36 - Desayuno en familia

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El sábado amaneció frío y Ariel se había acurrucado, tapándose muy bien para evitar las más pequeñas corrientes de aire que pudiesen molestar su sueño. Ella, en posición fetal, disfrutaba de un sueño en el que, simplemente, pasaba un día maravilloso con sus amigas, sus madres y también sus abuelas. Sophía cepillando el cabello de su hija, mientras conversaba con Aisha y Erin. Irene cocinando, mientras discutía con Diana sobre cómo preparar la carne a la barbacoa, y su abuela Érika, se reía de su esposa y su nuera, bebiendo algo.

Estaba muy a gusto, cómoda y a una temperatura ideal, sentía que podía seguir así durante mucho tiempo, pero sintió cierta presión en el bajo vientre. Cierta incomodidad, una alerta que lanza el cuerpo con un único significado, era momento de limpiar parte del organismo.

Ariel quiso ignorar la primera llamada de atención, luchando con la necesidad misma, para seguir acostada, relajada. Sin embargo, con el paso de los minutos, la presión se hacía mayor, como el dique de una película sobre desastres naturales, a punto de partirse y dejando libre aquel torrente fluvial. Ariel supo que no podía retener más y, con mucha pereza, apartó las mantas, movió una pierna, dejándola colgada al borde de la cama, luego la otra. Pesadamente movió el cuerpo con tal de que sus pies toquen el piso —estaba frío— y, a tientas, alcanzara sus pantuflas. Ella, aún con los ojos cerrados, se incorporó, se estiró, se pasó los dedos por el cabello para llevarlo hacia atrás y se levantó por fin, para poder ir al baño.

Caminó, arrastrando los pies, como si estos pesaran varios kilos. Sus ojos se cerraban por momentos, como los de aquellas muñecas que, dependiendo de si están en horizontal o vertical, pueden abrir o cerrar los ojos. Y su cabello volvía a estar por delante de su cara.

Luego de jalar la cadena del baño, y lavarse las manos, y la cara, Ariel ya estaba un poco más despierta, pero la flojera la jalaba hacia la cama nuevamente. Sin embargo, cuando volvía a acostarse y se preparaba para volver a taparse, tocaron a la puerta de su habitación.

—Ari, hija, ¿ya estás levantada? —escuchó, bajito.

Ariel arrugó el rostro, sabía que daba igual que dijera en ese momento. Era una de las preguntas trampa de cualquier madre. Tampoco podía ignorar la pregunta, pues estaba claro que si habían tocado a la puerta, era porque habían oído el ruido del inodoro y luego el agua del lavabo mientras se lavaba.

Volvió a levantarse, esta vez con la resignación de alguien que sabe que su tiempo de sueño ha terminado, y no por voluntad propia. Caminó hasta la puerta y la abrió, del otro lado se encontraba Irene. Parecía haber pasado una mala noche, su cabello rubio estaba despeinado y no se había desmaquillado antes de dormir.

—Ari, buenos días. Tu abuela está abajo —Ariel miró con sorpresa a su madre.

Desde el incidente con Romina Rondón, al parecer, había atraído la atención de sus abuelas. Recordó que, un día antes, Diana estuvo intentando enseñarle algo de defensa personal. También recordó que su abuela le preguntó si ya sabía qué hacer con su vida tras la escuela, y aunque ya tenía respuesta, le seguía poniendo nerviosa.

—Ella me trajo anoche, estuvo en la tocada. —Irene susurraba, quizá para no despertar a su esposa, quien seguía durmiendo, o quizá para no alertar a su suegra. Aún con todo, Ariel podía notar el tono cómplice en la voz de su madre.

—¿Entonces ya no puedo seguir durmiendo? —Respondió Ariel, también con susurros.

—Lo siento, pero no —Ariel no se percató en ese momento, quizá se habría reído de hacerlo, pero su madre, mientras hablaba, estaba un poco encorvada, para estar más cerca de su hija —. De preferencia, cámbiate de ropa y baja a saludar, ya sabes lo pesada que se puede poner Diana.

Ariel asintió con pereza y cerró la puerta de su habitación, mientras Irene se giraba para ir a despertar a Sophía. Nuevamente, en la soledad de su cuarto, pensó que, quizá, si aseguraba la puerta y evitaba hacer ruido, podía volver a meterse en cama y seguir durmiendo, pero ese pensamiento fue interrumpido por la imagen de su abuela rompiendo la puerta de una patada y obligándola a salir.

Con resignación, fue a vestirse. Tomó una camiseta desteñida, era negra pero el estampado ya casi se había desvanecido, aunque todavía podía notarse que pertenecía a un videojuego antiguo. Ariel solo la usaba andar por casa desde hacía tiempo, pues había perdido color y no se veía bien para salir. Se quitó el pijama y se puso unos pantalones chándal de color azul marino y la camiseta. Sin ponerse calcetines, Ariel se puso unas sandalias para no ir descalza por la casa, pero sin esa sensación de opresión de usar zapatos. Volvió al baño para pasarse el peine por el cabello y desenredarse un poco las puntas.

Unos minutos más tarde, todas las personas en la casa, estaban sentadas a la mesa, desayunando. Irene había preparado huevos revueltos con jamón, y café (como era costumbre, con leche para Ariel). Sophía no parecía muy cómoda con la visita de su madre, quizá por la falta de aviso o quizá por el tema de conversación, el futuro de Ariel.

—Mamá, ya te lo dije, no presionamos a Ariel porque entendemos que necesita seguir su propio camino. Tampoco es que sea un requisito indispensable que haya elegido que quiere hacer antes de los diecisiete.

—No, Sophía, Ariel necesita, por lo menos, tener una idea de lo que quiere, para prepararse. Imagina que quiera...

—No tienes que imaginar nada —Interrumpió Sophía —. Ari, hija, ¿has pensado en que quieres hacer cuando te gradúes?

—Sí —Respondió Ariel, su voz reflejaba su nerviosismo.

La pobre adolescente había estado escuchando la conversación entre su madre y su abuela, en completo silencio. Había deseado huir de ahí, de esfumarse, desaparecer o lo que sea, para ella no era para nada cómoda esta situación.

Las adultas la miraron, Diana era la más sorprendida. Irene la miraba con una sonrisa amplía y orgullosa y eso le insufló un poco de valor.

—Quiero estudiar psicología. Ya hablé con la psicóloga de mi escuela para que me guíe un poco al respecto.

Crónicas de una AfroditeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora