•~•~•~•~•~•~•

Cuando es momento de vestirme y mis mascotas vienen, Cinna dice que su trabajo ha sido espectacular y que no necesita hacer mucho, por lo que ellos se van. Mi atuendo esta vez consiste en un mono negro que me cubre todo el cuerpo, desde el cuello hasta los pies, además de una pequeña corona de metal oscuro. Parece simple, pero que haya sido diseñado por Cinna me es suficiente para saber que algo magnífico ocurrirá allá afuera. Él trenza mi cabello como mi madre le enseñó y luego me maquilla. Y finalmente, Cinna hace magia al presionar un punto en mi muñeca. Me miro en el espejo y sé, que la persona reflejada en él no soy yo. Las colores van y vienen, simulando el color de una brasa ardiente.
—Cuando estés en el carruaje no sonrías, mira siempre al frente. Hazlos sentir que no merecen tu atención.
Esto me hacer sonreír.
—Al fin algo en lo que soy buena.
Lo miro por unos segundos. Él levanta sus cejas invitándome a decir lo que tenga que decir. Estoy indecisa, no sé qué hacer.
Sonrío y niego ligeramente con la cabeza. No menciono al bebé.

•~•~•~•~•~•~•~•~•

Bajo para reunirme con Peeta y Haymitch, pero ninguno de los dos ha llegado aún, así que intento pasar desapercibida acariciando el cuello de uno de los caballos de mi carruaje. A diferencia del año pasado, los tributos se han reunido en pequeños grupos y platican entre ellos. Se conocen entre sí. Pero Peeta y yo somos la excepción. El hecho de que eso nos vuelva más vulnerables me molesta.
Me volteo al escuchar un crujido y miro directo en los ojos verde mar de Finnick Odair. Finnick es una celebridad en el Capitolio. Es uno de los vencedores más jóvenes; ganó sus juegos a los 14. No le faltó nada pues todos lo amaban, incluso recibió el regalo más caro enviado a la Arena: un tridente. Cuando fue coronado vencedor era aún muy joven, así que sus admiradoras tuvieron que esperar a que cumpliera los 16. Desde entonces ha complacido a varias mujeres durante sus visitas al Capitolio.
—Hola Katniss—saluda como si nos conociéramos desde hace años.
—Hola Finnick—su rostro se encuentra a centímetros del mío, lo cual me pone nerviosa. Y el hecho de que solo tenga una red cubriendo sus partes íntimas no ayuda.
—¿Quieres un azucarillo?—ofrece tendiéndome la mano— Se supone que son para los caballos pero ellos tienen años para comerlos, en cambio tu y yo...
—No, gracias. Pero podrías prestarme tu atuendo algún día.
Sonríe y dice:
—Me das miedo con ese traje, ¿dónde quedaron tus vestidos de niña bonita?
—Ya me quedan pequeños.
—Qué triste es todo esto. Habrías sido muy famosa en el Capitolio, tendrías lo que quisieras... Joyas, dinero...
—Tengo más dinero del que necesito y considero las joyas algo inútil e innecesario. ¿Tú en qué gastas el tuyo, eh?
—Hace tiempo que no hago tratos por algo tan común como el dinero.
—¿Y con qué pagan por el placer de tu compañía?
Se acerca más a mí hasta que sus labios están casi en contacto con los míos y deja caer sus párpados lentamente.
—Secretos.—susurra—¿Y tú chica en llamas? ¿Tienes algún secreto que valga mi tiempo?
—No. Soy un libro abierto. Todo el mundo parece saber mis secretos incluso antes que yo misma.
—Desafortunadamente querida, creo que eso es cierto.—exclama sonriendo. Sus ojos miran a otra parte por un segundo y dice:—Peeta está viniendo. Siento lo de tu boda. Sé lo devastador que debe haber sido para ti.
Idiota.
Se mete un cubo de azúcar a la boca y se marcha.
Segundos después, Peeta está a mi lado, vestido igual a mí.
—¿Qué quería Finnick Odair?—pregunta.
Me acerco a él y pruebo mi mejor voz seductora.
—Quería saber todos mis secretos.
Él ríe. La música comienza a sonar.
—¿Lista?—Me tiende la mano para ayudarme a subir en el carruaje, después lo ayudo a montarse—¿Dónde están Cinna y Portia?
—No lo sé.—respondo pasando la mirada por todo el lugar. Las grandes puertas se abren y los primeros tributos salen. La gente grita.
—Tendremos que encendernos a nosotros mismos.
El carro avanza.
—Peeta—lo llamo—estoy mareada.—"y quiero vomitar", completo en mi cabeza. Él me mira preocupado sin saber qué hacer— Sólo sujeta mi mano y no me dejes caer.
No duda un segundo en hacerlo y, justo cuando el carro sale, encendemos nuestros trajes. Los capitolinos enloquecen totalmente.
Hago caso a lo que Cinna dijo y miro directo al frente, con la vista fija en algún punto lejano. Esto se siente tan bien. El carruaje da la vuelta al centro permitiéndome ver los trajes de algunos tributos, cuyos estilistas han, claramente, intentado copiar a Cinna y Portia. Distrito 3, electrónica; y Distrito 10, ganadería. Estos últimos me parecen estúpidos. ¿Qué querían lograr? ¿Qué se supone que son? ¿Carne asada? Pensar en comida me revuelve el estómago.
El carro se detiene y cuando mis ojos se topan con los de Snow, el odio me hace olvidar los malestares. Él no aparta la mirada y tampoco yo lo hago. Deseo transmitirle a través de ella todo el repudio que siento por él. Cuando termina su discurso de bienvenida, suena el himno y el carro avanza de nuevo.
Las puertas se cierran tras nosotros y veo a nuestros estilistas acercarse. Peeta se inclina hacia mí y susurra en mi oído:
—¿Cómo estás? ¿Tienes náuseas? ¿Necesitas ir al baño?
Asiento con la cabeza un par de veces.  Peeta baja del carruaje y luego me ayuda a mí. Caminamos directo a los ascensores y busco a Haymitch con la mirada. Está con Brutus y otra mujer, seguro son los tributos del 11.
Aprieto más fuerte la mano de Peeta al sentir que las náuseas no se van. Sin embargo, por experiencia, sé que no lo harán hasta que mi cuerpo expulse todo. Él acelera el paso y nos paramos frente al ascensor esperando a que las puertas se abran.
—¡Ah!—suelta ella al llegar— Mi estilista es un asco ¡Nuestros tributos llevan años vistiendo como árboles gracias a ella! Cinna es increíble, te vez espectacular.— me dice. La reconozco. Es Johanna Mason, Distrito 7, Madera y papel. Volteo hacia ella no sabiendo qué hacer. Johanna se quita el adorno de ramas de la cabeza y lo arroja tras de sí sin importarle dónde va a parar. Las puertas se abren y los tres entramos. No puedo pensar otra cosa además de 'rápido, rápido, rápido'. Cuando el elevador se pone en marcha, Johanna intenta alcanzar el cierre de su traje de árbol sin éxito. Me mira un segundo y después de dirige a Peeta:
—¿Me ayudas?—se coloca frente a él, dándole la espalda. Miro de reojo a Peeta y noto que duda por un momento. Luego lleva su mano a la parte superior de la espalda de ella y baja la cremallera.
Johanna deja caer el traje a sus pies y lo aleja con una patada, quedando sólo con sus zapatillas color verde. Peeta me da una mirada fugaz y luego mira a Johanna para rápidamente voltear a otro lado. Ella me mira con una sonrisa en los labios y luego le pregunta a Peeta algo sobre sus cuadros, comenzando así una conversación entre ellos dos que dura una eternidad. Me siento demasiado incómoda con esto: Johanna desnuda, Peeta frente a ella, muy cerca... Lo peor que podría pasarme sería vomitar frente a alguien que no sea Peeta, pero desearía hacerlo justo ahora, aquí, sobre ella, y así librarme de dos problemas. Afortunadamente llegamos al piso 7, evitando que haga una estupidez. Johanna se despide de Peeta(a mí prácticamente me ignora), y sale contoneando sus caderas de una manera muy exagerada. ¡Ya no aguanto! Necesito un baño ¡ahora!
Peeta me mira y ríe. ¿Se burla de mí? Le lanzo una mirada de advertencia.
—Eres tu Katniss, ¿qué no lo ves?
—¿Yo soy el qué?—pregunto molesta.
—Johanna, Finnick... Se comportan así porque eres tan... Ya sabes.—dice él.
—No. No lo sé.—espeto.
—Eres tan... Pura.
—No lo soy. ¡Prácticamente te he arrancado la ropa durante el último año cada vez que había una cámara cerca!
—Para el Capitolio eres pura.—aclara— Para mí, eres perfecta. Solo quieren molestarte.—dice acercándose. Retrocedo un paso.
—¡Se ríen de mí! ¡Igual que tú!
—No.—dice con una sonrisa de lado.
Apenas las puertas se abren en nuestro piso, salgo corriendo hacia el baño. Conozco este lugar, estuve aquí el año pasado. Me dirijo a mi antigua recámara y entro en el baño de ésta inclinándome sobre el wáter justo a tiempo. Doy arcadas horribles por unos segundos hasta que siento sus manos en mi espalda, sujetando mi cabello por mí. Cuando he vaciado mi estómago me levanto con su ayuda y lavo mis dientes. Miro el reflejo de mis ojos llorosos en el espejo y salgo para encontrarme con Peeta sentado en la cama. Por alguna razón siento mucha ira... Hacia él. Sin pensarlo(he perdido esa capacidad ahora) comienzo a gritarle:
—¡Vete!
—Katniss...
—Sal de aquí.—ordeno furiosa mientras lo jalo del brazo, él se levanta pero no se mueve.
—¡Te dije que te vayas!—lo empujo hacia la puerta pero estoy débil y no logro mucho.
—Katniss, basta.
—¡No! ¿Estás sordo? ¡Vete!—está preocupado, lo veo en sus ojos. Peeta se mueve rápido y me atrapa entre sus brazos estrechándome fuerte. Como puedo lo golpeo una y otra vez hasta que se da por vencido y me suelta.
—¡Sal!—mi voz se quiebra y siento las lágrimas en los ojos. Se distrae un segundo y aprovecho para empujarlo hacia afuera. Se queda en el marco.
—Por favor...
—Sal-de-aquí.—repito— Ve con Johanna.—exclamo bajito, con un deje de resentimiento en la voz. Su rostro muestra sorpresa y confusión pero no se mueve, así que cierro la puerta, la cual por suerte no lo golpea y le pongo seguro por dentro.
Dejo que las lágrimas fluyan libres mientras me recuesto escuchando a Peeta intentando razonar conmigo desde el otro lado. Sólo intento ignorarlo y lloro por unos minutos como hace mucho que no lo hacía. Me quedo dormida con la imagen de los ojos tristes del chico del pan en la cabeza.

El castigo de Peeta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora