Texturas. Olores. Qué maravilla, el cuerpo humano, una superposición de un tejido vivo sobre otro. La piel porosa, velluda. Las dermis inferiores, cada una más suave y sensible. Las venas y capilares; omnipresentes, elásticos, calientes y salados, un intrincado pretzel de gelatina tibia. Músculos fibrosos, tensos y blandos, dilatándose y contrayéndose en oposición a mis dedos abriéndose paso en ellos. Los nervios, que saben a ozono y a miedo y dejan restos bajo las uñas y entre los dientes. Los huesos, piedra viva, quebradiza, arenosa; a menudo sorprendentemente flexibles, jugosos por dentro.
Las diferencias. Los límites. Gobernarlos es conocerlos; no hay otro modo de hacerse con ellos. Oh, soberana inspiración de mi señor Aker, que me habla mediante Legba y Samedi. Nunca antes vi tan claro. La frontera entre lo etéreo y la atadura de lo físico, hasta ahí llegaba mi poder. Mi propio límite. Reí y me tomó de sorpresa mi propia risa, gorgoteante y profunda. Ni me había dado cuenta de que tenía, de nuevo, la boca llena.
Me levanté de la arruinada mesa de trabajo; la caoba se había impregnado, empapada de carne goteante, órganos aún temblorosos y mi propio sudor. Cuerpo tras cuerpo pensaba que debía cubrirla con algo para protegerla, pero el apetito por continuar me impedía detenerme.
Incluso ahora, tras tantas horas de trabajo, seguía borracho de sangre y espíritus. Había abierto y cerrado, conocido y olvidado, comido y bebido, y entrado y salido de cada uno y cada una; los misterios de Kalfou de las encrucijadas se desplegaban ante mí. Poco a poco había acabado de nuevo yaciendo sobre el último proyecto de estudio, encontrando nuevos aspectos en cada parte examinada.
No había escuchado el resonar de sus pasos subiendo la escalera de caracol; Viridiana Nox se había detenido en la entrada del estudio, esperándome, aguardando mi atención. Y sin poder evitarlo, prestándome la suya. Le había concedido bastante autonomía; no podría traicionarme ni delatar nada en mi contra, y debía cumplir cada orden mía. Aparte de eso, seguía siendo funcional, y soberbiamente eficaz, obediente y complaciente.
– Los he traído –dijo, con la voz sedosa, sensual, que estaba obligada a adoptar siempre que se dirigiera a mí. No se le daba bien, pero sus torpes intentos eran un tipo especial de placer para mí. En realidad, ese es el único motivo por el que un hombre poderoso saborea la torpeza en una mujer: nos asegura que podremos dominarla con facilidad.
Me incorporé despacio, tenues hilos de fluido desprendiéndose de mi cuerpo al separarme del último sujeto. Pasé el pulgar por mis labios, pringosos, para despejarlos y tomar una larga bocanada de aire. Todo el ambiente del estudio era ahora húmedo, casi una neblina de los órganos calientes y palpitantes expuestos de una docena de análisis. Bajé de la mesa lentamente.
– Prepárame la ducha, Nox –señalé con el pulgar el baño detrás de mí–. No puedo recibir así a nuestros invitados, ¿verdad?
– Por supuesto –respondió, con una sonrisa encantadora y ojos cargados de llamas, pasando por mi lado con un contoneo. Por mi parte, tomé al último espécimen en mis brazos, como un novio a la novia en la noche de bodas, y lo besé en lo que había sido su frente. ¿Hombre o mujer? Ya no era capaz de recordarlo, y desde luego lo que quedaba de él (¿ella?) no permitía distinguirlo fácilmente.
– Merci beaucoup –le susurré, despidiéndome por ahora. Era maravilloso cómo se seguía esforzando por respirar, pero sus pulmones ya no eran capaces de tomar tanto como antes, no con su caja torácica contraída como una araña que se devorara a si misma. Se devanaba en usar su limitada circulación sanguínea, en agitar los miembros encogidos, colapsados, que habían sido sus brazos y piernas. Era como ver una tortuga panza arriba: patético y adorable a la vez.
Nunca antes había bebido de tantas vidas al mismo tiempo. Pero Aker, mi señor, había levantado el velo de mis propios prejuicios. Me había mostrado más, como un regalo, como invitación. Porque por primera vez, el dios del horizonte deseaba un compañero humano.
ESTÁS LEYENDO
Alianza de Acero: una novela de Dark'n'Soul
ФэнтезиGina Serna lo ha perdido todo. Su familia, su corazón, su bondad. Sólo le queda la venganza. Tulius, el influyente hechicero, la quiere para si. El Djinn, el demonio insinuante, ansía hacerla suya. Gina, por su parte, planea utilizar al segundo para...