Capítulo VIII

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"No olvides nunca que el primer beso no se da con la boca, sino con los ojos" (1)

Miles de carretas, miles de ruidos, miles de olores nuevos, lo que sus ojos alcanzaban a vislumbrar era felicidad y fiesta, más si forzaba demasiado la vista, su cabeza dolía, levantó su vista hacia el cielo azul, las nubes se dispersaban lentamente siendo llevadas por la corriente aérea, los pájaros tomaban vuelo ocultándose en el oeste, los perros domesticados corrían animados tras sus amos, y ladraban una y otra vez al caballo que se cruzara en su camino.

Si tuviese una palabra para definir aquella situación sería sublime, de repente su rostro adquirió su usual seriedad, sabía que el regresaría de nuevo, solo para estar de nuevo encerrado tras cuatro paredes, en donde paulatinamente perdería su visión, y ya no vería ni siquiera las luces que las velas le proporcionaban, quedando así cautivo de aquella enfermedad, bajo sus ojos a aquel cofre, no solo guardaba la oportunidad de volver a ver a su hermano, sino que si se deshacía de él le devolvería su libertad.

Sonrió melancólico, ofuscado, enojado, no podía creer que pensara en eso, como si lo fuese a hacer, su hermano tenía un futuro, un futuro que el había perdido tiempo atrás, con fuerza apretó aquel pequeño baúl lleno de sueños que se escaparían de sus manos, pero por su hermano, los dejaría atrás.

La carreta se detuvo a un paso lento, el caballo relinchaba y con sus patas delanteras golpeaba tres veces el suelo antes de detenerse, movía su cabeza de lado a lado tratando de refrescarse, un pequeño pozo con agua se hallaba frente a él, Deidara bajo de la carreta dejando que bebiera de esta, y desató la carreta de su lomo, para que tomara un merecido descanso.

Itachi bajo de allí, confundido, cuando puso un pie sobre la tierra observó como la multitud que los rodeaba lo veían perplejos, se observó a sí mismo, eran ya casi una semana en la que había arribado a ese nuevo mundo, eran pocas las veces que habían estado en un rio y había logrado lavar su cuerpo, y ropajes, frunció el ceño enojado, necesitaba un baño, y quizás nueva ropa.

Como si su compañero de viaje le leyera sus pensamientos le dijo — Sígueme— mientras entraba a el salón (2), aquel ambiente lo desorientó, el olor a licor, y otros anexos lo sofocaban, las muradas nuevamente se posaron sobre él, más Deidara caminaba como si nada, suspiró, él no era un tipo inseguro, siguió caminando sin importarle las miradas que se posaban sobre él.

Más su cuerpo se detuvo, ya que la oscuridad empezaba a rodearlo, una gota de sangre cayó de sus ojos, y se estrelló contra el suelo, luego ocurrió lo mismo una y otra vez, como si estuviera llorando sangre, nunca había ocurrido por las mañanas, ya el tiempo que tenía era limitado, debía encontrar a su hermano, así le costara su vista.

De repente una suave fragancia a lo inundó, su cuerpo se paralizo por la paz que sentía y como por arte de magia la luz regresó a él, lo primero que su vista pudo reconocer fue un pañuelo color rojizo que estaba cerca de su nariz, veía las pequeñas motas que sobresalían de aquel pedazo de tela, observaba el polvo a su alrededor y hasta notaba las gotas de agua que había en aquello.

Levantó sus ojos, observando con detenimiento a su alrededor, todo era tan claro que parecía sacado de un cuento de fantasías, los ropajes, los afiches, los vasos de vidrio colgados en una lejana estantería, los diferentes tipos de licor, los jugadores de póker (3) que juntaban fichas y las lanzaban contra la mesa de madera, el caballo que se observaba por la ventana y que tomaba agua y comía pasto.

Repentinamente sintió como su cuerpo era arrastrado, antes de retirarse vio las gotas de sangre en el suelo, o mejor dicho, el charco de sangre que se había formado, los detalles de la escalera, las pequeñas grietas entre estas, las puertas de colores varios, todo formaba un cuadro perfecto.

Una puerta se abrió frente a él, una amplia cama de color rojo pulcramente tendida, un cuadro en la pared izquierda y una ventana en la derecha, unas cortinas blancas, y el sol que ocultándose reflejaba tonos rojizos en aquel lugar, volteó al escuchar un golpe seco, las puertas tras él se habían cerrado, el dorado de la manija lo distrajo por un segundo, hasta que salió de su estupor por unos golpes secos en el suelo de madera, volteo su rostro regresando hacia enfrente, el tono naranja se colaba entre la amplia ventana, y estos llegaban directamente a su compañero, el cual brillaba, su cabello adquirió brevemente un color rojizo así como todo su cuerpo, envolviéndolo como en una especie de aura. (4)

El sonido metálico de las cortinas cerrándose, la oscuridad que de repente lo encegueció de nuevo, mientras se acostumbraba a la oscuridad, antes de reaccionar Deidara le lanzó una pequeña bolsa, el camino que siguió fue corto, otra pequeña puerta le impedía el paso, el color de la cerradura era plateado, esta se abrió, aquel baño era de otro mundo, una pequeña bañera de madera y varios cubos de agua alrededor de esta, el espejo que había allí, y productos varios que desconocía, todo aquello lo rodeaba.

Sintió nuevamente como la puerta cerró tras él, observó de reojo a su alrededor, estaba solo, se acercó con lentitud, temía perder de nuevo la vista, en aquel transcurso, cada paso y cada nuevo objeto lo asombraban, llegó al espejo y comprendió porque las personas lo observaban como un ente del más allá, la trenza de su cabello estaba casi desecha, algunos cabellos se hallaban desparramados por doquier, la capa de suciedad encima de su ropa no dejaba ver el color original de esta, el polvo que cubría su rostro le daba un color amarillento, hasta podía jurar que podía plantar encima de él.

La ropa cayó contra el suelo, el frio lo estremeció, prenda a prenda fue cayendo contra el suelo, lentamente desató aquel ropaje, se metió suavemente sobre la bañera, la cual ya estaba lista, el vapor de humo se dejaba ver, como se elevaba y se perdía, y como en el techo pequeñas gotas de agua se formaban, su cuerpo se relajó, a medida que se hundía cada vez más dentro de aquella bañera, de repente un golpe seco lo sorprendió, con precaución giró su rostro y frente allí estaba Deidara, una pequeña toalla era lo único que lo cubría, su dorado cabello estaba más despeinado que el suyo, supuso que sus ropas habían pasado a mejor vida.

Observó sus pies, y como estos se arrastraban hacía la tina que a su lado estaba, fue entonces que comprendió porque él estaba allí, su cuerpo se tensó, aunque ya habían compartido casi una semana de viaje jamás se habían duchado juntos, es más, jamás había otro hombre desnudo aparte de su pequeño hermano, más aquello no contaba (5), giró su rostro tratando de no verlo.

—¿Te incomoda? — dijo Deidara

— Algo, no es muy común en donde vivo—

—Tranquilo no muerdo, solo quiero un baño— Itachi comprendió que el camino no había sido fácil, además, no era como si no tuviese lo mismo que él, Deidara al notar que este no se oponía soltó lo único que hasta ese momento lo cubría, de repente una luz envolvió aquel recinto, Itachi trago antes de sumergirse al agua, puesto que hasta ese momento no había visto algo tan sublime.

Solo hasta el momento que escucho como el agua se derramaba en el suelo, volteo nuevamente, observó el rubio cabello que caí al lado izquierdo de aquella bañera, y la paz que su compañero reflejaba, no se movió cuando lo comprendió, solo se limitó a hacer lo mismo mientras se hundía nuevamente tratando de calmar su corazón, ese día, se había enamorado.

(1) O.K. Bernhardt

(2) Ya saben, un bar, donde hay chicas bailando con pequeños vestidos y esas cosas.

(3) No sé si en esa época ya existía, pero en todas las películas que he visto siempre están jugando póker.

(4) Como cuando Dei conoció a Ita, pero en el sentido contrario, ahh ese capítulo fue sublime.

(5) En los diversos animes que he visto japoneses los hombres sde bañan juntos sin nada en las aguas termales en Japón, algo que es muy normal, aquí nunca lo he visto (Claro que soy mujer) pero aun así no he visto de esos. Aunque existen las playas nudistas, a las cuales nunca he ido.

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