34 - Viernes por la noche

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Irene agradeció al público, el cual vitoreaba, silbaba y aplaudía.

—Muchísimas gracias por todo el apoyo que estamos recibiendo, esperamos seguir compartiendo nuestra música por mucho tiempo. Hasta la próxima, y sigan divirtiéndose.

La dueña del Black Spark estaba muy contenta, ya que cada vez el local parecía aunar más visitantes, yendo a escuchar la música de Eternight, la banda de rock en ascenso que prometía mucho.

La primera en bajar el escenario fue Dina, ya que estaba atrás del todo. Guardó sus baquetas en un estuche de color rojo sangre, el cual guardó en su mochila. Nadine y Fabiola guardaban sus respectivos instrumentos (guitarra y bajo), Nadine suspiraba mientras enrollaba un cable, pues ella prefería tocar el teclado y desde hacía un par de semanas, todas las canciones que tocaban no necesitaban de ese instrumento. Irene por fin bajó del escenario, los gritos de las parroquianas se podían oír por encima de la música que habían empezado a sonar para reemplazar el vacío que había dejado la banda en vivo.

Para cuando Irene guardó su guitarra, sus demás compañeras ya habían terminado y estaban esperándola para despedirse adecuadamente.

—¿Te vas para casa, ya? —Le preguntó Fabiola.

Fabiola, era una chica de piel pálida y llena de pecas. Irene la conocía de hace varios años, antes de la fundación de Eternight pero nunca había visto el color real de su cabello. Aquella noche, lo llevaba de color verde, atado en dos coletas. Ella sabía que era castaña, aunque era asidua a teñirse el cabello, sus cejas la delataban, aunque también se lo había comentado en alguna de sus conversaciones.

Fabiola vivía relativamente cerca de la casa de Irene, por eso no era raro que ellas se fueran juntas en taxi y a eso se debía su pregunta.

—Lo siento, hoy me quiero quedar un rato, la jefa dice que se presenta otra banda y quiere que me quede para que le dé mi opinión.

—¿Qué? ¿competencia? —Preguntó Dina, con evidente sorpresa en su voz y en su forma de mirar.

—No lo veo como una competencia —Respondió Irene —. La bajista, creo, es sobrina de la jefa y quiere que la escuche para darle ciertos consejos —eso último, lo dijo encogiéndose de hombros.

—¿Y por qué solo tú? —volvió a preguntar Dina, esta vez con un deje de indignación en su voz.

—Creo que es porque Nadine no iba a quedarse, es más, ya se fue. Fabiola necesita descansar porque en la mañana debe hacer unos encargos y... bueno, tú te pones muy intensa, pero si quieres quedarte, puedes.

—La verdad es que no quiero, estoy muy cansada y quiero dormir —Dijo Dina, luego de pensarlo unos tres segundos.

Las integrantes de la banda se despidieron y se separaron. Irene caminó hacia la barra, a por una botella de ginger ale. Ahí la esperaba Brunella —Brune, para las amigas— con una sonrisa amistosa, e incluso infantil, que no terminaba de combinar con su fornido cuerpo.

Algunas fanáticas se acercaban a Irene y, ésta, trataba de atender a sus pedidos, sean fotos, videos y autógrafos, aunque era un poco difícil firmar con la poca iluminación del lugar. Cuando por fin llegó a la barra, Brunella le puso una botella en frente y con una señal de cabeza, apuntó hacia la izquierda. En el otro lado de la barra, la figura de una mujer vestida de negro y unos anteojos de marco grueso.

—Es la de la otra vez —le dijo Brunella, acercándose a Irene.

La cantante abrió los ojos por sorpresa, pero trató de que nada más revelara su estado. También evitó mirar hacia el lugar donde apuntaba su amiga, pero aprovechó a mirar cuando le dio un trago a su botella de ginger ale.

Crónicas de una AfroditeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora