13. "No ahora..." (Editado)

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Capítulo trece.

Sentía como perdía lentamente la audición, también, que los latidos de mi corazón se detenían y que el sudor comenzaba a esparcirse por mis manos, frente y espalda.

¿Miedo?

Tal vez en estos momentos sentía eso.

No sabía en qué momento corrí hacia allí, totalmente desesperada y tratando de responder las miles de preguntas que hacían su aparición dentro de mi cabeza.

Habían dos paramédicos frente a la ambulancia hablando con la vecina de al lado, ella se dio cuenta de que estaba allí y rápidamente vino hacia mí.

—¿Que ha... sucedido? —articulé con un nudo en la garganta. Los ojos ya me comenzaban a picar.

—Evie... —comenzó la vecina un tanto preocupada.

La sangre se me heló y me imaginé lo peor.

Sin despegar la vista de la ambulancia, avancé lentamente hacia ella tratando de articular alguna palabra coherente, pero todo era imposible en esos momentos en la que el pánico se encarga de nublarte la mente.

Uno de los paramédicos me observó expectante. Hasta que me preguntó.

—¿Es usted un familiar?

Asentí tratando de no mirar dentro del camión donde supuestamente se encontraría mi madre.

Trague seco antes de hablar. Dios... Era demasiado difícil asimilarlo.

—Soy su hija... —comenté. —¿Que ha sucedido? —y sin darme cuenta una lágrima cayó y se deslizó en mi mejilla.

—No se lo puedo decir luego de una investigación meticulosa acerca del caso —discutía el paramédico. —En este mismo instante, y si quiere acompañarnos, iremos al centro de salud para realizar lo dicho anteriormente.

Sólo asentí.

Luego me dijo que suba al camión, y no quería subir, pero tenía que hacerlo.

Al subir, mi madre estaba extendida en una camilla con una aguja inyectada en el brazo, su rostro... Estaba más pálido de lo normal y sus labios parecían muy secos, como si nunca hubiera bebido agua. Uno de los paramedicos observaba que el suero estuviera corriendo bien para luego buscar algo detrás de él.

Me senté y observe el pálido rostro de esta mujer, sus ojeras eran mas notorias y la incógnita seguía dentro de mi cabeza, ¿como es que esta mañana estaba espléndida? ¿o tal vez fingía? Pero lo que menos quería era que caiga en una depresión.

En un abrir y cerrar de ojos ya nos encontrábamos en el hospital. Los para medicos nos ayudaron a bajar a mi madre y la llevaron no se a donde mientras yo quedaba parada en un lugar viendo como se alejaban.

—¿Me podría decir su nombre? —habló una enfermera que no sé cuando llegó.

—Evie, Evie Jenkins —respondí totalmente neutra aún con la mirada fija en aquel pasillo donde habían desaparecido los médicos junto a mi madre.

La enfermera asintió y dijo que la siguiera. En el trayecto mi celular vibraba pero lo ignoré, luego se dos llamadas más me fijé y se trataba de Dominik.

Al llegar a la sala de espera, me senté en uno de los sillones y mi celular volvió a sonar, esta vez corté, realmente no quería contestar, no quería cargarle a él todo esto que estaba sintiendo.

Como no se daba por vencido apagué el celular y me dispuse a mirar un punto.

Luego de veinte minutos de espera, el doctor me llama e inmediatamente me acerco hasta su oficina. Al adentrarme el típico olor de medicamentos y más inundaron mis fosas. El doctor se sienta y me hace un ademán con la mano para que hiciera lo mismo.

—De acuerdo... —habló removiendo papeles.

Miré fijamente al doctor, quería que me dijese qué tenía mi mamá, si fue un ataque o algo.

—¿Mia Elizabeth Jenkins es el nombre de su madre, cierto? —pregunto despegando la vista de los papeles para mirarme.

Asentí.

—A la señora Elizabeth la llevamos para hacer unos análisis de sangre y allí, descubriremos que pasó.

Volví a asentir.

—Eso significa que deberá esperar una o mas horas hasta que el resultado salga —al decir esto miro a un costado.

¿Realmente tardaría tanto?

Salí de allí y fui a esperar en la sala. Estaba tan absorta en mis pensamientos, no sabía cómo lograba articular gestos estando en aquel estado, simplemente era irreal, demasiado irreal.

Miraba el techo, el suelo, mis manos, pero nada podía hacer que me distrajera por un momento, sólo oía como el traqueteo de las camillas mezcladas con las del reloj sonaban retumbantes en mis oídos.

Pasaban veinte, treinta, cincuenta minutos y aún no me llamaban, ya no podía esperar más, necesitaba respuestas para todas estas preguntas que se amontonaban y hacían de mi cabeza un lío total.

Alrededor de una hora y media el doctor vuelve a llamar.

—¿Tu madre fue o es adicta a algo? —fue directo.

Esa pregunta me heló al instante, me removí incómoda en la silla y me dispuse a contestar.

—Si... En realidad había dejado de tomar pastillas hace tres años, pero lo volvió a hacer —baje la cabeza, totalmente avergonzada.

—¿Y sabes la razón de su decaída?

Cerré los ojos con fuerza.

Yo lo sabía, sabía por qué mi madre estaba en este estado, era por el dinero, por la culpa de ese viejo decrépito. Sin ése dinero y sin el abuelo, estaríamos fritas...

Pero no lo diría.

—No...

—De acuerdo, iré al grano —tomo una respiración profunda y prosiguió. —Tu madre tuvo una sobredosis de esa pastilla, una gran sobredosis y me temo que irá a rehabilitación.

Esa respuesta cayó sobre mi como plomo, como un balde de agua fría, como si alguien me empujase a un precipicio, como si alguien estuviese frente mío con un arma y me disparase justo en la frente.

Sentía que mis huesos se desintegraban y mis pulmones ardían. Sentía que mi corazón estaba a punto de desaparecer.

Esto no podía estar pasandome.

No ahora...

Jamás creí en Él (Dominik Santorski)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora