Lo que la marea puede traer

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Se había armado un conflicto de bastante gravedad con la ciudad humana del oeste, la infame Rhiannon, ciudad de traidores. La Historia cuenta que Rhiannon era la hija de Belenus más hermosa y fuerte que ha dado la naturaleza. Sin embargo, ella eligió casarse con el conde de aquella ciudad, pasando a ser sus descendientes mitad feéricos y mitad humanos. Como consecuencia de ello, los descendientes de los condes sufren terribles pesadillas con el bosque que solo lograban calmar si entregaban al bosque uno de sus hijos. Los de Llyr habrían convertido a esos niños en sirvientes del palacio real y bellas concubinas. Los hijos de Belenus los usaban como sacrificios de sangre durante la fiesta anual del Invierno. Servían de chivos expiatorios, descargaban en ellos la frustración de no comprender cómo alguien tan brava como Rhiannon había preferido a un humano pedante.

Para aquel año no había ningún niño al que sacrificar, así que marchó una expedición para robar a algún crío, pero los humanos lograron capturar a un hada. Gwyddy, una muchacha vivaracha y ruda de ensortijados cabellos oscuros como la madera de palisandro; recordaba haber compartido con ella algún amanecer. Tenía los dientes rojizos por fumar demasiada resina.

Si los humanos la enjaulaban o ponían grilletes de hierro, su glamour se desvanecería y descubrirían que no era humana, que se trataba de una criatura mágica del bosque como en las leyendas. Era muy probable que la usaran de cebo para atrapar a más feéricos.

Las murallas de la ciudad se hallaban guarnecidas por soldados con armas de fuego. Sabía que los humanos usaban un polvo negruzco que llamaban pólvora. Esa pólvora era inflamable, pero el agua podía arruinarla. Necesitábamos que lloviera. Así que fui hasta el Manantial Prohibido, donde se encontraba la reina de las ondrinas. Conseguí robarle las famosas semillas de la lluvia que pudimos vendérselas a los humanos como incienso curativo para sus hogares. Cuando los humanos echaron las semillas a sus chimeneas, toda la ciudad quedó envuelta por un humo denso y frío que descargó sobre todos ellos una intensa lluvia.

En medio de una revuelta tempestad, logramos rescatar a Gwyddy y capturar a la hija recién nacida del conde actual y de su reciente esposa, una chica muy joven de cabellos rubizos cuya hija había heredado, aunque no vivió lo suficiente para lucirlos bajo el sol.

Las antorchas sagradas y hogueras se encendieron y rápidamente corrió el alcohol. Los cuencos se llenaron de sangre de Belenus, y la hierba se empapó de sangre de los humanos y del vientre de Gwyddy que había sido violada y quedado encinta con un hijo humano no grato.

Tenía una sensación extraña, no lograba contagiarme de la excitación de los demás. No era el único, unos cuantos feéricos comprendían que lo que le había pasado a Gwyddy era una tragedia y había que mostrarle respeto, pero la gente estaba demasiado exaltada porque la fiesta el Invierno se había retrasado demasiado, no podíamos decir que seguíamos en Otoño cuando ya las cimas de las montañas asomaban nevadas; ése era su argumento. Pero yo era el único que tenía los ojos clavados en el enorme diamante que resplandecía bajo el árbol principal. Habían sacado el Corazón del Bosque de su escondite habitual para que se nutriera de la sangre. Cuanta más sangre bebía, más brillaba aquella flor endemoniada y al saciarse, todo el bosque se embriagaba también. Podía sentirlo si cerraba los ojos: el aire dulzón como el aliento de un borracho, las ramas temblando, los insectos trazando círculos deformes.

—Me ha contado Fionell que fuiste tú quien consiguió las semillas de la lluvia —me habló de pronto el anciano, sobresaltándome.

—No fue tan difícil, alguien tenía que hacerlo —fingí falsa modestia, como si me arrebolara hablar de mis triunfos.

Al notarme sobrio, me tendió un cuenco con alcohol. Fionell enseguida se unió a la conversación. Estaba radiante aquella noche: se había adornado el cabello con flores escarlata y sonreía de una forma seductora que me hizo ponerme en alerta. El alcohol fluyó y la conversación acabó derivando en que debían nombrarme nuevo guardián del bosque en recompensa por mi valentía e ingenio. Todos aseguraban de repente que así lo quería el Corazón, algunos feéricos incluso se acercaron a la reliquia y empezaron a inclinarse sobre ella poniendo la oreja, estaban muy borrachos y aseguraban que el Corazón decía mi nombre, Gelsey, que significaba jazmín en su honor, que el jazmín mágico me había elegido como su guardián y por eso había aparecido en su bosque, que el Corazón quería mi sangre.

Fugitivos (Precuela de Léiriú)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora