Mi vida ahora

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El sábado 6 de Febrero me internaron, pero yo no recuerdo nada hasta el día siguiente. Tuve alucinaciones, no podía hablar, no tenía coherencia nada de lo que decía o hacía: estaba drogadísima. Me había tomado entre 17 o 20 pastillas para dormir, solo puedo vislumbrar la caja vacía. Todos los síntonas de sobredosis aparecieron en mi cuerpo: latidos cardíacos fuerte (era todo un tren), orinar con dolor o difucultad (Sip), orinar poco o nada (Hecho), confusión (Sisisi, había olvidado todo, desde que había tomado las pastillas hasta mis ganas de morir. Cuando recuperé la conciencia, pensé que había sido todo un sueño), mareo (Hechisímiso), somnoliencia (Por supuesto, ¿Qué esperabas?), pérdida de coordinación (No podía caminar, me temblaba todo el cuerpo de hacer un solo paso. Intentaba hablar y solo balbuceaba. Fue horrible.), boca/nariz/garganta secas (Ajá), ojos secos (llorar... imposible), Visión borrosa (por un momento imaginé que tenía un línea naranja rodeándome las piernas, producto de la luz del hospital y el efecto de mis pastillas), y alucionaciones (ovbiamente, como ya dije).

Me tomé las pastillas tipo 6 de la tarde, y no recuerdo nada después. No se como me descubrieron mis padres, ni como fue que llegué al hospital. Tengo destello de cuando estaba tirada en la cama y mis papas mi miraban preocupados. Yo no para de temblar y no podía parar. Mis ojos, apenas podían enfocarlos. Luego me acordé de cuando fuimos a visitar al amigo de mi padre que es doctor, y padre de los mellizos (si, yo tengo mucha suerte). Ellos preguntaban que me pasaban y mis padres respondían, desconsolados, que no sabían. Cuando el doctor me hizo preguntas sobre que había sucedido, fue cuando logré recordar las pastillas y se lo dije sin pensar. De todas formas, estaba tan drogada que no me creyeron. Me llevaron a un Clínica llamada Ima. A veces evoco momentos perdidos, como cuando estaba en un camilla encerrada por sábadas que me rodeaban y al lado mío había una viejita que dormía, pero de vez en cuando me sonreía. Me rio ahora, pero en ese momento pensé que era la abuela de los mellizos. Luego fui cambiada a otra parte del hospital, donde había un pequeñísimo baño y un sola cortina que me separaba del resto. A mi izquierda había una cocina que se utilizaba para guardar medicamentos. De vez en cuando apararecía un enfermero y yo me entretenía viendo como preparaba las bolsas de suero a toda velocidad o como me ordenara que me acostara porque yo siempre quería estar sentada. Hablando de suero, yo tenía una en brazo izquierdo. Ni idea de cuando fue que me pincharon, pero también tenía un algodón el otra brazo, así que supuse que me habían sacado sangre. Por último, me cambiaron a una (con todas las letras) habitación doble. Dos camas, dos mesillas de comida, una mesita de luz, dos soportes de suero y un baño con ducha. Tampoco recuerdo como llegué allí, como antes. Solo puedo vislumbrar un recuerdo, por la noche cuando mi mamá intentaba dormir al borde de la cama. Tenía los ojos hinchados de llorar y del cansancio. Yo me limité a llorar con ella y a pedirle perdón por todo. Ella me decía que duerma.

Al día siguiente vinieron mis tíos, debido a que mis abuelas (quienes no sabían nada) estaban preocupadas porque no atendíamos el teléfono. El 7 de ferebro nos ibamos de vacaciones a Mar del Plata, pero obviamente no fuimos. Yo seguía internada y los estuve por 2 días más. Un día aparecieron dos de mis amigas (la mejor amiga y la amiga con la que empezó Ana) y no, antes de que lo piensen, no es que me extrañaban y me llamaron. El día anterior a mis ingesta de suicidio fallido, me había quedado a dormir en lo de mi mejor amiga. Por eso, cuando los doctores intentaban entender que me pasaba, le pidieron a mi madre averiguar si había tomado algo en la casa de mi bff. Ella dijo que no, y no mintió. Las pastillas las tomé al otro día, cuando llegué a mi casa y le dije a mi mamá que me "iba a dormir". Resulta que su chispa de generosidad apareció, decidió avisarle a mi otra bf y venir a verme. Me trajieron una mini paleta de un corazon de chocolate, un palito con tres corazones de gomitas (detallito: no me gustan) y un lindo peluche de conejo rosado. Bien, el peluche si me gustó, casi no me sentía sola esas 50 horas que estuve encerrada en esa Clínica. Mi papá la apodó Ima (por el nombre del hospital) mientras yo dormía.

Me sacaron el bendito suero al segundo día, pero me obligaron a comer la odiosa comida. Dicne que el suero fue para que pasara el efecto de las pastillas más rápido pero yo estoy segura que le mencionaron a mis padres algo sobre "mala nutrición", porque ahora revisan cada cosa que como. Se acabó Ana, se acabó Mia. Y por supuesto, se acabó Cat.

Deberíamos habernos quedado más en el hospital, para mi recuperación y para esperar la visita de la psiquiatra, pero mi papá me conocía y sabía que estar ahí me estaba consumiendo. Aun que, también los consumía a ellos. Regresar a casa no fue ningún alivio. Mis padres no me dejan ni un segundo solo (no exagero, ni miento). Vigilan que termine todos mis platos, que coma postres, que meriende y desayune con ganas. Buscan actividades juntos y no paran de hablar de lo "mal que está mi cabeza".
La realidad es que ya es tarde para cambiarme, pero eso lo descubrí 2 semanas después de regresar.

El día que volvimos, descubrí que había revisado toda mi habitación buscando una explicación. Pero a pesar de todo, parecía igual. Cuando me fui a acostar y me apagué la luz, no pude detener el llanto desconsolado pero silencioso. A diferencia de las otras noches anteriores al hospital, estas lágrimas eran de miedo. Siempre me había aterrado fallar en la vida, no ser lo suficientemente buena, flacha, bonita, inteligente o talentosa. Pero esa noche lloré por miedo a morir. Fue miedo puro, no había resignación ni resistencia. La oscuridad me aterraba, la soledad me mataba. Me levanté y moví la cama hacía otro lugar, pensando que con eso podía disimular el dolor. Mi papá escuchó el ruido.

Me dio una charla preciosa, que no hizo más que crearme esperanzas. Dijo lo que yo había esperado toda la vida por escuchar: que era bonita, que era flaca, que era inteligente, que hacía todo bien. No paré de llorar mientras hablaba, y él no paraba de decirme cosas que por un momento creí que eran ciertas. Creí que podía ser feliz.

Él dijo algo que se me marcó más que cualquier halago: "Que haría yo sin vos, que haría mamá sin vos. Vos sos nuestra vida." Mi cabeza transtornada no recibió el mensaje correcto. No dijo: "fuaa, me quienen". Dijo: "Soy la puta egoísta más egocéntrica del mundo". Yo no pensaba en que estaba sola, yo solo podía enfocar la parte en donde yo me quería morir y ellos querían que viva. Yo entendía mi egoismo, porque creanme que no hay peor sentimiento en el mundo que ver a tu madre con los ojos llorosos e hinchados, tratando de sonreírte. No hay peor momento en la vida que ver a tu padre decirte: "¿Qué hago yo si vos te vas? Yo me muero."

Eso me mantuvo fuerte, por un tiempo. Estaba siendo fuerte por ellos, con mi esfuerzo. Mis ganas de destruirme mostraron sus respetos, se ocultaron durante una semana.

Uno de esos días decidió sacar a relucir mi lata de pochoclos de "el Hobbit", que utilizaba para guardar lo que yo denominaba "la otra yo" y , durante esa semana, había pensado en cambiar a "la antigua yo". JA. Ahí guardaba los sacapuntas destrozados, sus filos, los cuters, los cigarrillos que nunca probé, los frasquitos de mis pastillas, las tabletas de pastillas vacías, los encededores con los que me autolesionaba y un cofresito con demás cosas filosas. Por suerte, no había guardado mis anotaciones de Ana y Mia porque, después de explicárselo todo, me obligó a tirarlo.

A la siguiente semana, fuimos de vacaciones a Mar del Plata. Divertido. Un día corríamos, otro a la playa, otro a un restaurante (si, ni lo digan, eso no fue divertido), otro a Aquasol, otro al cine, otro al teatro. Me consentieron, me miraron como no lo habían hecho nunca. No estaban preparado para perderme, no se había hecho a la idea. Pero yo llevó tres años haciéndome a la idea de que era una mierda y 7 días de atención no iban a cambiar toda mi vida. Por las noches (resulta que ahora tengo hora de dormir... gracioso...) lloraba a moco tendido. Las fuerzas, la apariencia de felicidad y seguridad, se estaban venciendo, acabando. Pero ellos no lo veían, como siempre.

Cuando volvimos, las restricciones se intensificaron, volviéndose más severas. Que te levantas a las 10am, que te acuestas a las 12pm, que comes mucho y no pelotudeces, que desayunas esto, que meriendas con mamá, que hagas algo productivo, que no leas todo el día, que no mires mucha tele, que te termines el plato aunque estes llena y no quieras, que no uses el celular siempre, que estes siempre acompañada, que contestes bien, que ayudes a limpiar y ordenar la casa, que no salgas, que no compres más libros (Aunque sea con mis ahorros), que dejes de ver series o películas donde alguien está enfermo/muere/tiene anorexia/depresión/bulimia/se corta/suicida, que no cierres la puerta de tu habitación nunca (Aunque te estés cambiando, no la cierres), que me cuentes todo, que no me mientas, y que me hagas caso en todo lo que te ordeno. SI, SEÑOR.

Bienvenido al ejército, amigos.

Esta es mi vida ahora.



Ana, Mia y Auto lesiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora