23 - Reunión

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Durante el domingo, en la casa no entró el aburrimiento. Desde muy temprano, Ariel se benefició de la nueva amabilidad adquirida de su abuela Diana. El concierto de Irene, en el Black Spark, empezaba el sábado a las diez y media de la noche, y gracias a Diana, Ariel pudo ir al club nocturno, presenciar de inicio a fin el concierto de su madre —algo que nunca había ocurrido, porque, siempre que iba, solo se quedaba hasta las once y quince, luego de eso Ariel volvía a casa con Sophía—, y disfrutar de la vida nocturna con la compañía de su abuela, con quien nunca había tenido tal tiempo de calidad.

Aunque el sábado estaba un poco más cohibida, el domingo era otro el cantar. Ariel se sentó junto a su abuela Diana, quien le iba contando historias sobre su tiempo en el cuerpo militar.

—... Me tenían agarrada por la espalda, con un cañón de pistola apuntándome en la sien. Mis compañeras no sabían cómo ayudarme. No, no te confundas Ari, había muchas maneras de salvarme pero no se decidían a actuar ya que todas las opciones tenían un alto riesgo de fracaso...

—Mamá, por favor, no es hora de contarle ese tipo de historias a Ariel —Reclamó Sophía.

—No, no, ahora quiero saber. ¿Qué hicieron?

Diana rió ante la curiosidad de su nieta y siguió hablando como si su hija no la hubiera interrumpido.

—Yo tenía una amiga muy querida en el ejército. Ella, con una sola mirada, me dio las órdenes que necesitaba. Rápidamente pise, usando toda la fuerza que pude en el talón, y tratando de apuntar la parte izquierda del pie izquierdo de mi captora. Al mismo tiempo, eché el cuerpo hacia atrás y quedé bien puesta para morder el antebrazo de la mujer. Afortunadamente mi superior, la amiga de la que te hablé, disparó. Un disparo limpio y certero, en el medio de la frente.

—No puede ser, ¿y la otra no disparó en cuanto la pisaste? ¿y cómo se da una orden así solo con la mirada?

Diana volvió a reír.

—Bueno, la, entonces, teniente Quintanilla tenía el apodo de Buho, porque tenía los ojos grandes. La habitación no estaba muy bien iluminada pero la ventana a nuestras espaldas servía como fuente de luz suficiente para ver como Buho me indicaba abajo. Lo demás fue un poco suerte, si te soy sincera.

—¿Es decir que no disparó por suerte?

—Más o menos.

Luego del desayuno, Ariel se mostró un más colaborativa cuando Diana intentó entrenarla en lucha. No lograron casi nada en las dos horas de práctica, solo practicaron la maniobra de la que había hablado su abuela durante el desayuno. Ariel seguía insistiendo, durante el almuerzo, que debió ocurrir algo más, porque a ella le fue imposible realizar el ataque.

—Es que te falta más entrenamiento y ver el momento adecuado, al estar pendiente de lo que puedas hacer, se me hace más fácil actuar para que no te escapes.

Un poco picada, fue la propia Ariel quien le pidió a su abuela que le enseñe a zafarse de ese tipo de problemas y otras cosas del combate cuerpo a cuerpo. Diana, con una sonrisa que a Ariel le heló la sangre, se llevó a su nieta y comenzaron un adiestramiento básico. Lamentablemente, no había mucho espacio en la casa ni el equipo que hubiera necesitado Diana, como colchonetas, por poner un ejemplo. Aun así, Ariel aprendió un par de cosillas, más que todo, aprendió a reconocer su centro de equilibrio y no perderlo para evitar que la derriben.

Irene, algo cansada por el concierto de la noche anterior, decidió espiar el entrenamiento, no le gustaba la idea de dejar a su suegra con su hija haciendo algo tan brusco. Fue cuando bostezó por el sueño, que Diana la pilló y la utilizó como asistente para mostrar cómo se hacían determinadas llaves. Irene hizo todo lo posible para no reflejar el miedo que le daba ser el conejillo de Indias de aquellas improvisadas lecciones.

Crónicas de una AfroditeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora