Carta 7.

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«Los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar

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«Los suspiros son aire y van al aire, las lágrimas son agua y van al mar. Dime, mujer, cuando el amor se olvida ¿Sabes tú a dónde va?» Gustavo Adolfo Bécquer.


Decidí comenzar esta carta con uno de los poemas más tristes del hombre que marcó mi infancia con sus escritos y versos porque, así como hay razones por las cuales amé sus letras, también hubo motivos por los cuales decidí amarte, aunque también sean los mismos que me impiden olvidarte.

Tus ojos. ¿Te he dicho lo hermosos que éstos son? Creo que, en mis cartas anteriores, las mañanas en que te despertaba y todo momento en que podía, lo hacía. Eran como ese abismo al cual no me daba miedo caer, en el que podía lanzarme sabiendo que estarías ahí para tomarme entre tus brazos y sostenerme.

Tus manos. Tantas veces puse mi mano contra la tuya y tenían la misma medida, embonaban perfecto como si de un puzzle se tratase y me daban esos choques eléctricos que provocaban una avalancha dentro de mi estómago, esas mariposas que revoloteaban con tanta intensidad que parecía tener el parque jurásico dentro de mí.

Tus labios. Me gustaban al natural, con el color que por sí solos tenían y es que el rojo te iba demasiado bien, mas nunca preferiría algo en ti que no fuera al natural. Delicados, suaves, tiernos y demasiado besables para mi suerte; lindos de principio a fin y ese pequeño lunar que tenías en el labio inferior era mi delirio, Val.

Tu voz. Ese canto que me despertaba, que me hacía abrir los ojos poco a poco para encontrar la sonrisa más maravillosa del mundo ante mí (otra de las cosas por las cuales amarte, pero ya será el siguiente punto) tu voz la prefería ante cualquier canto de ruiseñor, porque tenía el timbre perfecto para causar que me estremeciera y mi piel se erizara.

Tu sonrisa. Esa que tocaba el alma de cualquier persona, esa que podía darle calor a aquel corazón que así lo necesitase, una sonrisa que iluminaba hasta la habitación más oscura y brillaba más que cualquier Sol. Tenías la sonrisa más amplia que pude verle a alguien, la mostrabas cuando en realidad se merecía y todos te amaban por ello... todos inclusive yo que ya lo hacía.

Tu complexión. Y es que no todas las noches dos osos polares pueden dormir abrazados ¿O sí? No éramos gordas, pero estábamos rellenitas de amor, o eso me gustaba decirte cada vez que la báscula se ponía en tu contra. Los veranos nos hacían insoportables, pero los inviernos eran perfectos para dormir abrazadas y dejando de sentir el frío que tanto tiempo estuvimos aguantando.

TODA TÚ, COMPLETAMENTE. Sin duda alguna, eso es lo que más amo de ti por sobre todas las cosas.

Andy.

Las alas que cupido perdió© | Concurso #UCAMADonde viven las historias. Descúbrelo ahora