8: Perdón

104 26 3
                                        

Miro la tumba de Bianca, sintiendo un nudo en mi pecho que no culmina con mi llanto, me he encontrado sin poder llorar en todo este tiempo. Ni siquiera en el funeral, cuando la madre de Bianca se aferró a mí agradeciendome por ser su amiga todos estos años y dándome las cartas que Bianca escribió para Valeria y para mí.

Veo el sobre con mi nombre con una mano mientras con la otra sostengo mi paraguas, sintiendo que estas son las últimas palabras que Bianca me dirá en su vida. Las últimas palabras que tendré de ella, la última conexión que me queda, abro el sobre con cuidado para encontrarme leyendo solo dos palabras.

Aprieto la hoja, sintiendo la ira hervir en todo mi cuerpo, ¿de verdad es todo lo que tiene que decirme? ¡He sido su amiga por más de diez años! ¡¿“Lo siento”?! Ella no lo siente, disfruta hacerme sentir miserable, para ella solo era una presencia en su vida mientras que Valeria era su sol, su luz, su alegría. Me dejo caer sobre mis rodillas frente a la tumba, respirando con dificultad por lo agitada que me siento.

No, Bianca, yo lo siento... Porque jamás le haré llegar tus últimas cartas a Valeria.

—Andrea —me llama Steven, y volteo a verlo, usa un traje negro y trae una rosa blanca consigo que deja sobre la tumba de Bianca.

—Steven —respondo con voz ronca—. ¿Qué haces aquí?

—Imaginé que necesitabas a un amigo —responde con una sonrisa débil mientras me ofrece una mano para levantarme.

—¿Por qué? ¿Por qué siempre estás en el momento exacto en el lugar exacto? —pregunto desesperada apretando la carta de Bianca con una mano mientras sola me pongo de pie.

—Por ti —responde con un susurro y veo como agacha la cabeza—. Eres muy importante para mí.

Observo a Steven por varios segundos, sin entender sus palabras en lo más mínimo. Él siempre fue ese niño que se pegaba a mí porque no tenía amigos, un personaje secundario ocasional en mi vida, alguien sin relevancia, un tonto que solo aparecía cuando la situación parecía requerirlo y también cuando no. Alguien a quien miro y no puedo sentir... Nada.

—Espero que un día encuentres amigos de verdad —le digo a Steven después de una pausa, él me mira perplejo por un par de segundos antes de pasarlo de largo e irme, dejándolo solo en la lluvia.

Camino lejos de él, sintiendo cada vez más ganas de correr. Suelto mi paraguas mientras apresuro mi paso, la lluvia golpea mi cabeza pero eso no me importa, mi rostro está mojado tanto por lágrimas como por gotas de lluvia. No puedo ver absolutamente nada hasta que una luz y un pitido de un auto me llaman la atención.

En un parpadeo, siento un empujón en los brazos, para caer sobre el pavimento, siento mis brazos raspados y veo hacia arriba para ver a mi salvador. Para encontrarme con Steven, cuya cara está roja, tal vez por correr tanto.

—¿Qué haces aquí? —le pregunto irritada y lo empujo, él se quita de encima haciendo una mueca de dolor. Los carros pitan pero ya no estamos en peligro, un par de desconocidos corren a ayudar a Steven a levantarse.

Puedo notar que su pantalón está rasgado y su tobillo torcido, supongo por la conmoción. El conductor del auto que casi acaba conmigo se baja, me repite disculpas mientras me ayuda a levantarme y pregunta si estoy bien, no sin añadir regaños para justificarse.

Los desconocidos ayudan a Steven a sentarse en una banca, una chica lo cubre con el paraguas, él está empapado y su respiración es descontrolada. Su rostro trata de mantenerse serio, pero puedo notar que le duele el tobillo, una vez que camino hacia él, desvía la mirada de la mía.

—Siempre creí que éramos amigos —dice Steven en lo que un hombre llama a una ambulancia a mi lado—. Siempre supe que entre ellas y yo, ellas iban a ser tu prioridad. Son importantes para ti así como tú lo eras para mí, eso hizo que las quisiera de alguna forma.

Me quedo en silencio ante sus palabras, la lluvia sigue cayendo sobre mi cabeza pero eso es lo menos relevante, Steven está sentado debajo de un árbol por lo que ya no se moja tanto y su cabello gotea lo restante de lo sucedido.

—Pensé que... Tal vez, podría ayudarte con tu dolor —me dice y veo como sus mejillas se enrojecen, tal vez por la vergüenza o por el frío que debe de sentir—. Dile a mis padres que me lesione, por favor. No quiero preocuparlos mucho.

—Steven, yo...

—No necesito tu compasión —responde Steven—. Solo necesito ese pequeño favor, ¿de acuerdo?

—Lo siento —susurro negando con la cabeza.

—No, no lo haces —responde.

Steven siempre ha sido tonto, pero nunca fue un estúpido. Quisiera decir que me siento mal, que siento pena a pesar que salvó mi vida pero mentiría. No puedo sentir nada por él, como no he podido sentirlo en los diez años que llevo de conocerlo. Jamás podría.

Escucho la sirena de la ambulancia, a la distancia acercándose. Yo camino hacia donde un hombre parece revisar mi pequeño bolso, que se asusta al verme y lo suelta. Dentro de él, aún queda mi celular, por lo que llamo a sus padres mientras miro a la distancia como los paramédicos lo suben a la ambulancia, como la policía interroga al conductor del auto. Como sigue lloviendo y las lágrimas siguen cayendo de mi rostro, como todo me duele pero ya no puedo sentir nada. No creo que sea capaz de sentir algo otra vez.

Querida Valeria Donde viven las historias. Descúbrelo ahora