El sábado amaneció más frío que de costumbre. Nubes grises y negras se habían adueñado del cielo, amenazando con una lluvia que no tardó mucho en caer, bañando las calles, parques y casas de la ciudad.
Desde mi habitación podía oír los agitados pasos de mis madres, yendo y viniendo, subiendo y bajando las escaleras para descolgar la ropa de los tendederos y cerrar cualquier abertura que pudiera dar acceso al agua y mojar el interior de la casa. Yo mientras tanto, me encontraba recostada sobre mi cama y mirando el techo. Como si fueran tangibles, miles de letras flotaban frente a mí, dándole forma a mis cavilaciones y permitiéndome ordenar mi mente para suprimir ciertos recuerdos que no me dejaban tranquila.
Mi condición como afrodite no me había causado problema alguno hasta que tuve mi primera erección y aunque entendía que es parte de mi cuerpo y que es totalmente normal, no podía huir de la vergüenza que me provocaban aquellas situaciones.
Hasta el momento solo la enfermera, Úrsula Neyra, sabía mi secreto. Y fue ella quien, durante los últimos días, me escuchó y me habló sobre mi condición.
—No pues, ¿cómo te vas a meter en esas páginas web? —Se burló de mí el día jueves, mientras conversábamos durante el recreo. —La pornografía no se puede tomar como fuente de información, más aun cuando quieres entender mejor el funcionamiento de tu cuerpo.
—¡Qué no lo busqué porque quise! —reclamé.
—Ya, ya... te repites tanto que ya empiezo a dudar. Además, ¿no deberías visitar a la psicóloga y hablar sobre los miedos que tienes?
—La señora Julia ya renunció.
—¿Y? ¿no se supone que Cecilia Adler empezó a trabajar ayer?
—Sí pero no termino de confiar en ella... como es nueva en el puesto y...
La risa de la enfermera me interrumpió.
—Sí, la verdad es que Ceci es algo rara.
Mis ojos se abrieron tanto que sentí como mi piel se estiraba. Las palabras de la enfermera cayeron sobre mí como un baldazo de agua helada y por unos segundos mi rostro se asemejó a esas figuras de civilizaciones antiguas, aquellas deformes con bocas abiertas como buzones y ojos como claraboyas.
—¿Se conocen?
—Yo recomendé a Cecilia cuando Julia renunció. Estudiamos juntas en la secundaria, por eso sé que es una buena profesional.
»¿Sabes? Ella era muy estudiosa y su pequeño problema de visión no era problema para sacar las mejores notas. Por eso te digo, si necesitas ayuda puedes contar con Cecilia y conmigo, estamos para ayudarte.
Yo sonreí a modo de respuesta. La verdad era que, aunque la enfermera y yo habíamos empezado a conversar después de que mis madres optaron por prohibirme el libre acceso a internet hasta nuevo aviso, aun no podía llamarla «mi amiga». Menos aun no podía confiar en Cecilia Adler por más buenas referencias que tuviera de ella.
Mis recuerdos y cavilaciones terminaron cuando el silencio se adueñó de mi casa. Ya no se escuchaba el ajetreo en las escaleras, la azotea ni en la planta baja y el golpeteo de las gotas de lluvia contra los cristales de mi ventana había cesado.
Me incorporé, sentándome sobre el colchón y mi vista se centró en un punto específico. Aquel espacio vacío en mi escritorio en donde el fantasma de mi computadora me observaba acusándome por mis errores y recordándome todo lo que me estaba perdiendo por no conectarme a internet.
Estiré mi cuerpo, tratando de liberarme de toda la pereza que un sábado por la mañana puede cargarnos, alisé mi camiseta y mis pantalones de pijama y me senté en mi silla, frente a mi escritorio.
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Crónicas de una Afrodite
HumorEn un mundo donde los hombres no existen, algunas mujeres poseen genitales masculinos y femeninos (Afrodites). Ariel, una muchacha afrodite, empezará a descubrir lo complicado que puede ser una, más aun si lo que deseas es que ese aspecto de tu vida...