Capítulo 11: Hombre y bestia

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PDV Connor.


Pasé de largo los últimos árboles que marcaban el bosque a paso rápido, irritación radiando de mis poros. Y el enojo no hizo más que renovarse y agitar mi pecho al pensar en aquel hombre una vez más, mientras mantenía mi vista fija en la puerta de la cabaña a pocos pasos de distancia.


Había salido a cazar, en lo que se suponía fuera una comida rápida, pero todo había salido mal. Primero no había tenido mucho éxito encontrando una presa formidable, al parecer todos los animales de los alrededores empezaban a temer al "lobo feroz", por no mencionar que durante el invierno siempre había escasez. Y casi una hora después, cuando finalmente había localizado a un cervatillo y lo acechaba preparándome para saltar, un hombre se me adelantó e intentó dispararle. Falló el tiro, y el animal se escapó.


Luego me vio e intentó cazarme a , como si fuera un animal cualquiera. Logré perderlo con facilidad, y luego me transformé y me acerqué a él para echarlo. Después de todo, estaba intentando cazar en un bosque protegido y yo tenía que hacer mi trabajo.


La persona tenía pelo oscuro escondido a medias por un gorro para la nieve y un rostro alargado y equino. Le dije que tenía que irse o pagaría una costosa multa, y lo peor de todo fue que no creyó que yo era un guardabosques, porque no traía el uniforme. ¡Humanos!


Nos habíamos enzarzado luego en una discusión que terminó en él yéndose más por exasperación que por otra cosa, y yo había decidido volver a casa, con el estómago vacío y mi humor demasiado arruinado para intentar cazar de nuevo.


En este estado me hallaba cuando (¡imaginen mi sorpresa!) abrí la puerta y me encontré con nada más y nada menos que el amigo de Marion sentado en nuestro sillón con toda tranquilidad, cuando lo que yo esperaba era ver a mi novia. ¿Cómo era su nombre, de nuevo? ¿...Jace? ¿Mason...?


-¿Jason? -recordé en voz alta.


Él se giró al oír su nombre, incomodidad reflejándose ahora en su expresión.


-Oh, hola Connor... -saludó, rascándose la nuca.


-¿Qué haces aquí? -pregunté incrédulo, cerrando la puerta a mis espaldas.


-Marion me invitó, la estoy ayudando a prepararse para una materia suya - explicó, relajándose de nuevo en el sillón. -Ella está en el baño.


Dirigí mi mirada por un instante a la cocina, anhelando la carne cruda que sabía se encontraba allí. Tiempo atrás casi hubiera preferido pasar hambre antes que alimentarme de eso, sin embargo las cosas habían cambiado. Mi estómago gruñó, pero no podía comer ahora, no con él aquí en la casa.


Redirigí mi atención al muchacho y me senté rígidamente en el sillón adyacente a donde estaba.


-¿Pero qué no estudian cosas diferentes? ¿En qué podrías ayudarla? -pregunté, quizás hablando mi atención se distraería de la carne.


-Sí, son carreras distintas pero una de sus materias requiere saber utilizar un software para diseñar páginas, y como yo estoy estudiando Informática sé de...


Siguió hablando, pero yo dejé de escucharlo. De pronto mi vista estaba fija en los tendones de su cuello, que se asomaban detrás de la camisa abotonada. Era llamativa la cantidad de músculos que se movían en la garganta cuando uno hablaba, casi parecían danzar ante mis ojos; y pronto los restos de su voz que apenas se escuchaban se volvieron completamente inaudibles, cuando el retumbar de su corazón ahogó cualquier otro sonido. Era un ruido sólido y consistente, como cuando alguien golpea dos veces seguidas la puerta, o cuando la manecilla del reloj que marca el minuto se mueve justo después de la del segundo. Y se repetía, una y otra vez, una y otra vez enviando sangre por todo su cuerpo y volviendo su carne cálida, deliciosa y viva.

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