–Somos una familia. Estamos unidos siempre – susurra Crow. El muy hijo de perra.
La anciana le sonríe, se deja acariciar la mano. Apesta a soledad y cansancio. Me vuelvo a preguntar si será que no le queda nadie vivo o sólo nadie a quien le importe lo suficiente.
–Sara, queremos que esté con nosotros. Queremos que vuelva a ponerse en pie. A bailar. –Crow D. Riot me mira de soslayo después de decir esto. Yo apenas me molesto en asentir y sigo vigilando que nadie venga a la menuda habitación. Ser su cómplice en esto me da bastante asco (por más que él me lo justifique). Pero necesita que sean voluntarios. Si no, no puede transformarles a la fuerza.
–Hace tanto que no bailo –responde Sara con su voz quebradiza ilusionada–, tanto que no... que nadie...
Se echará a llorar. Abrazará a Crow. Y entonces dirá que sí. Ya lo he visto antes. Pero esta pobre mujer quiere salir de aquí, de este cuarto de olor aséptico sin más adornos que un cuadro de un paisaje estándar y una mesita en la esquina cubierta de tapetes y figurillas de porcelana.
–Estaré contigo, Sara. Todos nosotros queremos acogerte. ¿Querrás venir conmigo... ser una de los nuestros? –dice en voz baja, hipnótica– ¿Ser parte de nuestra familia?
Sara asiente. Mierda. Sé que nos hace falta. No soy la persona con más escrúpulos del mundo. Pero no quiero quedarme a verlo. Me doy la vuelta en cuanto extiende los brazos, flacos y marchitos, hacia él, y se le agarra llorosa.
Es mejor no mirar mientras asimila a alguien. Es desagradable, y se me grabó en las retinas la primera vez que lo vi. Ahora no me escapo con solo desviar la mirada o girarme. Voy a oír los crujidos, los sonidos húmedos y hasta la extrañamente perceptible diferencia en el olor.
El cambio, una vez aceptas convertirte en Riot, va de fuera hacia dentro; primero la piel. En unos se ensancha, en otros se estrecha. Y cambia de color también. Luego van los cartílagos, el infierno sabrá por qué; las orejas y nariz se convierten en las de Crow. Y los tendones, sin esperar a los huesos. La gente se retuerce como un contorsionista espástico.
Por fin los huesos se dilatan, crujen y rechinan. Los músculos y lo demás, nervios y venas y eso, son el cambio más fluido, pero por eso mismo me pone los pelos de punta. Es como ver la carne hacerse chicle.
No dura ni dos minutos. Y duele, pero se comparte entre todo Riot. Ahora mismo sólo nos quedan dos Crow; el que está conmigo y el que espera en la furgoneta en el parking. Así que recibir a Sara va a doler.
Lo llama así. Recibir. Una vez me atreví a preguntarle si las personas siguen ahí dentro después de convertirse en otro Crow.
–Un poco sí –respondió, y aguardó a que me atreviera a seguir preguntando. No lo hice. La cuestión es que enseguida tendremos a otro Crow. Todavía no puedo creerme que perdiéramos a tres de ellos durante el asalto a la armería. Y al novato, el Ángel Negro número 154 (creo). ¿De quién fue la idea de aceptarlo? Personalmente, he perdido la cuenta de cuantos imbéciles recién caídos a Otromundo se ponen esa idiotez de nombre. Demasiadas batallas en la última semana y media. Se me muere gente.
Dejo que Crow siga con lo suyo y me asomo al pasadizo. Ni un alma, ni enfermeros ni parientes. En realidad no hace falta tanta prudencia. Crow entra aquí como si fuera el dueño y empieza a charlar con los ancianos. Muchos le saludan y esperan su turno de pasar un rato con él. Los enfermeros no se preocupan de si es un familiar o un amigo mientras les ponga un poco más fácil ayudar a esta gente a sobrellevar el día a día.
Y de vez en cuando uno desaparece. Esto pasa, sin más. Pasaría igual sin Crow. Alguien se despista apenas un minuto y un hombre determinado con un andador, o una señora encorvada cuyo mayor deseo en la vida es salir de aquí, se abren paso y salen del centro. Sin más. Encuentran a algunos. Otros se pierden y desaparecen. Y por lo que intuyo, y mi intuición está siempre en su sitio, para unos y otros es un alivio que ya no estén, porque ya no son personas. Son cargas.
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Alianza de Acero: una novela de Dark'n'Soul
FantasiGina Serna lo ha perdido todo. Su familia, su corazón, su bondad. Sólo le queda la venganza. Tulius, el influyente hechicero, la quiere para si. El Djinn, el demonio insinuante, ansía hacerla suya. Gina, por su parte, planea utilizar al segundo para...