Capítulo IV

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"¿Luna porque te ríes de mí?, Siento que algo despierto en mí. No sé si es bueno o malo. Solo sé que me gusta y lo detesto..." (1)

Revisó por milésima vez la bolsa que llevaba con él – Genial – dijo en voz baja mientras revisaba de nuevo la bolsa que llevaba al costado de su caballo –Genial– repitió, como si la primera vez no hubiese quedado claro, tomo sus mechones de cabello largo y rubio y jalo de ellos –¡Soy el más grande idiota! Se dijo gritándole a la nada, observó la bolsa vacía a su lado, probablemente el sheriff ya tendría esas joyas en sus manos.

Escondió entre su sombrero su largo y amplio cabello rubio, dejando a la intemperie una cicatriz que cubría su ojo izquierdo, su iris era de un color más claro que el de su otro ojo, este poco a poco perdía el color y la luz, la profundidad, este perdía su capacidad de ver, sucedió hace no mucho, que en una pelea entre cuadrillas el resultara lesionado, fue una milésima de segundo más lento que su contrincante, y esto lo dejó seis meses en cama y con un ojo casi inservible, le tomo más de un año adaptarse a la diferencia de profundidad que realmente había y a veces quedaba momentáneamente ciego, con suavidad vendó su ojo, pareciera que estuviese disfrazado, más el enfrentaba cualquier adversidad, acaricio lentamente a su caballo Katsu (2), y se montó sobre él, regresando por el camino empolvado, esperando encontrarse con aquel indio (3) que esperaba que aun tuviera aquella joya que le faltaba de sí, si no lo encontraba, era probable que se encontrara con el sheriff Madara, y él, estaba seguro, que perdería más que su cabeza.

"El mundo no está amenazado por las malas personas, sino por aquellos que permiten la maldad." (4)

Cuando Itachi reaccionó del golpe en su cabeza, su rostro se tornó frío, frente a él un hombre con sus cabellos de un color singular lo observaba iracundo (5), se levantó sin decirle ya más nada y lo dejó allí en el suelo con un golpe en su cabeza y en su orgullo, ese tipo se las iba a pagar, se levantó más un dolor proveniente de su mano izquierda lo hizo frenarse, allí había una pequeña pero extraña perla, su color azul resaltaba entre todas las cosas que había visto, la apretó en su mano y se levantó del suelo, sacudiéndose el polvo que había quedado atrapado en sus ropajes, se detuvo de nuevo cuando observo a alguien ya conocido pasar de largo, si su padre supiera en dónde estaba aquel hombre que había buscado por años y que cargo ejercía, enloquecería.

Daba torpes pasos arrastrando tras de sí el pequeño cofre lleno de Ryus, suspiró un segundo observando el poco tramo que había recorrido, y no solo aquello, sino también como todos los demás observaban su ropaje, característico de su familia, sabía que el uchiwa (6) resplandecía y daba a destacar, más a él no le importaba, su semblante frio y característico de él espantaba a todos de su camino, más, en ningún otro ciudadano de aquella ciudad podía ver el característico color de con quien se tropezó, quizás aquel hombre era un maestro del disfraz al vestirse con tan escandalosos colores, observó al cielo, lo que le recordó el azul de las pupilas del ladrón que seguramente buscaba la joya que llevaba escondida entre sus ropajes, dio un paso más, analizando si era correcto montar un caballo en su "condición".

"¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio." (7)

Él prefería mil veces que las ratas comieran la "comida" que le era servida a rebajarse ante tal ser repugnante, su estómago rujía más su orgullo no iba a ser quebrantado, podían haberlo atado pero el pelearía hasta la muerte si era necesario, la puerta se abrió de par en par y de inmediato tomó una posición defensiva lanzándose a atacar a aquel rubio, iba a luchar, o eso pensó, de repente una cadena lo frenó de su ataque, dejándolo postrado y humillado, una risa le hizo levantar su rostro, aquellos ojos azules brillaban en medio de aquella oscuridad, pero le parecieron los ojos más patéticos de su vida, se mordió el labio inferior y un poco de sangre salió de este, sus ojos tomaron un tono rojizo por el atardecer que estaba cayendo, su venganza iba a ser tal, que todos recordarían su nombre.

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