11. Perdono, pero nunca olvido

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Tras decirle esas palabras a mi madre, se me quedó mirando como que no entendía lo que le decía, quería que le explicara pero no tenía ganas, lo único que tenía ganas era que terminara ese día.
- Vamos a tu habitación y hablamos tranquilamente; me dijo mi madre.
- Creo que no me apetece, prefiero estar con Rocío.
- Lo siento hija, pero tu hermana todavía no ha llegado, sois los primeros.
- ¿Quien más va a venir?
- Pues tus abuelas, tus tíos y tus primos.
- No me acuerdo de ellos.
- A propósito, ¿qué tal tus recuerdos?
- Vaya, han pasado cinco minutos hasta que me has preguntado qué tal estoy, estás hecha una madraza.
- Hija, ¿qué te pasa? Si te he hecho algo que te molestase...
- No empieces por ahí, vamos a empezar bien el día, ¿cuantos años cumples?
- 61; me dijo y pasé dentro para saludar a mi padre.
Mi padre me preguntó qué tal estaba en cuanto me vio, eso sí que era un padre, preocupándose por su hija. Mientras mi padre me hablaba, veía de reojo a mi madre que me miraba con tristeza, pero me daba igual, después de que me vinieran los recuerdos, tenía mucho rencor acumulado.
Al fin llegó Rocío, me alivió y enseguida nos fuimos a la habitación para hablar de nuestras cosas, como hacíamos de pequeñas, eso lo recordé en cuanto entramos en nuestra habitación, había dos camas y en el medio una mesita, estaban tal y como las dejamos cuando marchamos de casa. Yo dormía junto a la ventana y Rocío junto a la pared, ¡qué recuerdos!
- ¿Te acuerdas? Tú te sentabas en tu cama y yo en la mía, y nos contábamos nuestros cotilleos; me dijo Rocío.
- Lo recuerdo.
- Cuánto me alegro, aunque ya veo que tu sonrisa es forzada, ¿estás bien?
- No, no estoy nada bien; dije y sin querer empecé a llorar desconsoladamente, tanto lloré que mi madre me oyó y entró en la habitación sin llamar antes.
- ¿Leire qué te pasa?; preguntó mi madre acercándose a mí para abrazarme, pero como si me hubiera dado un calambre, aparté sus brazos de mí y me levanté.
- Yo sé que le pasa, pero prefiero que sea ella quien te lo diga; le dijo Rocío.
- Es mi cumpleaños, no puedes estar triste, saldrás mal en más fotos; dijo mi madre y Rocío y yo nos quedamos mirando sorprendidas.
- Estoy destrozada, ¿y a ti lo único que te importa son las puñeteras fotos? No cambias, sigues pensando en ti misma como siempre, primero eres tú, después tú y después tú también; le dije secándome las lágrimas.
- ¿Pero qué dice?; le preguntó mi madre a Rocío.
- Ha recuperado parte de la memoria; le dijo Rocío y se me quedó mirando.
- No me mires así, lo recuerdo todo, todo, desde que iba al colegio hasta mi matrimonio con Harrison, sé que me obligaste.
- Pensé que me habías perdonado.
- Y así era, yo perdonó pero nunca olvido, y ahora no sé si perdonarte otra vez.
- Hija no me digas eso por favor; dijo mi madre a punto de desplomarse.
- ¡No me llames hija! Una madre no hace lo que tú has hecho, para mí, ya no eres mi madre.
Al decirle eso salí de la habitación dando un portazo. Harrison y mi padre, que estaban en el salón hablando, escucharon las voces y Harrison se me acercó a mí.
- ¿Qué pasa?; me preguntó.
- No creo que te importe.
- Eres mi mujer, me importa, cuéntame.
No sabía si serviría de algo contarle lo que pasó, así que lo único que le dije fue que había discutido con mi madre por su egoísmo y por no importarle lo más mínimo lo que me pasaste. Al rato salió mi madre, pero le giré la cara y me fui a la terraza. Harrison vino detrás mía como un perrito faldero y se sentó a mi lado en una de las sillas.
La hora de comer llegó enseguida en cuanto vinieron los demás miembros de mi familia, mi padre me los presentó de nuevo y, la que era mi prima, Celia, en un descuido en el que Harrison no estaba conmigo, me dijo algo al oído que me extrañó.
- ¿Aún sigues con él? Déjalo de una vez y sé feliz.
- ¿Por qué dices eso?; le pregunté.
- Porque no te veo feliz, bueno al principio sí pero luego cuando las cosas se torcieron no te vi como antes.
- ¿Yo te he contado algo sobre...?
- No hace falta, desde que te vi morreándote con un chico supe que no eras feliz, sino no le pondrías los cuernos, ¿no?
- ¿Qué chico?; pregunté con curiosidad.
- Uno moreno, guapo, no me acuerdo como me dijiste que se llamaba... Sé que empezaba por "i".
- ¿Iam?
- Eso es, Iam, ¿aún sigues viéndote con él?
- No...
- No te deja Harrison, eh; me dijo y la miré extrañada.
¿Pero hasta donde sabía sobre Harrison e Iam? Me tenía desconcertada, justo cuando iba a preguntarle se me acercó mi tía para preguntarme qué tal me iba desde que salí del hospital. Cuando pasó Rocío por delante de nosotras, que iba al servicio, fui tras ella para meterme con ella, el baño era otro sitio en el que nos encerrábamos para contarnos nuestros cotilleos. En cuanto entramos le dije lo de Celia.
- Aún no te han venido todos los recuerdos, pero si quieres te lo adelanto.
- Pues sería de gran ayuda.
- En cuanto te vio besándote con Iam, no ha parado de preguntarte sobre él, es una cotilla y una metijona, y le encanta meterse en temas ajenos.
- ¿Le conté todo?
- Que va, sólo le contaste que las cosas con Harrison no iban bien y te enamoraste de Iam, no entraste en detalles, lo que pasa es que a ella le gusta hablar más de la cuenta, tiene la lengua muy larga.
Tras decirme eso le pregunté cosas sobre ella, me dijo que estaba separada con un hijo de tres años, supongo que es el niño que llevaba en el carro, se llamaba Ismael. Celia estaba con un inglés como pareja de hecho y al año rompieron, de eso hace ya un año y medio.
Cuando salimos del baño nos fuimos a la terraza, que era bastante grande, y comimos allí todos juntos. La verdad es que no me sentía cómoda cuando mi madre me miraba y estaba dolida porque madre sólo hay una, tenía la necesidad de volver a hablar con ella y ser capaz de perdonarnos mutuamente.
Después de comer, mientras mi madre metía las cosas en el lavavajillas, me acerqué a ella y le dije de hablar en privado, y fuimos a su dormitorio.
- Eres la única madre que tengo y estoy dispuesta a perdonarte; le dije al fin.
- ¿En serio? Gracias hija, perdóname tú también, eres lo que más quiero en este mundo, además de Rocío, sois mis tesoros.
- Pero quiero algo a cambio; le dije sabiendo que lo que le iba a pedir era difícil.
- Lo que quieras.
- Ayúdame a divorciare de Harrison.
- ¿Qué?
- Lo que has oído, soy infeliz a su lado.
- Pensé que erais felices.
- Eso es desde fuera, desde dentro no lo conoces.
- ¿Te ha hecho algo?
- Te agradezco que me lo preguntes porque es justo lo que te iba a contar.
- Dime.
- Me ha pegado.
- Anda ya; me dijo sonriente y me quedé sorprendida.
- ¿Por qué te iba a mentir? Es la verdad.
- Pero si Harrison es un buenazo.
- Es lo que quiere aparentar, no es una buena persona.
- Que exagerada, seguro que habéis tenido problemillas.
- ¿Mamá me estas escuchando? Te estoy abriendo mi corazón, te estoy contando la verdad, incluso estoy dispuesta a perdonarte por segunda vez, ¿y no quieres creerme? Esto es increíble.
- Tú lo que quieres es volver con el chico ese, pobre Harrison, soportar que le pusieras los cuernos y aun así te ha perdonado.
- ¿Pobre Harrison? ¿Y yo qué? Mira, veo que esto ha sido una pérdida de tiempo, se acabó, no vuelvas a hablarme.
Cuando le dije eso salí de la habitación y le pedí a Harrison que me llevara a casa, pero lo único que salió de su boca fue:
- Si quieres irte a casa ve tu sola, estoy en el cumpleaños de tu madre, es de mala educación irse en mitad de la fiesta.
- ¿Vas a dejar que me vaya sola?
- No quiero que te vayas sola, pero si quieres irte ahora vete.
No me lo podía creer, me dejaba ir a mi suerte, así que cogí mi bolso y mi abrigo y me fui, anduve hasta la Puerta del Sol, quería perderme por Madrid, de repente a lo lejos, vi a Iam, venía andando a mi dirección, hasta acercarse a mí.
- Hola princesa, ¿vas a alguna parte?

La inocencia de tus ojosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora