Ewige Liebe

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Las hojas amarillentas parecen pesar mucho más que antes entre las manos de aquel anciano arrugado y cansado. ¿Cuánto tiempo habrá pasado ya? Ya no puede recordarlo, pero aún así el frío de aquel lejano día de 1945 poco antes de la caída del imperio alemán sigue impregnando cada parte de su cuerpo casi todas las noches.

La sensación de estar a punto de alcanzar una puerta, la sensación de no haber podido llegar a tiempo de haber salvado a alguien.

Desvía la mirada a las fotos que reposan sobre el estante que está a su lado. Su difunta mujer, sus tres hijos y su hermano. Aquella en la que su madre cumplió los 90 años, o aquella otra en la que su hijo más pequeño se había licenciado en la universidad. Sí, el tiempo pasa para todos, incluso para un viejo judío que luchaba contra la fuerza nazi.

Ha perdido a tantos, ha dejado a tantos amigos atrás, a tanta gente querida; pero ha ganado a tantos otros, a hijos, a sobrinos, a nietos. Sin duda ha tenido una vida plena, una perfecta vida, plena y feliz.

Cierra los ojos y parpadea casando. Agarra con fuerza aquella última carta, aquella que ya está inmensamente arrugada, aquella que nunca se ha cansado de leer, y pasa sus dedos arrugados por cada una de aquellas palabras que tan bien se conoce de memoria.

«La muerte» comienza a leer con voz cansada «es siempre una posibilidad en las guerras. No pensar en ello me convertiría en un idiota, y cómo has comprobado, no lo soy. Pero, pelirrojo, la muerte no es el fin para un amor como el nuestro. Pues en otra vida, en otro mundo, quizás con otra cara, con otra voz, otro nombre, y otra apariencia; mi alma, siempre tuya, te estará esperando. Porque este amor, lo aceptemos o no, ...»

Con la sonrisa en el rostro el anciano pelirrojo descansa sobre la silla de su cuarto; las palabras se han vuelto mudas en sus labios y la saliva se ha secado en su lengua con un último suspiro. Su cuerpo parece pesar menos y no es capaz de sentir ninguna parte de él. A lo lejos, tras un denso velo casi invisible que se disipa con los pasos, puede distinguir una sonrisa traviesa y unos brillantes ojos azules que le susurra el final de una carta que ya no puede leer,

«..es un amor eterno.»

Ya no hay miedo, ya no hay dolor, ya no hay nada más que un final. Uno que es el comienzo, uno que siempre ha sido y será. Uno a su lado, uno feliz.

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