Capítulo 12

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Las entrevistas comienzan y Cashmere, por ser la mujer del Distrito uno, va primera. Durante el tiempo asignado a su entrevista se la pasa llorando, diciendo lo mal que se siente al pensar que los Capitolinos llorarán mucho al ya no poder tenernos más con ellos. Gloss agradece la amabilidad mostrada a él y a su hermana. Beetee cuestiona la legalidad del Vasallaje. Finnick lee un poema para su amor, provocando que muchas de la audiencia se desmayen.
Johanna y Seeder intentan evitar los Juegos, alegando que si el Presidente Snow es tan poderoso como todos en su Distrito comentan, puede cambiar las reglas con sólo dar una orden. Y después de Chaff, es mi turno.
Cuando me paro en el lugar asignado, puedo ver qué tan mal está la audiencia. Todos han llorado, algunos siguen histéricos, incluso han pedido cambios. Pero el verme a mi, con mi vestido de seda blanca, provoca un motín. El tiempo pasa mientras Caesar intenta acallar a la audiencia. Y cuando al fin lo logra, me queda muy poco tiempo.
—Katniss, esta es una noche muy emotiva. ¿Algo que quieras decir?
—Que siento mucho que no puedan asistir a mi boda.—digo sonriendo interiormente— Pero me alegra que puedan verme en el vestido. A que es hermoso.—agrego.
Y entonces empiezo a girar, manteniendo mis brazos por encima de mi cabeza. Huele a quemado, sale humo del vestido y pedazos carbonizados vuelan libres por todas partes. La audiencia grita y me asusto, '¿estaré quemándome de verdad? ¿Moriré?' De alguna manera me convenzo de seguir y no me detengo hasta el final. Estoy tan mareada que me tambaleo un poco antes de poder regresar a mi posición original.
Todos, incluso Caesar me miran con los ojos bien abiertos. Se escuchan grititos y exclamaciones de asombro.
Me miro en la pantalla al tiempo que levanto los brazos otra vez admirando mi vestido, que es casi igual, excepto por el hecho de que éste es oscuro y en vez de seda, tiene plumas.
Caesar, estupefacto exclama.
—Son plumas, eres un pájaro.
—Un sinsajo.—aclaro. Y entonces comprendo lo que esto significa. Cinna se ha puesto en peligro. A Snow no le pasará desapercibido.
—Valla. Es increíble.—suelta— Cinna, ¿dónde estás?—la delgada figura de mi estilista se eleva entre el público haciendo una reverencia— Mis respetos. Haz hecho un trabajo espléndido, nuevo, nunca antes visto.
Siento mi corazón acelerado porque temo por él. Incluso Caesar sabe lo que esto significa. Sabe cómo se interpretará en los Distritos. Y Cinna se ha puesto en peligro a sí mismo.
Un zumbido indica que mi tiempo ha terminado. Caesar me agradece y regreso a mi lugar.
Es el turno de Peeta.
Él y Caesar comienzan diciendo algunos chistes, los cuales, después de un tiempo, cesan.
—Dime Peeta, ¿cómo te sentiste cuando supiste del Vasallaje?
—Estaba en shock. No podía creer el giro tan... Drástico que dio mi vida. Es decir, un momento estaba viendo a Katniss con esos vestidos de novia y al siguiente...
—Supiste que no habría boda.
Peeta, nervioso, mira a la audiencia, luego al suelo y finalmente a Caesar.
—¿Crees que nuestros amigos podrán guardar un secreto?
Todos ríen pues, debido a que todo el país lo está viendo, eso sería imposible.
—Claro.—lo alienta Caesar.
—Ya estamos casados.—dice quedito. La audiencia demuestra su asombro. No lo puedo creer. ¿Qué pretende hacer?
—Pero, ¿cómo?—pregunta confundido.
A continuación, Peeta aclara que no es nada oficial, y describe el tueste.— ¿Quién lo sabía?
—Nadie, ni siquiera nuestras familias o Haymitch. Era algo privado. Nos amábamos y no queríamos esperar más, así que simplemente lo hicimos.
—¿Sucedió antes del Quell?
—¡Por supuesto! Nunca lo habríamos hecho de haber sabido lo que pasaría.
Caesar suspira y rodea a Peeta con un brazo.
—Bueno, me alegro que hayan tenido un tiempo de felicidad.
—Yo no.—dice Peeta secamente.
—¿No es mejor poco a nada?—exclama confundido.
Mi pulso se acelera y soy capaz de sentir cada uno de los latidos en cada rincón de mi cuerpo. Después de una pausa, Peeta habla.
—Yo también pensaría eso, si no fuera...—me dirige una mirada fugaz antes de terminar—si no fuera por el bebé.
Primero hay un silencio sepulcral, mientras todos lo asimilan. Luego ocurre todo lo contrario. Gritos, reclamos, caos. Y es que nadie puede negar lo horrible que es la situación. El zumbido muy a penas se escucha por sobre todo el ruido. Y yo, yo estoy paralizada. No pienso en nada mas que en las palabras de Peeta. Segundos después, lo siento rodearme con sus brazos. Deja un pequeño beso en mi frente y se separa de mí al tiempo que une nuestras manos. Sin pensarlo, casi instintivamente, alargo mi otro brazo y sujeto el muñón de Chaff. Y de un momento a otro toda la fila de vencedores nos estamos tomando de las manos en un gesto de rebelión. Unión. La misma unión que acabará justo cuando suene el gong que indique el inicio de los Juegos. Estoy segura.
Entonces quedamos a oscuras y la transmisión es cortada, aunque demasiado tarde porque todos lo han visto.
Pierdo el contacto con Chaff pero Peeta me sujeta fuerte y me guía a un ascensor. Mientras subimos, me pregunta si debe disculparse por la confesión. Mi respuesta es negativa porque, a pesar de que ahora todos saben nuestro secreto, de alguna manera lo ocurrido me da fuerzas.
De repente, el ascensor se detiene bruscamente unos pisos antes de llegar al nuestro, provocando que me golpee con una de las paredes. Peeta se apresura a brindarme su ayuda justo cuando las puertas se abren y veo a un par de agentes de la paz esperando fuera. Antes de poder hacer o pensar nada, ambos entran en el elevador y uno de ellos presiona un botón. Inmediatamente comenzamos a descender de nuevo. Inconscientemente me acerco a Peeta quien estira uno de sus brazos hacia mí pero es detenido por uno de los agentes. El otro sujeta mi brazo sin cuidado alguno, lastimándome. Me quejo ligeramente cuando me saca casi a rastras del ascensor al llegar a nuestro destino, provocando que Peeta se altere. La desesperación y los gritos comienzan cuando veo a Peeta doblarse debido al golpe que le propinan en el abdomen, luego de eso nos separan. A mí me llevan a un cuarto de colores claros que estaría vacío de no ser por una cama pequeña. Y Peeta...
—¡Peeta!—grito cuando escucho que cierran la puerta desde afuera.
Para entonces las lágrimas ya salen como si de un grifo abierto se tratara. Sigo gritando su nombre, golpeando la puerta y chillando como niña pequeña por un largo rato hasta quedarme afónica. Y finalmente, después de una eternidad, la puerta se abre de nuevo y una mujer entra acompañada del mismo agente.
—Hola Katniss. Soy...—comienza la mujer amablemente.
—¿Dónde está Peeta?—la corto.
—El presidente me ha dado órdenes de verificar si tu embarazo es real.—instintivamente coloco mis brazos cubriendo mi estómago. Lentamente se acerca a mí y yo retrocedo.
—Es muy sencillo, no te lastimaré, lo prometo. Sólo sigue mis indicaciones y terminaremos muy rápido.—la manera en que lo dice me hace sentir como un animal salvaje al que intenta no dar razones para atacar. Me doy la vuelta y corro al lado opuesto de la habitación. No pienso dejar que me toquen.
Al parecer la mujer ha perdido la paciencia porque la escucho bufar y ordenarle al agente que me recueste en la cama y me sujete bien. No tengo a dónde ir, no puedo intentar salir corriendo porque la puerta está cerrada, seguramente con llave. El hombre hace exactamente lo que ella dijo mientras yo forcejeo y grito. La mujer intenta callarme diciendo que estoy a salvo y que soy la única que puede hacerse daño. Finalmente, luego de un rato la escucho y decido que tiene razón, así que dejo de luchar. La mujer sonríe y saca algo de un bolsillo. Es pequeño y tiene forma ovalada.
—Levanta el vestido.
—¿Qué es eso?—¿quiere hacerle daño al bebé? Sin pensarlo mi cuerpo automáticamente intenta pararse son éxito, pues el agente me recuesta de nuevo bruscamente, haciéndome gemir.
—Con cuidado.—espeta ella. El agente le resta importancia haciendo un gesto con la mano y se voltea— No te dañará. Sólo lo pasaré por tu abdomen para confirmar que llevas un niño ahí. Es sólo por unos segundos y tampoco lastimará al bebé.
No sé si confiar en ella y la idea de que alguien que no sea yo me vea semidesnuda tampoco me agrada mucho pero no me queda otra opción. Levanto el vestido hasta que queda bajo mi busto. Entonces la mujer hace justo lo que dijo que haría. Suavemente frota el objeto contra la zona en donde debe estar el bebé por unos segundos hasta que emite un beep.
—Ya está.
Luego se va sin decir nada. Me pongo de pie y acomodo el vestido.
Unos minutos después, el mismo agente me saca del cuarto y me lleva a rastras hasta otra habitación donde, afortunadamente, Peeta me espera.
—¡Peeta!—chillo. Me acerco a él dando grandes zancadas y lo abrazo como si no lo hubiera visto en mucho tiempo.  'Está bien' me repito, 'él está bien'.
—¿Te han hecho daño?—pregunta apresurado y con miedo.
—No. ¿A ti?—mi corazón bien podría salirse de mi pecho con cada latido.
Él niega con la cabeza.
—Señor Mellark.
Mi cuerpo se tensa al instante. Me suelto de Peeta y doy media vuelta. Y ahí está él.
—Señorita Everdeen.—de inmediato siento un olor dulzón que me provoca náuseas.
No sé cómo es que logro decir algo a continuación.
—Mellark.—digo segura.
—¿Disculpe?
—Soy Katniss Mellark. Ya lo ha dicho Peeta.—nuestras manos se encuentran y se entrelazan al instante. No estoy acostumbrada a esto y es extraño. Nunca me había referido a mí misma como Katniss Mellark pero quiero dejar muy en claro quién soy.
—Oh, claro.—exclama él dejando la puerta para adentrarse en la habitación y sentarse en un sillón rojo— Por favor, siéntense.
Peeta y yo hacemos caso y nos acomodamos uno junto al otro frente a Snow.
En este momento paso la mirada rápidamente por el lugar para saber dónde me encuentro. Las paredes de colores claros; una mesa de vidrio oscuro en el centro y un par de sillones rojos rodeándola; una ventana con cortinas oscuras; y rosas, un jarrón en el centro de la mesa lleno de ellas.
—¿Sabe lo que ha provocado señor Mellark?—exclama el presidente— la gente quiere que se cancelen los Juegos.
—Tal vez debería complacerlos.—dice Peeta calmado. El presidente ríe falsamente.
De repente un avox entra en la sala, le entrega a Snow una tarjetita y se va.
—Qué sorpresa, un bebé. Veo que se tomaron muy en serio la actuación.—dice después de leer lo que dice el papel. Me gustaría aclarar que en realidad fue un error pero me quedo callada. Peeta me agarra con fuerza la mano y es entonces que noto que estoy temblando un poco. El olor dulce me marea y me provoca náuseas.
—La gente no quiere a una mujer embarazada ahí dentro.—comienza de nuevo— Pero no estoy dispuesto a cambiar el Vasallaje.—lo sabía. Por un momento creí que, al saberse la verdad, algo cambiaría. Me equivoqué— Sin embargo... Creo que podemos llegar a un acuerdo ¿o no?—suelta después de una larga pausa.
—¿Qué acuerdo?—pregunta Peeta.
El presidente se pasa la lengua por los grandes labios y sonríe.
Algo me dice que este "acuerdo" no beneficiará a nadie mas que a él mismo.

El castigo de Peeta.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora