(26) Alyosha: Nonato

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La inconsciencia es un privilegio. El lujo de la irresponsabilidad. Mientras permanezcas sin sentido, el mundo gira por su cuenta. Tus hombros no están, por una vez, a cargo de sostenerlo. En otras palabras, puede ocurrir cualquier cosa. Sin ir más lejos, puedes morir indefenso.

He vivido más que muchos. Tomé las vidas que liberaba y las empleé tres, cuatro veces más eficazmente que sus dueños. Siempre consciente, siempre despierto. Seis descansos breves a lo largo del día, mi patrón de sueño adiestrado para dormir un total de dos horas y media al día. Detesto calcular el tiempo que he sumado a mi longevidad prestada, pero en los raros momentos de pausa en mi trabajo, me siento tentado a hacerlo. En mi fuero interno, sospecho que si alguna vez llego a comprender cuanto he vivido realmente, me invadirá la necesidad de morir de una vez.

Por todo esto, abrir los ojos y descubrir que Djinn me había apagado las luces fue muy lamentable. Fueron pocos minutos, al menos, pero más que suficientes para que ella se hubiera marchado. Debí contraatacar, usar su fuerza en su contra. Era un principio esencial de, como lo llamaba Ricard, el Dark'n'Soul. Si Arán me hubiera visto caer de este modo, se hubiera burlado de mí durante una eternidad. Pero, ¿cómo hubiera podido? ¿Cómo, sabiendo la verdad sobre el poder de Djinn?

Por su naturaleza de espíritu, el Astral no era consciente de lo vulnerable que era el cuerpo de Gina. Aunque su físico era reforzado sobrenaturalmente, para que pudiera tolerar el estrés de su fuerza sobrehumana, una bala común extinguiría su vida con la misma facilidad que antes del despertar del Djinn. En su estado actual, era un cañón de cristal, tan poderoso como frágil.

Solo con mis capacidades humanas, volver su propia fuerza en su contra hubiera bastado para matarla.

Lapislázuli se había arrodillado a mi lado, empapando de nuevo una toalla en agua helada y presionando suavemente contra la inflamación de mi barbilla, en silencio. Me arrepentía, como sabía que lo haría, de haberme acostado con ella. ¿La habría humillado tomar la forma de Gina para complacerme? ¿Había significado algo, o nada en absoluto?

Intenté incorporarme pero me retuvo tumbado en la alfombra, su mano firme sobre mi frente. Suspiré y me dejé hacer, acomodando la cabeza en el cojín que me había puesto mi enfermera improvisada.

– Siento haber peleado contigo –le dije, mi voz débil como hacía mucho que no oía. Ella asintió, escurrió la toalla y humedeció de nuevo una punta, para centrarse en los hematomas de peor aspecto.

– Vale.

– Estaré bien, de verdad –insistí, tratando de incorporarme. Lapislázuli me dejó ser testarudo lo suficiente, hasta que una explosión de estrellas azules se clavó en el interior de mis ojos y me dejé caer en el cojín de nuevo. Ella ni siquiera protestó, reanudando su tarea sin más.

Analicé la situación. Me encontraba aún, según mis cálculos, dentro del tiempo cuidadosamente estipulado para venir a casa, asesorar la situación, ver cómo orientar a Djinn y entrevistar finalmente a la joven Fugaz de Oneiros. Nada de eso iba a hacer falta ya, todo se había ido al infierno en cuestión de segundos. De modo que tal vez si pudiera permitirme reposar, en vez causarme una migraña asesina levantándome de inmediato.

En aquel momento me hice a la idea de que había perdido a Djinn. Quizá para siempre, aunque va en contra de mi filosofía ser tajante en cuanto al futuro. Después de todo, ¿quién sabe a donde lleva el flujo del destino? Lo único indudable era que no se uniría próximamente a los Alyosha Corps, como le gustaba llamar a Ondès a su equipo. El resto debería esperar. De todos modos, hacerme con ella nunca había sido mi primera opción. Hubiera sido demasiado optimista, a decir verdad. Esperanzas personales aparte. Suspiré profundamente y me relajé.

Alianza de Acero: una novela de Dark'n'SoulDonde viven las historias. Descúbrelo ahora