CAPÍTULO SIETE.

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Me dirijo por las calles oscuras de la ciudad al club, el clima se encuentra fresco y decido que es mejor respirar un poco de aire a las fueras después de unos cuantos cigarrillos.

Desde el cambio de mi nuevo departamento todo queda un poco más cerca, a veces alejarse de los problemas los atrae mas. Meto mis manos en las bolsas de la sudadera gris que un día compre con una de mis primeras pagas, quizá me aferro tanta aquellos cosas que me hacen recordar cosas que desde mi perspectiva parecen buenas.

Camino sigilosamente, mientras pateo un bote por enfrente de mi. Admiro lo precioso que resulta la noche, bañada en silencio y un cielo que de no ser por tanta contaminación sería despanpanantemente brillante.

El ruido de unos motores me hace brincar en mi lugar, se escuchan a lo lejos, pero cada vez el ruido se acerca tanto que se hace estronduoso seguro mas de un carro, estando en la acera veo por enfrente hacía la calle y veo las luces azules tan brillantes, que me hace dudar de que sea alguien de verdad con un apuro.

Conducen tan rápido que pronto se estamparán en algún poste, no es algo que me sorprenda, lo único que me inquieta es que no logro reconocer los autos. Así que decido correr, no estoy muy lejos de llegar y eso hago, mis zancadas son largas, gracias a mi metro ochenta.

Sigo hasta que al fin me detengo exhausto y no escucho más los autos. Doy como concluido que son los del Norte, raramente haciendo su presencia, lo cual nadie, en lo absoluto hace. No es algo que nos mantega orgullosos, es más como un pacto y secreto que se guarda, nadie anda divulgando lo que somos.

Pero ellos, maldita sea, siempre sobrepasan los estribos.

Al dar vuelta en el largo callejón, conduzco hasta el final donde parece reina la oscuridad. Al pasar ese tramo, simplemente pido al guardia me deje entrar lo más pronto posible.

De inmediato después de pasar por el casino, y las demás habitaciones, algo raro me sorprende, hay tan poca gente que espanta. No es lo habitual. Entro a la última habitación, la del jefe.

Tan pronto como entro sin pedir permiso veo al Don besandose con Regina, en una escena un poco traumante por la posición en que la tiene acostada en su escritorio.

-Oh, maldición- me quejo-Yo no quería interrumpir.

Se acomodan ambos, ajustandose sus ropas mal puestas. Ignoro un momento la escena y me enfoco en uno de los cuadros que cuelgan de la pared.

-Adam, pensé que no te vería por este lugar-al fin habla-al menos no ahora.

-¿Por qué no? ¿A dónde fue todo el mundo?-pregunto curioso. A lo cual Regina solo muestra confusión en su rostro y trata de acomodar su cabello en una coleta mal hecha.

-¿Qué no lo sabes? Todo paso justamente ayer, el día que faltaste para ser exactos. -Me concentro en lo que tiene que decir, -Los del Norte ayer tuvieron un encuentro con algunos compañeros que hacían sus deberes por el fraccionamiento donde estuviste tú la última vez.

Escucho atentamente y para la otra espero no quedarme dormido y faltar.

-Ve al grano cariño- espeta Regina,
-ninguno de ellos volvió Adam. Esto no había pasado en años.

-Al parecer andan buscando a alguien de nosotros, alguien se metio en problemas con algunos de ellos. Y ten por seguro que si sabemos quien es, no vamos a dudar en entregarlo, es mejor perder a uno que a toda la familia.-Suelta un largo suspiro el Don, lo cual me parece raro, pero es como si incluso le doliera. De verdad.

-¿Pero como lo sabrá? Somos demasiados. -Le cuestiono. Sacando mis propias conclusiones, sería algo demasiado largo descubrirlo, y quizá ese tiempo sea para mal.

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