II

16 1 0
                                        


Todo ha transcurrido muy deprisa. Los días han ido pasando y pasando. Su ausencia se ha ido haciendo más "soportable" pero no por eso menos dolorosa. Han pasado cuatro meses desde que leí la carta. Y creo que vivo en medio de un laberinto, buscando cada segundo de mi vida algún pasillo que me lleve a la salida. Pero no encuentro nada. No encuentro respuestas para todas las preguntas que se me han ido formulando al cabo de todo este tiempo.

A la semana de haber leído la carta ya había adelgazado cuatro quilos, no comía apenas nada, había dejado de ir al trabajo, no tenía siquiera fuerzas para levantarme de la cama. Al mes, mis padres decidieron que me fuese de nuevo a vivir con ellos, y el piso donde vivía, dejarlo vacío. Acepté sin rechistar, ya que no me importaba nada lo que pasase. Mis padres al ver que no lo superaba decidieron enviarme al psicólogo y este les dijo que lo más conveniente era un psiquiatra. Así que llevo tres meses citándome con él. La verdad, es que desde que voy a consulta, estoy mucho mejor. Las pastillas que me recetó me hacen estar más despierta. Hoy por hoy, puedo decir, que soy capaz de sonreír. Algunas veces. Sé que mis padres intentaron buscarle, pedirle explicaciones, pero no pudieron localizarle. También sé que hablaron con sus padres, es decir con mis suegros. Estos le dijeron que lo único que sabían de él era que se había marchado del país, y que lo sentían por mí. Que podía ir a verlos cuando quisiera, que ellos me querían como a una hija.

—¿Cómo has llevado esta semana? — me pregunta Diego, mi psiquiatra.

—Como las anteriores. — le respondo mirándole a los ojos.

—¿Has visto a tus amigos?

— Ana vino a visitarme y me invitó a una cena. No voy a ir, ya lo debes de saber.

— ¿Por qué?

— ¿En serio me preguntas por qué? — le respondo enfadada.

—Sí Abril. Te estoy preguntando por qué no quieres ir a cenar con tus amigos.

— He prohibido que mis amigos vengan a verme, a excepción de Ana. Después de cuatro meses no quiero ir y que sientan pena por mí. No me apetece salir, ellos me recuerdan a él. Y él, o el acordarme de él significa volver al dolor que sentí cuando leí la carta.

— Como dices, han pasado cuatro meses. Cuatro meses en los que has llorado bastante. En los que te has odiado. Ya va siendo hora de que la nueva Abril, la Abril que aún no conozco vaya saliendo a la luz.

—Esa Abril murió. — le respondo con lágrimas en los ojos.

—No, esa Abril está justo delante de mí. Esa Abril que volverá a brillar, esa Abril que sonreirá y reirá.

— Aún me pregunto el porqué... — digo agachando la cabeza.

—Lo sé, en nuestra vida, a veces se dejan interrogantes sin resolver. Y hay que vivir con ellos.

— Gracias. — le vuelvo a mirar.

— ¿Gracias? — pregunta enarcando la ceja derecha.

—Por hacer que poco a poco vuelva a confiar en mí misma.

—Abril, acepta ir a esa cena. Si ves que en algún momento vuelven las crisis de ansiedad, te vas. Pero creo que estás preparada para dar el siguiente paso.

—Ojalá pudiera llevarte guardado en mi bolsillo, para que pudieras aconsejarme en todo momento. — reímos los dos. Al decir verdad, no lo veo como un médico, lo veo como a un amigo. No, como a un amigo no, como... una parte de mi consciencia. Sí, eso es. Hablar con Diego, es como hablar con la antigua Abril.

—¿Sigues con la medicación, verdad? — me pregunta.

— Sí, una por la mañana y una por la noche.

—Perfecto. Sigue así durante esta semana. Ve a la cena, es una orden. Y nos vemos dentro de dos semanas.

—¿Dos semanas? — le pregunto medio enfadada. Dos semanas es mucho tiempo. Estoy acostumbrada a verle cada tres días, o como mucho una vez a la semana. Pero ahora...

— Sí Abril. Te estás recuperando, y eso conlleva a que nuestras visitas cada vez van a ir siendo menos frecuentes.

—No...

—Desde un principio sabías que esto pasaría.

—Lo sé... pero no puedo hacerme a la idea de que algún día ya no te veré más.

—Cuando ese día llegue, quizás te proponga algo.

n

Las Penurias de AbrilDonde viven las historias. Descúbrelo ahora