Cinquanta dos

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Pondré la nota al principio porque cuando terminen de leerlo probablemente ya esté en un avión rumbo a algún país desconocido para huir de ustedes.

Espero que les guste porque fue el capítulo que más me costó escribir y además es oficialmente el más largo de la historia.

No me odien, por favor.

.-.-.-.-.-.-.-.

―Alex, no tienes una idea de lo arrepentido que estoy. Lo he pasado mal todo este tiempo y no creo que pueda soportarlo más, me haces mucha falta.

―Leonardo...

―Sé que no me lo merezco, ¿Qué clase de mejor amigo haría sufrir así a la persona que lo apoyó siempre? Fui un idiota, un estúpido y lo acepto. Y haré lo que tu quieras para probar que hablo en serio, pero perdóname. Por favor.

Mi camisa, ahí donde tenías la cabeza recargada, comenzaba a humedecerse.

― La última vez que dijiste algo como eso todo terminó peor.

―Lo sé, pero mandé al diablo a Natalia y a todos sus amigos, además entré al bachillerato que acordamos cuando éramos unos niños, al que tu también entraste, ahí podríamos empezar de nuevo. Únicamente tú y yo contra todo, como antes.

― ¿Por qué hiciste eso? Creí que tu querías que la gente te viera de una forma diferente y que sólo ellos podrían ayudarte.

― Lo hice porque me di cuenta que no los necesito ni a ellos ni a su popularidad y que tampoco necesito que la gente piense que soy alguien que no soy. Te necesito a ti.

Casi podría jurar que escuché mi corazón, que ya estaba cicatrizando, romperse de nuevo.

― Lo siento, pero no creo que podamos seguir con nuestra amistad.

―Sólo dame una oportunidad, Alex. Sólo una.

―Voy a volver a Italia, Leonardo. Ese es el problema.

Te separaste de mí y me miraste a los ojos, con una expresión de total asombro y tristeza. Las lágrimas brotaban sin detenerse.

―No puedes irte y dejarme así como así.

―¿Por qué no? Tú me hiciste eso antes.

― ¿Qué voy a hacer sin ti?

― Lo mismo que hace unos meses: buscarte otros amigos y seguir como sí nada.

― No es tan simple dejarte ir. Te quiero mucho y lo siento...

Quería que pararas de decir todo eso, porque me hería más, y la única cosa que se me ocurrió para hacerte callar fue tomar tu camisa y acercarte a mi para estampar mis labios con los tuyos.

Te separaste rápidamente y me miraste extrañado.

― Yo te gusto.

No era una pregunta.

―Sí, Leonardo, mucho. Aunque traté de convencerme de que ya no era así.

No esperé a que me contestaras, ya sabía que me dirías: que no sentías lo mismo por mí, que tu me querías pero de una manera muy distinta a la que yo te quería. 

Y si me hubieras dicho que sentías algo por mí ya no se podría hacer nada, me iría y probablemente no te vería de nuevo nunca.

 Otra cosa que sé hacer muy bien es salir corriendo, y eso hice.

Cada vez que me dices amigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora