- Mira, si premiaran al mayor mentiroso del mundo, tu marido estaría en cabeza, es un mentiroso compulsivo, sólo sabe mentir y no sabe que decirte para que no te alejes de él, piensa que la mentira es la solución.
Al otro lado del teléfono había silencio absoluto, sólo se oía a mi perro ladrar.
- ¿Leire estás ahí?; me preguntó Rocío al no contestarle.
- Perdona, es que no sé qué decir, ¿y en las cartas que yo te escribía no te pude nada de eso?
- Hasta que no llevasteis un par de meses casados no empezaste a escribirme, y no me la mandabas sino la leía él antes, por eso en la primera carta me pusiste que fue un flechazo, él te obligó a escribir eso.
- ¿Y el resto de cartas que te puse cuando conocí a Iam?
- Las mandaste a escondidas, a él le dijiste que ya no me escribirías más cartas.
- Me da rabia que no haya pruebas de eso.
- De todo lo que te diga, el 90% es mentira, no te fíes de él, no es como dice ser.
- ¿Sabes? Cuando empecé a recordar cosas esta mañana, me puse muy contenta porque pensé que las cosas cambiarían, al fin era yo, pero ahora soy yo sin querer serlo, ¿me entiendes?
- Te entiendo.
Se produjo otro silencio.
- ¿Qué vas hacer?
Me preguntó pero no sabía que decisión tomaría, no me atrevía a decirle a Harrison que me había vuelto a mentir sin pruebas, lo mejor era que pasaran los días como si nada a ver qué pasaba.
Colgamos el teléfono y seguí vistiéndome, me maquille un poco y bajé al salón.
- Que guapa estás.
Me dijo Harrison y me dio un beso en la mano derecha. Apagó las luces y salimos hacia la cochera que estaba al lado de la casa donde guardaba en coche. Me abrió la puerta para que subiera y luego se subió él, lo arrancó y se puso en marcha.
Por lo que vi, estábamos a las afueras de la ciudad, eso sí me dijo la verdad en el hospital. Poco a poco nos fuimos adentrando en el corazón de Madrid, hasta llegar a una de las calles y meterse en un parking para dejar el coche en la plaza Ópera.
Cuando aparcó, fuimos hasta unas escaleras para salir de allí; el parking era de pago a pesar de ser público, costaba 1€ la hora. Al salir a la calle, Harrison quiso que nos hiciéramos una foto en la estatua que estaba en el medio, después subimos la calle Arenal, una de las calles famosas que llegaba hasta la Puerta del Sol; en esa calle había muchas tiendas y además se ponían muchos hombres o mujeres disfrazados pidiendo dinero, era digno de ver, ya que eran disfraces impresionantes, hasta algunos parecían estatuas por el maquillaje, se les llamaban estatuas vivientes, algunos parecían que estaban flotando a ras del suelo, me preguntaba cómo harían eso.
Al llegar al final de la calle, llegamos a la Puerta del Sol, en la plaza nos hicimos otra foto con la estatua del Oso y el Madroño.
Harrison miró la hora y quedaba media hora para la cena, así que hicimos tiempo dando un paseo por allí; la noche era clara y estaba despejado de nubes, las luces que iluminaban las farolas hacían una noche preciosa.
A las nueve menos cinco, nos dirigimos al restaurante; en realidad era una taberna madrileña de platos caseros y aire literario ambientado en la novela de Quevedo y el Siglo de Oro.
Entramos y nos acercamos a la recepcionista, tras decirle Harrison su nombre completo, lo buscó en la lista y nos llevó dentro del comedor hasta una mesa que había al final en un rincón, muy discreta e íntima.
- Que disfruten de la velada.
- Gracias.
Le dijo Harrison a la recepcionista y se fue. Al rato se acercó el camarero y nos dio el menú.
- ¿Ya saben que van a beber?; preguntó el camarero.
- Pues nos va a traer un vino joven de Rioja.
Le dijo Harrison sonriendo sin dejar de mirarme.
- ¿Quieres algo más de beber cariño?
- Agua mineral.
Le dije y lo apuntó en la libreta, y después se fue. Miramos el menú y había muchos platos para elegir, había ensaladas de la casa, entrantes y pescado; en las ensaladas había tres para elegir, la ensalada de la casa, cogollos ahumados y salmorejo cordobés, en los entrantes había patatas con salsas, tortilla española, setas a la plancha con jamón, huevos con patatas y jamón, parrillada de verduras, croquetas de jamón y pimiento de padrón, y en los pescados había tortilla de calamares, calamares a la romana, gambas al ajillo, fritura de pescado y gambas a la plancha.
- Cuanta variedad de platos eh; me dijo Harrison.
- Hay tanta variedad que no sé qué decidir; le dije mirando los platos.
- ¿Tú que vas a pedir cariño?; me preguntó Harrison.
- Voy a pedir una ensalada de la casa y de entrantes huevos con patatas y jamón.
- ¿Y de pescado no vas a pedir nada? Todos tienen muy buena pinta.
- Es que creo que me voy a llenar con eso.
Dije y vino el camarero a tomarnos nota y a traernos la bebida.
- ¿Ya saben lo que van a pedir?
- ¿Qué nos recomienda?; preguntó Harrison.
- Pues si me permite aconsejarle, la especialidad de la casa es la parrillada de carne o de marisco, para dos personas, la parrillada de carne lleva tira de ternera, costillar adobado, chorizo criollo, chistorra y pollo con papas, y la de marisco lleva gambones, carabineros, langosta, cigala y gambas.
Le dijo el camarero y Harrison me miró para ver qué pensaba.
- Yo prefiero la parrillada de marisco.
- Bien, pues nos pide una parrillada de marisco y de primer plato, para mi mujer una ensalada de la casa y huevos con patatas y jamón, y para mí pimientos de padrón y fritura de pescado.
- Muy bien señor.
Dijo el camarero y tras apuntarlo se fue. Mientras esperábamos a que viniera el camarero, Harrison no dejaba de mirarme y me cogió de las manos y me las besó, no paraba de decirme lo mucho que me quería. De repente giré la cabeza para mirar la calle y, la sonrisa que tenía en la cara, desapareció, vi a Iam con unos amigos entrando a la taberna, me quería morir, no quería que me viera, si me viera sería el fin, yo no sabía disimular con Harrison mirándome, y más sabiendo lo celoso que era.
Giré la cara rápidamente tapándome la cara y Harrison se dio cuenta.
- ¿De quién te escondes?
- ¿Yo? De nadie...
- Cariño... Dime la verdad, te estás tapando la cara.
- De...
No me atrevía a terminar la frase, así que Harrison giró la cara y lo vio.
- ¿Quieres que nos vayamos al otro sitio?
- No, ¿por qué? Aquí estamos bien.
- ¿Seguro?
- Sí, no te preocupes.
Le dije y cambiamos de tema, pero al rato me sentía un poco acalorada por su presencia y quería mojarme un poco la cara.
- Discúlpame, voy un momento al servicio.
- ¿Estás bien?
- Si, es sólo que tengo ganas de ir, enseguida vengo.
Me levanté de la mesa y busqué el servicio, como no lo veía le pregunté al camarero y me señaló, vaya, tenía que pasar por al lado de Iam y sus amigos, no había otro camino.
Caminé decididamente hasta el servicio, son pararme, pero cundo pase por su lado oí que me llamó, pero no me paré ni un segundo y entre en el servicio de mujeres.
En cuanto entre me dirigí al lavabo y me mojé un poco la cara, con cuidado de que no se me corriera el rímel, empecé a abanicarme con la mano y cuando escuché pasos acercarse al servicio, me metí corriendo en el váter. Me quedé en silencio de pie y escuché pasos en el servicio, aguanté la respiración por unos momentos, tenía que fuera Iam.
- ¿Leire? ¿Eres tú? ¿Estás ahí?
Preguntó Iam, no quería contestarle, no quería hablar con él, si Harrison me pillaba perdería la confianza otra vez y no me dejaría tener toda la libertad que quisiera.
- Sé que estás ahí, ábreme por favor.
¿Que podía hacer? Si entraba alguna mujer al servicio y lo veía podía llamarle la atención. Al final abrí la puerta muy despacio y me vio, de repente alguien entraba al servicio y lo cogí del brazo para meterlo dentro. Escuchamos y eran varias mujeres, mientras esperábamos a que se fueran, nos quedamos mirándonos, hasta que muy despacio fue acercándose a mí y me dio un beso en los labios, introduciéndome la lengua y nos besamos apasionadamente. Al separarnos, vi que le había manchado de pintalabios, así que abrí mi bolso y cogí un pañuelo, cuando se lo limpié, me vino un recuerdo, recordé qué era el pañuelo que había en el joyero manchado de pintalabios; cuando nos besamos por primera vez, pasó lo mismo, le manche y lo limpié, y guarde el pañuelo para tener ese recuerdo marcado para siempre.
Cuando las mujeres se fueron, se lo dije, le dije que recordé de nuevo y se puso contento.
- ¿Qué haces aquí?; le pregunté cambiándole de tema.
- ¿Y tú? Ya veo que de cenita romántica.
- Se empeñó Harrison, quiere que empecemos de nuevo.
- Nunca pasaréis de cero.
- Lo sé, pero, ¿qué otra cosa puedo hacer? Si no me quiere dar el divorcio.
- ¿Se lo has pedido?
- Más o menos, estuvimos hablando de ello ayer cuando Rocío me trajo, pero dice que estaremos juntos hasta que la muerte nos separe, y después de ver una pistola guardada en uno de los cajones del armario, no me atrevo a sacarle el tema.
- ¿Te amenazó?
- Me dijo que la única manera de separarme de él era morir uno de los dos, o sea yo.
- Que cabrón.
- No me lo dijo con esas palabras pero me dio a entender eso.
Se produjo un silencio y le volví a preguntar qué hacía aquí.
- Todos los martes mis amigos y yo venimos aquí a cenar, los martes ponen el menú más barato que otros días, no sé por qué, y además la comida está más buena.
Se produjo otro silencio.
- Tengo que irme, si tardo en ir, vendrá a buscarme, y no quiero que nos pille aquí y juntos, porque sabe que estás aquí con tus amigos.
- Está bien, pero prométeme que nos volveremos a ver.
- No te lo aseguro, sólo me deja salir con escolta, así que hasta que no le demuestre que pueda confiar en mí, no me dejará salir sola, sólo así podremos vernos.
- Vale.
Me dijo y fui a salir, pero antes de abrir la puerta me acercó a él para darme un último beso, esta vez no se lo limpié, pues de salir cuanto antes lo olvidé y él tampoco se dio cuenta.
Al llegar a la mesa, ya estaba puesta la ensalada.
- Has tardado media hora, ¿qué te ha pasado?; me preguntó Harrison.
- Me encontré mal y me dio un retortijón, no sé qué habré comido; le dije lo primero que se me ocurrió.
- ¿Y ya estás bien? Tienes el pintalabios corrido.
Me dijo y me dio un escalofrío.
- Me rocé sin querer con la mano, es que me he pintado con un pintalabios malucho, estoy por tirarlo.
- Si quieres te compro uno bueno, ¿de Mac, Sephora, Kiko...?
- ¿Cómo sabes las marcas que uso?
- Cariño, estamos casados cinco años y te he visto muchas veces maquillarte.
- Es verdad.
Dije sonriendo muy nerviosa, parecía que se lo había creído y empezamos a cenar.
Tras terminar el primer plato, nos trajeron el segundo, con la parrillada de marisco que habíamos pedido, pero ya con los huevos estaba llena y a Harrison no le gustaba que me dejara comida en el plato.
- He pedido la parrillada de marisco por ti, ahora no puedes dejarlo como si nada; me dijo Harrison serio.
- Vale, lo intentaré comer.
- ¿Qué prefieres?
Me preguntó señalando la parrillada, elegí los gambones y las gambas, lo otro no me gustaba. Cuando me lo comí todo estaba demasiado llena, no me cabía el postre, así que para solidarizarse conmigo, él tampoco comió.
Harrison pidió la cuenta al camarero, en total eran 53,50€, no estaba mal a pesar de lo bien que habíamos comido.
Tras pagar nos levantamos y me ayudó a ponerme el abrigo, fue cuando Iam se dio cuenta de que ya nos íbamos y no dejaba de mirarme, pero yo evitaba mirarle a los ojos; al pasar por su lado me rozó la mano y salimos de la taberna.
Hacía una noche un poco fría, me cogió de la mano y fuimos dando un paseo hasta el parking, me abrió la puerta del coche y subí, luego subió él y fuimos hasta casa, en silencio. Ese silencio me dejó algo inquieta, tenía un presentimiento y nada bueno.
Cuando entramos en la cochera, iba a bajarme del coche, pero me dijo que ya me habría él la puerta, cuando la abrió me cogió fuerte del brazo y me sacó tirándome, llegó a hacerme daño, tanto que notaba sus dedos clavándole el brazo.
- ¿Qué haces?; le pregunté quejándome del dolor, pero no me contestó.
Cuando entramos en casa me empujó tirándome al suelo y cerró la puerta de un portazo. Vi en su cara el terror.
- No he querido montar una escenita en la taberna porque quería que aparentáramos ser un matrimonio feliz, ¿has pensado por un momento que soy estúpido? ¿Lo has pensado de verdad? Porque ya te adelanto que de estúpido no tengo ni un pelo, me engañaste una vez y te perdoné, me engañaste la segunda vez y te perdoné, me engañaste la tercera vez y te volví a perdonar, ¡y no han pasado ni 24 horas y me has vuelto a engañar!
- ¿De qué estás hablando?; le pregunté temblorosa.
- ¿Que de qué estoy hablando? ¿Te crees que me he tragado que tenías los labios corridos porque te has rozado con la mano o de que estabas con retortijón? Porque me parece mucha casualidad que justo cuando entraras en el servicio, fuera Iam detrás de ti, y que luego cuando saliera tuviera los labios manchados de pintalabios de color rosa, ¿no era ese color que te pusiste?
Me preguntó con retintín y me puse cada vez más nerviosa, no sabía que contestarle.
- ¿Así que me vas a negar que no te besó?
- No me besó; dije al fin.
- ¡Que no me mientas más!
Gritó y tiró todo lo que había en el recibidor, una foto enmarcada, un jarrón con flores y un reloj de porcelana precioso, todo se hizo añicos.
- Te he dado muchas oportunidades y las has desperdiciado todas y no te voy a pasar ninguna más, a partir de ahora harás lo que yo te diga, cuando te lo diga y donde te lo diga, y sólo saldrás si es conmigo, sólo dependerás exclusivamente de mí.
- No estarás hablando en serio, no puedes hacerme esto; dije a punto de llorar.
- ¿Que no? Eres mi mujer y puedo hacer contigo lo que me dé la gana.
- No soy tu esclava.
- Ven aquí.
Me cogió del brazo, me levantó y me arrastró escaleras arriba hasta la habitación, me tiró en la cama y comenzó a desnudarme brutalmente, yo intentaba librarme de él, pero cada vez que lo hacía me pegaba un puñetazo en la cara, hasta hacerme sangrar por la nariz. Cuando estaba semi desnuda, de cintura para abajo, se quitó los pantalones y me forzó, me violó fuertemente y, al no estar dilatada, me hizo daño, bastante daño, que las pocas lágrimas que me iban a salir, se convirtieron en un mar de lágrimas, comencé a llorar y a gritar, pero no conseguía pronunciar palabra, ya que me tapó la boca.
Cuando terminó hasta el final, sin separase de mí, se separó y entró en el baño, no para rematar, ya que se había corrido dentro de mí, sino para ducharse. Lloré en silencio y me llevé las manos a la vulva, y vi que mis dedos estaban manchados de sangre, me asusté y comencé a llorar en silencio, de repente salió Harrison del baño y me vio los dedos manchados, se asustó o fingió asustarse y llamó a urgencias, les dijo que estaba sangrando por abajo y le dijeron que me llevara al hospital, así que con mucha delicadeza, me puso las braguitas, los pantalones, y me cogió en brazos, como si fuera frágil, aunque en realidad lo estaba, después de la paliza que me había dado, no podía mover ni un músculo de mi cuerpo. Me metió en el coche con cuidado y me llevó rumbo hacia el hospital más cercano, Ramón y Cajal.
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La inocencia de tus ojos
Romance¿Qué pasaría si un día te despiertas y no sabes quién eres? ¿Qué pasaría si no sabes dónde te encuentras? ¿Qué pasaría si no tienes ningún recuerdo tuyo? Nuestra protagonista de esta historia pasará por eso y se enfrentará a su nueva vida, en la que...