Dato curioso: cuando la mente humana cree que va a morir, multiplica sus esfuerzos. Todas las sinapsis arden, los sentidos perfilan cada percepción en busca de ayuda, la memoria se apresura a encontrar algún recurso de utilidad. De ahí el famoso fenómeno conocido como "ver pasar la vida entera ante tus ojos".
Otro dato curioso: un cuerpo humano en caída libre alcanza velocidad terminal al cabo de unos 5,6 segundos, cuando la aceleración de su caída y la deceleración de la resistencia del viento se equilibran. Ese límite de unos 200 kilómetros por hora no puede ser rebasado sin un impulso externo. Lo vi en un documental de National Geographic.
Recordé el dato curioso número dos mientras Sahar y yo nos precipitábamos de cabeza en aquel inmenso vacío, aullando tan fuerte y tan rápido que escuchábamos cómo nuestro grito quedaba atrás, mientras mi cerebro me hacía una demostración en vivo del dato curioso número uno.
Aquello no podía ser el espacio. En todas direcciones se veía un firmamento negro, brillante como un cielo de noche de otoño lejos de la ciudad. Pero en vez de flotar sin gravedad, caíamos. Y podíamos, yo podía, respirar. Mejor dicho, no me ahogaba. No sentía el aire entrar ni salir, seguía respirando por reflejo. El enigma zigzagueaba entre mis pensamientos, una pregunta menor que revoloteaba en torno a las dos principales que me atosigaban: "¿Voy a morir?" y "¿Cómo impedir que la respuesta a la primera pregunta sea SÍ?"
No había ningún asidero, ningún apoyo. A lo lejos, según caíamos, me parecía ver extrañas líneas curvas, pétreas. Alguna clase de camino, flotando en la nada y conduciendo quién sabía donde. Pero hubiéramos podido poner los pies en ellos, al menos. Poner un pie en cualquier sitio a esta velocidad me lo arrancaría de cuajo, pero intenté centrarme en un solo problema a la vez. No se me daba muy bien. Me enfoqué en lo primero y más urgente: alcanzar a Sahar.
La Fugaz caía apenas tres o cuatro metros por delante de mí, pero como si hubieran sido mil kilómetros. Como yo, caía en picado, gritando; cuando temí perderla de vista en la oscuridad que nos envolvía, un pequeño relámpago la recorrió de pies a cabeza y se extinguió. Ignoraba qué pudiera ser, pero se repitió una vez o dos, destellando, señalándome su posición. Los pequeños rayos brotaban cada vez con más frecuencia. Fueran lo que fueran, prefería atajarlos cuanto antes. Debía llegar hasta ella. ¿Pero cómo? No podía bajar más rápido o ponerme más vertical. Uní las manos al frente como si fuera a zambullirme en el agua; gané quizá un par de centímetros por aerodinamismo, pero no bastaba ni de lejos. Pero ese cambio minúsculo me dio la pista que necesitaba.
- ¡Sahar! -grité, pero la caída se tragó mi voz- ¡SAHAR! -repetí, con el poder del Djinn retumbando en mi pecho como un trueno. La pequeña se volvió hacia mí, y su mirada de sorpresa y terror me hizo comprender que hasta ahora no me había visto. A diferencia de mí, ella no había tenido el mínimo consuelo de saber que no estaba sola. Para ella no había habido más que esta ciega caída, sin nada más.
Le hice señas que no comprendió al principio, negando con la cabeza de un lado a otro mientras yo sostenía la mano, primero vertical, apuntando hacia ella, y luego horizontal, señalándola con la otra. Era inútil pretender hacerme oír, más allá de una sola palabra cada vez; todo lo que fuera más allá lo engullía la caída, aquel torrente de no-aire.
- ¡TÚMBATE! -bramé tan fuerte como pude, la garganta protestando por el sobreesfuerzo. Sahar me miró sin entender una vez más, y poco a poco inclinó el cuerpo. El viento rugiente tuvo más superficie de niña que sostener, y su velocidad se redujo... apenas, y no duró, pero los metros se acortaron. Nuestras miradas se buscaban como nuestras manos, mientras ella se frenaba, caía esa fracción de aceleración más despacio. Pronto alcanzaría la velocidad máxima de esta nueva postura. Y no podríamos volver a acelerar o decelerar. No podríamos volver a alcanzarnos de ningún modo...
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Alianza de Acero: una novela de Dark'n'Soul
FantasyGina Serna lo ha perdido todo. Su familia, su corazón, su bondad. Sólo le queda la venganza. Tulius, el influyente hechicero, la quiere para si. El Djinn, el demonio insinuante, ansía hacerla suya. Gina, por su parte, planea utilizar al segundo para...