8. La carta

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Al día siguiente desperté temprano tras escuchar la insistente e irritante alarma del despertador. Tomé una ducha rápida, vestí mis antiguos jeans, una camiseta de manga larga gris oscura y un buzo abrigado color verde botella.

Luego de un poco elaborado desayuno a base de cereal y leche, salí al ventoso y frio exterior. Una masa de nubes del color de mi camiseta cubría el cielo de la ciudad de Nueva York. Mientras me subía a mi moto comenzó a caer una leve llovizna, de ese tipo que a las mujeres les eriza el cabello, ese tipo de llovizna que tanto odiaba, ya que no llegaba a ser lluvia de verdad pero tampoco era que no llovía. No era ni blanco ni negro, estaba entre los grises.

Al llegar a la calidez del interior del instituto, me encontré con Nick en su casillero. Estaba tomando los libros de las primeras horas del día escolar. En una mano llevaba ya alrededor de tres libros, y en la otra una caja de pañuelos tamaño extra grande.

-Veo que te has resfriado.- Comente al llegar a su lado.

Mi casillero se encontraba junto al suyo, por lo que mientras oía su respuesta, ingresaba la clave de cuatro dígitos que abriría la puerta de mi casillero, permitiéndome recoger mis libros; los cuales darían paso a la gran tortura del día escolar que me esperaba por delante. Tal vez exageraba un poco, pero en serio no veía la hora de terminar mi último año e irme a una universidad bien lejos de esta ciudad que tantos recuerdos me traía.

-Sep, por algo odio tanto el invierno.- Hizo una pausa para estornudar.

-Salud.-

-Gracias, como te decía, este clima es una mierda.-

-Lo se amigo, ni me lo digas, esta mañana me ataco una de las típicas lloviznas de comienzos del invierno.-

-Uh, que feo, pero mírale el lado bueno, este fin de semana ya comienzan las vacaciones de navidad.- Lo dijo con un marcado entusiasmo en su voz.-

-Si yuhu.- La verdad no me agradaban mucho las fiestas.- ¿Qué harás para las fiesatas?- Pregunté mientras acomodada los libros en mi mochila y cerraba el casillero.

-Iré con mi familia a las afueras de la ciudad, a ver a mis tíos.- Lo dijo con un tono lúgubre, como si fuera lo peor del mundo.

-Uh eso no se oye muy genial.- Nos pusimos en marcha al segundo piso, al aula de biología.

-En verdad apesta, lo peor es que no podré asistir a la fiesta de Makensie el sábado.- Otro estornudo y continuamos con la conversación.

-Salud.-

-Gracias.-

-¿Por qué, cuando te vas?-

-El viernes en la noche.-

-Si te hace sentir mejor, tal vez yo tampoco vaya.-

-¿Por qué?- Preguntó alarmado, como si hubiera dicho la mayor tontería que se podía decir en el universo.

-Porque... ya sabes cómo me ponen las fiestas.- Dije con un deje de fastidio en la voz.

-Pero va a ser genial, no puedes faltar.- Intentó convencerme.

-No sé, lo pensaré.-

Ingresamos en el aula y nos acomodamos en nuestros nuevos lugares. La profesora había hecho un cambio de asientos general debido a que nadie la escuchaba. No tenía ni idea de quien sería mi nuevo compañero. Me dirigí al último asiento del aula y me senté. Mi compañero aun no había llegado.

La profesora ingresó minutos después, con ese aire tan altivo que la caracterizaba al andar. Era joven, debía rondar los 30 años o menos. Llevaba su cabello castaño, lacio como si hubiera ido a la peluquería, aunque era un lacio natural, suelto y corto por los hombros. Tenía la piel tostada por el sol lo cual era curioso porque nos encontrábamos a principios del invierno, y sus ojos eran de un negro azabache. Llevaba unos pantalones de jean bien ajustados y un sweater de lana rosa.

Caso DixonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora