La huída

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Ya no había vuelta atrás, después de todo ya lo había comprendido. Los errores del pasado siempre darían vueltas en su mente en lo que él realmente era. Pero aquello no era motivo para pararse, para no poder cambiar.

«Kyle Broflovski»

Leyó en voz alta recostándose en la enorme silla de aquel departamento. Ese era el nombre del violinista, de aquel que le había robado su perfecta razón y mayor motivo para vivir.

Era judío, ¿cómo no lo había visto? Había estado tan perdido en sus propias ensoñaciones que no se había dado cuenta de algo tan terriblemente obvio. Golpeó la mesa, bloqueado y furioso porque algo así se le hubiese escapado. Se sentía estúpido y utilizado pero aún así...feliz.

Había pensando lo peor al ver aquel violín en el suelo. Y la sola imaginación de pensarle muerto había provocado en él un vacío incomprensible. No era nada, nunca lo habían sido, no se conocían, jamás se habían visto antes de aquella noche en el local, pero aún así le conocía. Tenía recuerdos sobre él, imágenes de otro mundo, de otra historia, risas, mofletes hinchados, rabietas y baños de salsa. Cosas que no entendía, cosas que había dejado de intentar comprender.

Deseaba el sabor de sus labios desde aquella noche en el callejón, los deseaba más que cualquier droga. Sintió, justo en el momento en el que sus ojos se cruzaron en aquella inmensa sala que no había un futuro sin él, pues de alguna extraña manera, jamás había habido una vida sin él. Percibía un odio incomprensible que a la par desencadenaba en una necesidad.

¿Estaba loco? Era posible, pero ya no importaba. Ahí estaban, el judío y el nazi, como en uno de esos cuentos con moraleja donde al final el bien se vuelve mal o el mal se vuelve bien, donde en medio del laberinto todo se confunde y descubres que nunca ha existido el uno sin el otro.

«El Ying y el Yang»

Recordó una voz lejana, la voz de aquel judío, una voz tranquila y confiada. Una caricia sobre su mano, un redondo dibujado con sus dedos, un escalofrío recorriendo su cuerpo.

«¿Lo comprendes?» prosiguió aquella voz en ese recuerdo jamás vivido «tú y yo. Yo no puedo vivir sin ti de la misma manera que tú no puedes vivir sin mí, lo opuesto en lo par, la luz que necesita la oscuridad. Porque, Eric, todo conjunto tiene dos partes y la mía, siempre, siempre buscará la tuya para estar completa».

No recordaba haber caminado hasta la ventana, ni haber levantado el dedo y haber dibujado aquel símbolo oriental. Pasó la mano por la silueta deshaciéndola y percibió que una lágrima solitaria comenzaba a resbalarse por su mejilla, cerró los ojos y tragó saliva. Ya estaba todo decidido, ya no había vuelta atrás, no podía hacer otra cosa.

Se limpió la cara con las manos, aclaró su garganta, se colocó los guantes y el gorro; fijó bien su cinturón y caminó hasta la puerta. Salió, saludó a sus camaradas y se encaminó hasta la zona de aislamiento con paso seguro y directo. Todo saldría cómo tenía que salir.

Le pasan los últimos informes sobre el sujeto; Kyle Broflovski, uno de los líderes de la resistencia judía, se había puesto en contacto con los americanos y una brigada de asalto trabajaba con ellos en Berlín. Le comunican que ya han dado con su paradero y que la redada se está llevando a cabo sin ninguna complicación. Le comentan que ya han caído cinco de ellos y que otros tres, un muchacho rubio y un americano moreno de ojos azules se lanzaron contra ellos con dos fusiles de asalto de mala calidad y que fueron abatidos sin problema. Añaden que uno de ellos, el americano de ojos azules era alguien importante entre las filas estadounidenses, y que el otro muchacho era un desertor de las filas del Reich.

Ewige LiebeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora