(11) Cazada

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Maldije entre dientes. Maldije por Joaquín, por el sobrino de Laura, por la vidriera centenaria destrozada. Maldije mi vida maldita y al Djinn, que sólo hacía que traer dolor y desgracia a todos quienes se atrevían a acercárseme. Y maldije a aquella bestia no muerta que se reía a carcajadas ahogadas de haberme encontrado y de destruir el breve tiempo de paz que había podido tener aquí.

Mi primer instinto fue huir. Salir corriendo y que intentara perseguirme si quería. Era un Centinela; Aly me había hablado de ellos. Se especializaban en la vigilancia y la persecución; eran veloces, invisibles y capaces de verte a un kilómetro de distancia y rastrear como un sabueso. Y lo que es peor, tenían línea directa con la Psico Red. La mayoría no podían acceder a ella, no era su especialidad; pero eran capaces de lanzar un grito psíquico en ella. Un mensaje de alarma, de socorro o pidiendo refuerzos. Si podía evitarlo, nunca debía permitir que un Centinela me encontrara.

Pues no, no había podido evitarlo. y ahora mi única opción, mi mejor posibilidad para sobrevivir hasta tener ocasión de matar a Tulius, era salir de allí. ¿Cobarde? Quizá. Que me llamara cobarde Laura, y Joaquín, y su pequeño Bethesda a base de burbujitas. Aly hubiera querido que me pusiera a salvo. Y Lorca. Y el Djinn rugía agitado para que corriéramos fuera de allí, sin pararnos ni a matar al vampiro.

Llegué a retroceder dos pasos. No más. Confío en que me habría detenido incluso sin oír su gruñido carroñero:

– Eso es, tiembla, sufre, ¡huye! Yo recobraré fuerzas aquí, repondré carne y sangre y te daré caza, pequeña Djinn... ¡sólo espera!

Lo había dejado muy claro. El muy malnacido estaba tomándoles de rehén a todos, al pueblo entero. Joaquín era claramente inútil en esta pelea, por muy Hijo que fuera. Remataría al sobrino de Laura, se bebería la sangre de los dos, y luego saldría ahí fuera, recuperando sus fuerzas con cada víctima; no tan diferente de mi propio poder; la ironía no me pasó desapercibida. Y cuando estuviera preparado, me perseguiría con todo. Y para entonces no sería el único.

Hubiera preferido no tener elección. Pero la tenía; la tenía cuando había estado a punto de abandonar a Joaquín a su suerte y la tenía ahora si dejaba que el pueblo entero fuera consumido por este monstruo. Y por primera vez, entendí por qué Alyosha me había inculcado temor hacia ellos. Eran monstruos de verdad. Los Alter somos humanos distorsionados, pero ellos son... bestias. Criaturas inteligentes y conscientes, pero decididamente no humanos. No vivos. Por fin lo comprendía.

Joaquín, en cambio, no lo hacía.

–Coge al chaval y sal de aquí, Celia –me ordenó con una voz que temblaba tanto como sus rodillas, interponiéndose entre el Centinela mutilado y nosotros.

–No seas idiota, curita. Esto te supera –mi respuesta contenía el mismo miedo, el mismo tono cobarde. Dos cobardes intentando ser valientes para su compañero. La cosa con un solo brazo se rió de nosotros entre dientes.

Brincó. Saltó con su única mano y la hizo girar adelante hasta incrustarla en el respaldo de uno de los antiguos bancos de madera maciza, que se astilló bajo la presión de su zarpa. Con ese punto de apoyo, dobló su brazo hacia atrás con una flexibilidad aberrante y lo contrajo como un resorte. No comprendí lo que estaba pasando hasta que se catapultó, una bala de carne siseante que alcanzó a Joaquín de costado y lo derribó, usando el impacto para rebotar sin detenerse. Al ver caer al sacerdote reaccioné: iba en dirección al muchacho herido. "Gina, estúpida", me recriminé; ni se me había ocurrido que iría a por la víctima más fácil. Traté de interceptarle, pero fui lenta de reflejos: su puño me golpeó en la nuca como una maza, sin que pudiera detenerlo.

Su fuerza seguía siendo asombrosa, destrozado como estaba. Se me emborronó la mirada unos momentos y me cortó la respiración. Le vi caer, con una extraña agilidad en su cuerpo tullido, sobre el chico. No exactamente sobre él; el intestino rojo y viscoso se adhirió a otro de los bancos de madera como una babosa y detuvo su salto. Se inclinó como un carroñero, la boca abierta, un círculo erizado de colmillos, para alimentarse.

Alianza de Acero: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora