Hay quien habla de gente con presencia. Su reputación, su porte, su actitud, causan impresión en cuanto les tienes delante. Alyosha, por ejemplo, se envolvía de una extraña atmósfera, cálida, relajante hasta invitar a la sugestión. Fue así desde la primera vez que apareció en mi casa. Pero Aralar era invasivo. Parecía demasiado joven, como ocurría con Arán; si cabe era aún más esbelto, dentro de lo que su camiseta de mangas enormes, casi una túnica flotante, dejaba intuir. Y su pelo era todavía más rubio, más blanco, corto y levantado. Debería haber parecido enfermizo y frágil. No obstante, aquel chiquillo flaco emanaba un aura escalofriante. Sin moverse, con los brazos cruzados, me asfixiaba. Invadía mi espacio personal sin necesidad de acercarse, en todas partes a la vez, frente a mí, a mi alrededor, arriba y abajo.
No ayudaba que fuera lo único definido en un mundo de sensaciones y pensamientos. Ni siquiera yo podía verme a mí misma en condiciones. Mis sentidos seguían enfocados hacia fuera, hacia mi cuerpo robado. Bajo la presión sofocante de Aralar, yo seguía viendo y tocando las carreteras y colinas por las que el Djinn me arrastraba, y recibiendo estallidos de dolor cuando forzaba demasiado huesos, músculos y tendones. Se movía en una misma dirección todo el tiempo, guiado por algo que yo no era capaz de percibir.
Y con cada restallar de dolor, yo le proyectaba urgencia por llegar donde fuera. La necesidad de no detenerse. Porque esta patética influencia era todo lo que impedía que, desde la primera herida que se había hecho, el Djinn optara por curarse matando. Su instinto asesino era una bruma roja granate que se hacía más densa por momentos. Mi conexión con él la dispersaba, por ahora. Además, otra cosa le distraía. Emplear la velocidad de Sahar no le era tan natural como la fuerza de sus -nuestras- víctimas. Llegaba a él desde lejos, un flujo lento y escaso, y extraerla de donde fuera que lo hacía consumía su concentración y le hacía susceptible a mí.
Aralar se acercó un poco más a mí. Miraba alrededor con vaga curiosidad, echando mano aquí y allá a lo que para mí era una maraña de sombras. Pero él encontraba cosas en ella. Pequeños objetos, hilos de plata y bronce y llamas, y de vez en cuando figuritas, como estatuillas. Hubo pocas de estas, y no fui capaz de reconocer ninguna, pero todas me resultaban familiares. Lejanamente, como algo que olvidé hace una vida.
-¿Te cojo en mal momento? -dijo al fin, sin intentar en lo más mínimo que pareciera que le importaba.
-Supongo que sí, aunque ya no los tengo de otro tipo, así que... ¿Eres Aralar, verdad? ¿El gemelo de Arán?
Sonrió. Por así decirlo. Separó los labios, extendió las comisuras, pero sobre todo enseñó los dientes como un animal que se molesta en lanzar una advertencia, una expresión que nunca hubiera visto en el rostro familiar de Arán.
-¿Qué me ha delatado? ¿El acento? Fue mi acento, ¿verdad?
-No tengo tiempo para esto -respondí-. Tengo que contener al Djinn. Ya es bastante difícil sin distracciones. Así que, ¿te importaría salir de mi cabeza? Si es que esto es mi cabeza...
-Ya que lo preguntas, es tu psique -comentó despreocupado-. El limbo entre cuerpo y mente. Desde aquí se puede ir a cualquier parte de ti. Tu alma, tu espíritu... todo.
-Fabuloso -le espeté, más irónica y menos prudente de lo que hubiera preferido-. Pero no tengo tiempo para hacer turismo de interior por mi, uh, interior. Tengo tarea aquí -dije, y le di la espalda.
Alyosha me había dicho que nunca le confrontara. Que no me opusiera a él. No creía estar haciéndolo solo con esto. Mis modales dejaban que desear, por el bastante comprensible estrés de la posesión demoníaca, pero de veras que intenté no ofenderle.
Lo mismo podía haber intentado comerme la luna.
Oí una palmada detrás de mí. La oscuridad que me rodeaba se llenó de ondas, un eco hecho visible, y la ventana brillante de mi conciencia, mi unión con mi cuerpo, quedó sellada. La busqué, más con mi voluntad que con mis manos, que no era capaz de ver o sentir aquí dentro; traté de revolver los jirones de tiniebla de mi psique. Nada. Aullé de frustración y me giré hacia Aralar, que seguía de brazos cruzados y mirándome con una sonrisa de suficiencia odiosa.
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Alianza de Acero: una novela de Dark'n'Soul
FantasiaGina Serna lo ha perdido todo. Su familia, su corazón, su bondad. Sólo le queda la venganza. Tulius, el influyente hechicero, la quiere para si. El Djinn, el demonio insinuante, ansía hacerla suya. Gina, por su parte, planea utilizar al segundo para...