9 - Gatitos

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—¿En serio? Pues, no era yo.

Así había respondido Aisha cuando le conté que la había visto cerca al supermercado. En ese momento no me había percatado el significado de que su mirada se desviara cuando respondía, quizá para alguien con mayor experiencia hubiera deducido rápidamente que ella estaba ocultando algo pero yo lo dejé pasar, de todas formas no tenía por qué dudar de una de mis mejores amigas.

Era una bonita tarde de viernes, la semana escolar había terminado sin contratiempo alguno y con el premio añadido de que no había tarea para el fin de semana, las maestras nos decían que era para que nos pusiéramos a estudiar para los exámenes que no tardaban en llegar y quizá algunas alumnas aprovecharían para repasar algunas materias pero nadie se podrían a estudiar en serio hasta pocos días antes de las pruebas. Y yo no era la excepción.

Aisha y yo estudiábamos juntas de vez en cuando, sobretodo matemáticas pues a ella no se le daban muy bien. A mí me iba mejor que a ella pero eso no quería decir que tuviera altas calificaciones solo que mamá Sophía, sin ser matemática, se le daban bien los números y en más de una ocasión nos ayudó a aprobar con más de un sesenta y cinco1.

Aisha y yo habíamos decidido ir a la plaza que estaba cerca del supermercado al que había ido hacía unos días. Algunas chicas del salón nos habían dicho que en aquel lugar se habían improvisado un mercado de artesanías y antigüedades que tenía cosas muy interesantes. Naomi Fujioka no paraba de mostrarnos unas pulseritas tejidas y un anillo de fantasía muy bonito con la figura de una rosa tallada y una piedrecilla roja a modo de flor que parecía un rubí pequeñito. Por otro lado, Isabella Martinez se había comprado una libreta que parecía sacada de una época remota. Las hojas eran de material reciclado y tenían una apariencia arcaica mientras que las tapas eran de madera, eso fue lo que más me impresionó. Al parecer, la artesana había cogido un tronco muerto de árbol, había cortado un trozo de su madera, con todo y corteza, y durante varios días estuvo trabajando el material para amoldarlo y tallar la portada de la libreta.

—Este cuaderno es mi nuevo tesoro. —nos contó Isabella con una sonrisa.

Yo esperaba encontrar a la artesana aquella para preguntarle si tenía otro cuaderno como el de Isabella, el cuaderno era raro pero tenía algo que te atraía.

Y el mercado seguía allí. Eran puestos pequeños con mucho que ofrecer, lo que daba una apariencia de desorden al principio, ubicados a modo de círculo y en medio de ese círculo había unos cuantos puestos más. Caminar entre puestos era un poco incómodo, había poco espació de acción y mucha gente que miraba encantada los diferentes objetos que estaban a la venta. En un puesto vi algo que llamó la atención de Aisha, quien me tomó del brazo de improviso y casi me hace perder el equilibrio y caer.

—Mira, mira, mira... —me dijo como una ametralladora y notablemente emocionada.

Una mujer bajita, de cabellos plateados y una sonrisa inocente, nos presentaba uno cuadros de fantasía. Todos eran parecidos, un cielo muy bonito con la luna y unas cuantas estrellas y abajo lo que parecía un desierto. Lo único que cambiaba entre cuadros era el color del cielo y la arena y la distribución de las estrellas.

—Que bonitos —dijo Aisha con un tono chillón que apenas pude reconocer como su voz.

La señora rio y le dio la vuelta a uno de los cuadros, empezando la magia. La arena empezó a caer lentamente, ahora el cielo era distinto y lo que se veía en el fondo no la luna sino un planeta pequeñito. La distribución de la arena, obviamente también cambió, como si fuera un cuadro distinto.

Ya con eso Aisha había caído y hablaba con la mujer sobre el precio de uno de esos cuadros. Mientras mi amiga buscaba su cartera en su mochila para pagarle a la señora, yo paseaba la mirada por los puestos adyacentes como el que se encontraba justo al lado derecho, que vendía bisutería; o el que estaba a la izquierda, que vendía pequeñas figuritas de animales hechos con algún tipo de piedra, parecía cuarzo pero no podría asegurarlo. Fue en este puesto, atendido por una mujer que llevaba puesto un vestido de lino blanco y unos adornos en forma de flor en el pelo, en el que me quedé observando un rato.

Crónicas de una AfroditeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora