Capítulo VII

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"El deplorar cosas pasadas e irreparables es una manifiesta insensatez que sólo sirve para perder el tiempo y la calma" (1)

Oscuridad, era lo único que lo rodeaba, dolor, era lo único que sentía, ni siquiera el olor a pescado que se tostaba entre la fogata improvisada, ni el vapor de agua que provenía del agua que estaba sobre la parrilla, el dolor comenzaba en sus ojos y se extendía hacia su cabeza, ya no escuchaba los grillos ni nada similar, por lo que suponía que era de día.

Tocó suavemente su rostro y encontró un líquido que resbalaba por su nariz, encima de ella, y que caía hacia algún lado, no le importaba hacia dónde, no eran lágrimas, puesto que él se había propuesto jamás llorar por el dolor, con su dedo anular tomo una de las gotas y la llevó a su boca.

El sabor era de hierro, no tenía que ser un genio para saber que se trataba de sangre, una y otra gota de sangre que caía por su rostro, faltaba tan poco, lo podía sentir, el final estaba próxima, ya no vería la luz, ni los pájaros, ni las noches estrelladas, no vería el agua correr, su vista pronto acabaría.

Sabía que el tiempo corría contra él, su enfermedad avanzaba mucho más deprisa de lo que imaginaba, debía encontrar a su hermano y rápido, con sus manos tocó el cofre que contenía el dinero que lo liberaría, tomó bolsa y se limpió la sangre que recorría su rostro, ya no le importaba si era de día, de noche, o apenas estuviese amaneciendo, debía seguir el camino y llegar a su final, lo haría, por su hermano.

Se levantó y en ese instante la luz llegó a sus ojos, la luz del día apenas se lograba ver entre las montañas, dándole un color anaranjado, el caballo, quien dormía plácidamente parado a su lado (3), junto a él, una bolsa de igual color que la que llevaba colgando él de su mano se encontraba en el piso, y se movía una y otra vez.

Una rama en sus pies crujió cuando se acercó a él, inmediatamente se levantó, aquella bolsa cayó estrepitosamente contra el suelo, levantando una nube de polvo, en sus dos manos una pistola se hallaba, su cabello de color dorado caía enredado a sus costados, y pudo observar como de una respiración relajada salió una errática en menos de un segundo.

Su cuerpo se quedó helado, hace mucho que no veía como una, no, dos armas apuntaban contra él, ni siquiera temblaban ni se movían de aquel ángulo en el que se encontraban, —Lo... siento— dijo observando aún aquellas pistolas.

— ¿Estás loco? ¿Verdad? ¡No vuelvas a hacer algo así! — dijo al tiempo que bajaba nuevamente sus pistolas apuntándolas contra el suelo, y observando alrededor, lo habían despertado de su sueño reparador, que hace pocos minutos había logrado, después de todo su cabeza tenía un precio, y estaba allí, en medio de la nada, con un extranjero que con sus vestimentas llamaba la atención de quien se lo encontrara.

Guardó sus pistolas en su cinturón, y se volteó a acariciar a su caballo, quien también se había asustado por su rápida acción, este bufaba y movía sus patas contra el suelo una y otra vez, levantando pequeños trazos de polvo, se giró y pudo observar como una gota de sangre se escurría por la cara de su acompañante, él la ocultó rápidamente, pero no por nada era el pistolero más rápido del viejo oeste.

Tomó el agua que hace poco había recolectado de nuevo, y la botó contra el fuego apagando la fogata, y cubrió todo rastro de que él hubiese pasado por ese lugar, pronto llegarían a un pueblo que no estaba muy lejos, su invitado necesitaba ropa menos vistosa y él, necesitaba un trago, también vería a su amiga Tsunade, quién alguna vez le devolvió la visión a un ojo al cuál lo había penetrado una bala, giró hacia las montañas el sol ya había aparecido no había tiempo que perder.

Observó el cofre, que estaba lleno de oro, en definitiva era un idiota por no aprovechar las oportunidades, y robarlo y salir huyendo, como siempre lo hacía, no sabía que era lo que esperaba; tomó su cabello entre sus manos, y se acercó hacia Katsu, tomo las riendas ya amarró de nuevo el carruaje a este —Ya es hora— dijo sin verlo, y subiéndose al caballo y poniéndose el sombrero, necesitaba de un baño.

El movimiento de la carreta comenzó, más poco fue el tiempo que duró de esa manera, asombrado y confundido Itachi observó a su alrededor, una ciudad lo rodeaba, sin saber que allí, su vida cambiaría.

"Los vientos y las olas están siempre a favor del navegante más capacitado" (2)

Si le hubiesen dicho que iba a ser un pirata de seguro pensaría que esa persona enloqueció, si le hubiesen dicho que vestiría como un vaquero de seguro que esa persona no sabía de lo que hablaba, desde muy pequeño la vida que él llevaba era una armada por sus padres, e indirectamente por su hermano.

Cuando se descubrió la enfermedad que su hermano portada, le cayó un balde de agua fría encima, su hermano intentó continuar como si nada, pero eran cada vez más frecuentes sus ataques en donde su visión se perdía, cuando vio la sangre que corría de sus ojos, supo, que debía enfrentar lo que sus padres le dijeran, aunque perdiera su libertad, ya no le importaba.

Más aquel rapto y aquel nuevo paisaje le abrió los ojos, y la visión de Madara cabalgando con una insignia de alto mando, quién daba seguridad, un hombre que le causó tantas cosas a su pueblo, ahora era un héroe, condecorado, alguien que defendía la justicia, vaya sorpresa.

Si su hermano o padre vieran aquello de seguro se reirían de aquella situación, una risa llena de impotencia, ahora él estaba allí, sin nada que lo identificara, e iba a hacer justicia, con una pistola que hasta ahora solo llevaba de adorno, con un ropaje que no lo identificaba, y con una nueva vida.

Aquella ciudad era enorme, a veces pensaba en su hermano, su padre, y su ya no prometida, cuando recordaba aquello su corazón se regocijaba, de la manera un poco bizarra y extraña se sentía atraído hacia su captor, aquel hombre que lo desesperaba y le hacía revolucionar su corazón.

Semanas estuvo pensando en aquello, él era hombre y ese tipo era igual de hombre que él, violento, más grande por pocos centímetros y más musculoso por la diferente vida que este llevaba, pero eso no lo hacía menos hombre a él, él también tenía músculos, y se lo demostró una vez semanas atrás cuando tomo el timón de aquel inmenso barco, como si fuese una extensión de su cuerpo lo guio con gracia.

El viento que golpeaba su rostro, las gaviotas que volaban al lado de las velas, los delfines que nadaban al lado de la popa, cuando activó un cañón sintió como el suelo se estremecía, y por primera vez, sonrió.

(1) (LOUIS BOTTACH)

(2)(EDWARD GIBBON)

(3) Para quienes no lo sepan, los caballos duermen de pie, esto lo hacen para despistar a sus depredadores, ya cuando saben que están fuera de peligro, se acuestan, más no es común que hagan esto.

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