Diciembre

174 13 12
                                    

4 de diciembre de 2003.

Se ha enterado de que salí con Jess hace unos días. No se lo conté porque solo nos íbamos a hacer un café, pero no me cree. Cree que quiero conocer a otra gente, a otros hombres, que él no es suficiente para mí. Me ha cogido por los hombros... Al escribirlo recuerdo cómo me cogía por los hombros en la oficina a principios de año, cómo me estremecía al sentir su tacto cuando me tocaba. Pero ahora todo es tan diferente... ¿Cómo hemos llegado a esto en tan poco tiempo?

Me ha cogido por los hombros gritando, enajenado, diciendo que era suya. Mi reacción ha sido soltarme y darle un bofetón. No lo he pensado, mi cuerpo se ha defendido. Y me ha salido caro. Eso fue hace tres días pero te lo cuento hoy porque hasta esta mañana casi no podía mover la muñeca.

6 de diciembre de 2003.

Tengo un ramo de flores en la cocina. Hay de diferentes tipos pero no sé ubicarlas. Lo único que puedo ver en ellas son los colores, tan poco acordes con lo que desprende la estancia. Tan poco acordes con mi vida, ahora mismo. El ramo es tan bonito que parece un pegote en la cocina. "Para ti, mi amor". Su amor. Aceptar el ramo con una sonrisa y ponerlo en agua me ha dolido tanto como cualquiera de los golpes que haya podido recibir. He sentido cómo me rendía dentro de mí. Y no soy capaz de marchar. Tengo miedo. De él, pero también de mí. De él por lo que es capaz de hacer, de mí por lo que no soy capaz de hacer.

11 de diciembre de 2003.

Desde que me trajo el ramo, no me ha puesto la mano encima. Tampoco ha bebido demasiado, aunque no ha dejado de hacerlo. Aun así no puedo relajarme, no puedo dejar de tener miedo ni de encogerme cuando hace algún movimiento inesperado. Queda poco para Navidad y mis padres vendrán a casa a cenar. Creo que ahora mismo estoy bien gracias a ellos.

26 de diciembre de 2003.

Solo ha pasado un día después de Navidad y Marcos ya se ha puesto como una cuba. Nada más salir mis padres por la puerta, se sirvió un whisky. Y ahora él está borracho en la cama y yo estoy semidesnuda y con un morado en la barbilla. Estoy abandonando. No sé cómo lo hago, pero sigo buscando unas fuerzas que no encuentro.

28 de diciembre de 2003.

Mi madre me llamó ayer para preguntarme si estaba bien. A ella no hay quien la engañe e incluso sonrío al pensar eso. La verdad, no esperaba que nadie me preguntase eso, pero lo necesitaba. Necesitaba que alguien que no fuera yo empezase la conversación. Necesitaba no ser yo la que empezara para poder sentirme menos culpable después, para poder sentir que me lo habían sonsacado.

Le cuento a mi madre lo que me pasa y ella me escucha y llora al otro lado de la línea. Siempre he visto en las noticias casos de mujeres que no sabían llevar las riendas de su vida. Eso pensaba yo, que no denunciaban porque no eran suficientemente valientes para afrontarlo. Pensaba que salir de casa como cualquier otro día y dirigirse a la comisaría más cercana no sería tan difícil. Que contarle las cosas a tu mejor amiga o a tu familia no debería ser más difícil que otras veces porque son las personas que más te apoyan en el mundo. No quiero ser una de ellas.

Ahora las cosas son tan diferentes... No puedo salir de casa sin miedo, no hablemos de salir para ir a la comisaría. No puedo vestirme sin pensar en si él considerará que voy bien, sin cambiarme dos veces de ropa cada mañana para no parecer una buscona. Tampoco quiero arreglarme y gustarle por si me exige más. Es tan duro escuchar llorar a una madre por tus propios errores... Una vez más, ojalá me pudieras responder. Y una vez más, el silencio me ahoga.

29 de diciembre de 2003.

Hace semanas que no soy consciente de los días que pasan, de las horas que corren en mi contra ni de los minutos que malgasto lamentándome.

Me levanto, me visto, preparo el desayuno, despido a Marcos, aseo la casa, preparo la comida, recibo a Marcos, recojo la mesa. Así una y otra vez. Prefiero ser una esclava sin tiempo para pensar que una mártir que se ahoga en sus lágrimas. Hace tiempo que no soy consciente de que los días pasan y de que no me viene la regla. He recapitulado mil y una veces. Hace dos meses que no me viene. Tendría que haberme venido hace cinco días, pero no me viene. Y tengo miedo, más del que he tenido en los últimos meses.

Ojalá me pudieras responder, ojalá me pudieras aconsejar. Esta mañana he aprovechado su ausencia para ir a la farmacia. He tardado porque me he ido a una alejada, donde no me conocieran. Esto no puede saberlo nadie, y mucho menos él. Ha dado positivo y desde que vi las dos rayitas no he dejado de llorar. A Marcos no le gusta que llore. Dice que le hace sentir culpable cuando él solo me ha cuidado desde que me conoció. ¿Cómo ha podido cambiar tanto mi vida en un año? Las lágrimas me han costado un bofetón. Ahora no está y la soledad y el desamparo me están haciendo pensar más que nunca.

¿Qué se supone que debo hacer? ¿Aguantar otro año así? Si el primero ha ido de esta manera... No quiero imaginar una vida con él. "Hasta que la muerte no separe", juramos... Maldito el día en que posó sus ojos en mí. No quiero seguir.

31 de diciembre de 2003.

Y no seguiré, esto no es vida, es como vivir en una cárcel. Llevo desde los catorce años escribiendo diarios. En ellos me desahogaba, contaba mis días en clase, mis amores secretos y las riñas con mis amigas. Mis padres siempre han sabido que los escribía, así que podrán encontrar este también. Esconderé este entre mi ropa interior. Marcos no lo encontrará porque para cuando llegue a casa probablemente estará tan borracho que se tumbará en la cama directamente y no reparará en mí.

Andando por la calle, he oído a un chico decir "año nuevo, vida nueva". Qué paradoja, ¿no crees?

No puedo tener un bebé, no así ni aquí. No puedo criar a un niño con este hombre a mi lado. No puedo vivir pensando en dejarlo y que él nos persiga hasta encontrarnos. No puedo perderlo porque si se enterase... Tiemblo de pensarlo. Lo que voy a hacer puede parecerte cobarde, pero yo creo que es lo más valiente que he hecho nunca. Escaparé, y allá donde vaya no podrá encontrarme.

Los somníferos están todos derramados en la cama. Tengo una botella de agua. No me da miedo contártelo, porque ahora soy libre. Solo tengo que quedarme dormida, en paz.

Le he puesto nombre a la cosita que llevo dentro. Si fuera chico, se llamaría José, como mi abuelo. Si fuese chica, se llamaría Clara, como mi madre. Ojalá pudieras decirme cuál te gusta más.

Mamá, en el último día de mi vida, estoy pensando en ti.

El último día de mi vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora