7. Cacería

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La brisa invernal empañaba los cristales de aquel automóvil, y los neumáticos de vez en cuándo se deslizaban sin mucho control por el exceso de nieve en la acera.
Una o dos veces los equipos de búsqueda tuvieron que tomar rutas alternas para prevenir un choque, pero al final, lograron llegar a su destino, la gran ciudad.
Lo que alguna vez fue una gigantesca urbe llena de vida, ahora era una decadente y olvidada escena, llena de despojos de lo que llegó a ser una sociedad, autos, casas deterioradas, edificios y demás entornos cubiertos de nieve. Siguieron conduciendo durante unos cuantos minutos más, hasta que se detuvieron cerca de un edificio bastante grande que aún parecía estar firme.

Descendieron en el estacionamiento y encontraron más restos, autos desolados y vestigios de humanos que ya estaban casi irreconocibles. Detuvieron los vehículos y bajaron, Sam levantó su ametralladora y vislumbró el lugar, no parecía haber rastros de los infectados o de cualquier cosa, si algo vivió allí, había muerto hacía mucho tiempo.

—Mientras tengamos luz de día, creo que estaremos a salvo —habló Noah una vez que bajó de la camioneta donde venían.
Habían ido veinte sobrevivientes en total, Diana había ordenado que Joseph y Peter se quedaran en la comunidad para mantenerla a salvo, así que Noah y Sam llevaban la misión de encontrar el nido. Dejaron a dos a cargo de supervisar los autos y avisar si algo sucedía, mientras, el resto salió del estacionamiento de aquel edificio para registrar la ciudad.

La brisa gélida cortaba la respiración y hacía tiritar a todos, Sam se preguntó cómo era que esas cosas podían mantenerse vivas con una temperatura así, entonces reaccionó, estaban muertos, el frío les favorecía mucho más que a ellos.

—No veo un puto carajo —soltó Edward, alzando sus manos para contener la brisa que azotaba sobre sus ojos.
No era el único, ventiscas se levantaban y nublaban todo a su paso, casi parecía que caminaban entre sombras difusas.

—No se separen, no queremos perder a nadie —habló Sam, sintió el frío sobre sus pulmones al abrir la boca, siguieron camiando pero no parecía, haber rastro de ellos.
Pasaron a un lado de un café, los cristales estaban rotos y la fachada tanto por dentro como por fuera estaba hecha un asco, Sam miró en su interior, los únicos vestigios de los últimos clientes del lugar eran huesos y manchas de sangre ya inmortalizada sobre las paredes.

—Carajo —susurró, y siguió camiando. Sus recuerdos sobre la ciudad se habían estado extinguiendo, ni siquiera lograba recordar casi nada luego de la pandemia, a excepción de los aviones, alzó su vista, y como una figura fantasmal vio uno, sonrió amargamente y entonces supo que nunca jamás volvería a ver uno surcando los cielos.

—Bien, ¿si yo fuera un horroroso y fétido monstruo devora carne, dónde me escondería? —preguntó Marcus, sacó un cigarrillo y lo encendió.

—En un gran agujero —dijo Noah apuntando hacia un gigantesco cráter en donde alguna vez hubo una calle.
Todos se acercaron para observar de mejor manera.

—Sí, yo si me escondería ahí —mencionó Dash, pateó una roca y escucharon el eco al caer.

—Debe tener unos seis u ocho metros de profundidad. Debemos bajar para revisar.

El derrumbe hizo que los pedazos de asfalto funcionaran para ayudarlos a barajar sin la necesidad de cuerdas o cualquier otra cosa. Al poner los pies en la tierra, notaron que conectaba directamente con las cloacas, el agua pútrida y el aroma nauseabundo del lugar los recibió, y cada paso era peor.

La oscuridad era mayor en cuanto más se adentraban, pero eso no era lo malo, mientras avanzaban, Dash pisó algo, la luz de las linternas les hizo ver el cadáver de una rata, parecía que le habían arrancado un gran pedazo de carne con una mordida.

—Están aquí —aseguró Sam, alzó la luz de la linterna e iluminó el canal, había sangre fresca regada. Todos alzaron las armas y siguieron con el recorrido.
Caminaron durante un largo tiempo, sin encontrar alguna pista sobre los nocturnos, hasta que llegaron, al verdadero nido. Una sección de los drenajes que conectaba a varios túneles, en ese lugar, habían cientos de huesos humanos, casi apilados en forma de montículos alrededor del lugar.
Todos los allí presentes se quedaron petrificados al ver esa escena, nunca habían visto nada igual, se dispersaron un poco y comenzaron a buscar.

De repente, una figura blanca emergió de entre las aguas negras y arrastró a un miembro del grupo, rápidamente el agua se coloró con su sangre.

—¡Eliot! —gritó Elizabeth, mientras contemplaba cómo devoraban vivo a su amigo. De entre los túneles o las aguas, los muertos salían como una marabunta de depredadores hambrientos.

Nadie dudó ni un segundo, todos comenzaron a disparar hacia las criaturas. Centenares de balas trazadoras volaban por doquier, y reducían ligeramente el número de infectados, pero aún así los superaban en cantidad, así que comenzaron a correr.

La persecución los llevo hasta un túnel que tenía dos canales, ni siquiera pudieron seguir el mismo camino, los muertos se acumulaban como una plaga tras ellos. Noah giró hacia la izquierda y unos cuantos se fueron con él.

—¡Nos vemos en la superficie! —gritó Sam, nuevamente alzó su arma y dejó escapar una ráfaga que acabó con los muertos más próximos, él se marchó en la dirección contraria con el resto del grupo.










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