9. Comienza la cacería.

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Desperté de la nada. Tardé un par de segundos en reaccionar. No sabía en dónde estaba, hasta que lo recordé: Era la Arena.

Desaté la soga que me amarraba a la rama del árbol y bajé con el mayor cuidado de no hacer ruido por si había algún tributo cerca.

Para guiarme por el camino decidí seguir el arroyo en dirección opuesta a la de la corriente. En el camino aparecieron algunos arbustos con frutos y bayas que recordé no eran venenosas. El ejercicio de reconocimiento de plantas y raíces comestibles estaba sirviéndome. Tomé unos cuantos y los guardé en el bolsillo de la mochila, mientras comía algunos.

Luego de varios minutos caminando, me desvié del arroyo y continué caminando sin un rumbo fijo. Mientras tanto, recolectaba algunas frutas, bebía agua y me mantenía alerta por si alguien me emboscaba.

Todo estaba demasiado tranquilo, y empecé a dudar de este silencioso lugar. La paz se acabó cuando que me tomaron por sorpresa ambos tributos del 12. Inmediatamente me lanzé a correr, pero tropecé con una raíz y caí al suelo de boca. Un par de segundos después ellos estaban cerca, a punto de atraparme.

Primero llegó la chica. Se lanzó encima mió tratando de clavarme un cuchillo en la cabeza, pero era muy debil para pelear y por eso la tiré al suelo fácilmente, donde le clavé el cuchillo. Luego, le robé un carcaj de flechas y un arco. Sonó el cañón.

En ese instante llegó el muchacho. Le disparé una flecha, pero él se anticipó y se agachó, esquivándola. Así que nuevamente me eché a correr. Él detrás mío. El tipo era un poco lento, así que lo perdí de vista fácilmente.

Salí corriendo hasta quedar entre unos arbustos. Otro cañonazo más indicaba un tributo menos. Minutos después apareció el aerodeslizador para llevarse el cadáver. El viento producido por las turbinas mecía las hojas de los árboles, haciendo que las aves que se posaban en sus ramas escaparan volando.

Continué andando. Llegué a un claro del bosque donde habían unos conejos. Con una nueva flecha, disparé al animal. Luego lo recojí, le retiré la piel y lo comí en una pequeña fogata. Tomé un poco de agua y apagué el fuego. Cubrí los restos de cenizas con ojas y tierra y continué nuevamente.

Seguí caminando hasta que anocheció. Trepé nuevamente a un árbol, y atándome con la soga a la cintura, me dispuse para dormir.

Nuevamente, sonó el himno, y los rostros de los tributos del 12 aparecieron en el cielo. Nuevamente, agradezco que Cressida siga con vida...

TristanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora