22. "Mi nombre es Rossy" (Editado)

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Capítulo 22.

E

l lugar estaba bañado por la oscuridad, estaba rociado de humo e infestado por puros idiotas. La poca luz de colores alumbraba la zona en las que las chicas bailaban con el caño y alrededor de éstas, hombres babeando dinero. La música estaba bastante fuerte como el dolor en mis pies por culpa del odioso zapato de taco 15. En una mano traía una bandeja con bebidas y la otra estaba libre, de vez en cuando bajaba la falda para evitar que la mitad de mis nalgas saliesen a la luz aunque ese era el punto; lo mismo con el gran escote del corset.

Me dirigí­ a la mesa cinco y allí­ estaba el grupo de hombres ricos. Ellos vení­an muy seguido y pagaban bien si es que hacías todo lo ellos decí­an. Uno de ellos era el jefe de un empresa gigante y sus acompañantes eran los secretarios por así decirlo. Eran los hombres mas importantes de esta pequeña ciudad. Fingí­ una radiante sonrisa cuando llegué hasta allá.

—¡Buenas noches! Me emociona tenerlos aquí, chicos —exclamé poniendo las bebidas en la respectiva mesa. Maldije mentalmente cuando siento que al inclinarme, tanto el escote que baja como la parte de atrás de la falda que sube lentamente; me dejan al descubierto.

—¡Rossy, mi amor! —dijo el hombre de mayor edad, Ronald, dándome una nalgada. Pues ya estaba acostumbrada. Le sonrí­o tratando de ocultar la mueca.

Me agarra del antebrazo y me sienta en sus piernas.

—¿Que tienes hoy para mí? —susurra en mi oi­do. La piel de gallina no tarda en aparecer como las náuseas y las ganas de dejarlo sin hijos.

Al terminar mi trabajo, exactamente a las cuatro de la madrugada, me dispongo a ir al departamento que me queda bastante cerca del burdel. La noche estaba fri­a y húmeda, el viento soplaba fuerte y se colaba entre mi abrigo causándome escalofri­os.

Cuando por fin llego, no dudo en darme una ducha larga y quitarme todos los gérmenes de los ci­nicos del burdel. No lo mal entiendan, no tuve sexo con nadie, no lo haría.

Mi trabajo no me hacia sentir realmente orgullosa pero era la única manera de conseguir dinero para el alquiler, un poco de comida y para alguna vez en mi vida; poder ir a la universidad.

Me preparo algo para comer y voy directo a la cama. Mañana serí­a otro tedioso día de trabajo.

. . .

Desperté por culpa del fastidioso teléfono de pared, habi­an pasado como media hora desde que había sonado sin cesar. Volví a gruñir y me levanto a regañadientes, me dirijo­ hasta la cocina y cojo el bendito teléfono.

—¿Qué? —contesté sin ganas mientras me restregaba la cara con una mano.

—¿¡Donde cojines estás!? —gritaron desde el otro lado de la lí­nea, iba a responder pero vuelven a chillar. —¿Sabes la hora que es? ¡Quedamos para las tres de la siesta! Y no te veo por ningún maldito lugar...

Maldita sea lo había olvidado por completo.

Observé el reloj de mi celular y marcaban las 16:01 pm.

¡Jesús!

—¡Dame diez minutos! —exclame y antes de cortar se escuchan maldiciones de parte del teléfono. Voy a la ducha con mi respectivo atuendo y en seis estoy lista, salgo como un rayo del departamento y corro hacia uno de los taxis. Le di la dirección y ya en marcha me puse a pensar.

¿Tanto habí­a dormido? ¿Y por qué no habí­a sonado la bendita alarma?

Al llegar a mi destino, le pago al chofer y me dirijo rápidamente al segundo piso. Esperé el ascensor y vaya que tardaba. Suspire y no tuve otra opción que subir las escaleras.

Busqué con la mirada a esa persona y lo reconocí enseguida por sus cabellos castaños, su inigualable traje completo de policí­a y sus lentes de sol. Observaba descuidadamente hacia la calle desde la pared de vidrio y movi­a vivaz su pierna derecha.

Se preguntarían quien era, pues dejenme decirles que es la misma persona que se había arrodillado ante mi pidiendo disculpas, fue muy difícil creer en sus palabras pero ya nos entendemos.

Su nombre es Neil y es el policía mas joven que conozco, pues se habí­a recibido a los veintitrés por tener un potencial excelente en búsqueda de evidencia, ahora tiene 27 y lo único malo en él era que confiaba muy fácil en las personas, una vez que eras amigo de este idiota ya podías confiar plenamente en él y eso hacía que los demas se aprovechasen de su confianza como lo hizo Thomas. Pero el pasado ya estaba pisado, nos olvidamos de que eso pasó y vivimos del presente, asegurándonos que el futuro no vuelva a ser la misma miseria.

Ahora estaba punto de ser estrangulada. Me senté lentamente frente a él pero no me miró en ningún momento, solo se limitó a mirar hacia la calle con las manos entrelazadas entre si mientras apretaba ligeramente la mandíbula mostrándose notablemente furioso.

—Neil yo... Lo siento... —murmure mientras jugueteaba con una servilleta blanca que se encontraba en la mesa.

—Cierra la boca —escupió. Se notaba que conteni­a su ira. —Ahora necesito una explicación por tu falta de puntualidad. Lo miré y traté de buscar alguna escusa para no responder "Lo siento, tuve que bailar para un hombre con el propósito de conseguir dinero".

Todos sabemos que podría ir a la cárcel.

—Estuve buscando algún empleo en internet hasta tarde y me quede dormida al día siguiente.

—Mientes —dijo rapidamente para luego mirarme mas cabreado que antes. Parecia que en cualquier momento entraría en cólera. Quise blanquear los ojos, pero eso no seria una buena idea en estos momentos. —Esto es absurdo, Evie —hablo irónicamente. —Yo tratando de ayudarte y tu mintiéndome, ¿por qué no sólo me dices que sales a fiestas y ya? —dijo negando con la cabeza, decepcionado.

—Okay, ya no lo volveré a hacer. ¿Si? Lo siento.

Él negaba con la cabeza y luego suspiró, signo de que ya no estaba molesto.

—Te conseguí varias Universidades por aquí —mencionó mirándome con sus castaños ojos.

Él hablaba y yo solo asenti­a, realmente le debi­a mucho a este hombre, me ayudaba con todo ya que según él, habi­a fallado enormemente con su trabajo. Ya habi­a llegado la hora de marcharme y antes de hacerlo me giro hacia el.

—Espero que la próxima seas responsable, Evie.

—Tranquilo, ya no sucederá —dije ya dispuesta a largarme, pero antes, me giro nuevamente hacia él —Ah, y mi nombre es Rossy, no lo vuelvas a olvidar.

Jamás creí en Él (Dominik Santorski)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora