Carne seca

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Leandro sabia que las tormentas de verano solían ser inesperadas y, tras un día soleado de calores extremos como aquel, podían desatarse con una fuerza increíble que le arruinaba las vacaciones a más de uno.
Aun así no pudo evitar sorprenderse por la velocidad con que el cielo antes radiante se había nublado hasta oscurecerse. Como si a un hermoso cuadro le cayera de repente un tarro de pintura grisácea. Cuando las gotas comenzaron a caer, deseó que fuera pasajero.
Tras menos de diez minutos entendió que aquella tormenta estaba lejos de detenerse, por el contrario, apenas había comenzando.
El viento soplaba y las gotas caían como frías agujas mientras Leandro corría a toda velocidad por la arena. La playa a su alrededor parecía el escenario de una catástrofe, con todos los bañistas recogiendo apresuradamente sus pertenecías y yéndose lo más rápido que podían hasta sus vehículos. Como si de repente se hubiera declarado el estado de emergencia.
La intranquilidad que provocaba una tormenta así se sentía en el aire, más pesado, casi eléctrico, y en las caras preocupadas de las personas que hasta ese momento disfrutaban del lugar y que ahora parecían más bien retraerse a sus instintos más básicos, buscando alejarse a toda costa del espectáculo de luces y sonidos que el cielo desataba.
Aquello no le gusto nada. Personas demasiado nerviosas eran el detonante de accidentes que podían haberse evitado por lo que se aseguró de apartarse con atención y cuidado, imponiéndose a si mismo un cierto orden en la huida.
Una sombrilla pasó volando por la arena siendo arrastrada por el viento creciente. Detrás de esta Leandro pudo ver a una señora que corría sosteniéndose con una mano el sombrero de ala ancha que se agitaba intentando escapar a la libertad anárquica que brindaba la tempestad.
De repente la señora se detuvo al darse cuenta de que no lograría atraparla o quizás pensando que ya no valía la pena y se alejó siguiendo el mismo camino que todos los demás, hacia el estacionamiento o el hotel de las cercanías.
Por fin Leandro logró llegar a la protección que le ofrecía el techo de un gran edificio construido con un estilo antiguo, similar a una choza, que ahora oficiaba de parador para los turistas y que en ese momento estaba abarrotado por todas las personas que como él buscaban algún refugio donde esperar a que pasara la repentina tempestad.
El joven se hallaba empapado en una mezcla de sudor y agua de lluvia que rápidamente comenzó a enfriarse en su torso desnudo y le hizo castañear los dientes mientras se abrazaba a sí mismo intentando calentarse. Se había dejado la camisa en la arena por lo que solo contaba con sus pantalones cortos y el calzado.
Respiraba agitado y sentía los músculos tirantes.
Haber nadado tanto fue un error, se dijo, pero ya no podía hacer nada sobre eso por lo que descartó su pensamiento y se centró en analizar las opciones que le quedaban.
Destellos de luz cruzaban el cielo en forma de relámpagos y los sonidos eran una mezcla desagradable de viento potente con el roncar de los truenos. El agua caía formando pequeños huequitos en la arena, que se arremolinaba por todas partes y donde podían verse pertenencias, tanto objetos como ropa, volando por la ahora desolada playa.
Quedarse allí no era una opción, pensó Leandro. 
—Que locura —dijo una voz suave a su lado y Leandro se giró para encontrarse con un rostro joven que miraba hacia el agua donde pequeñas olas chocaban unas con otras.
—Inesperado —respondió Leandro para no ser descortés, si bien sus ganas de hablar eran pocas.
—Pareciera que cada vez se pone peor —se lamentó el joven con la mirada perdida en el cielo tormentoso. También estaba desnudo de la cintura para arriba y mostraba una postura tensa, inclinado demasiado hacia adelante. Se le notaba preocupado y nervioso, pero Leandro, decidido a no continuar esa charla, se evitó preguntarle el motivo. Quizás simplemente no le gustaban las tormentas.
—Las tormentas me alteran bastante —comentó como si le hubiera leído el pensamiento. —En casa siempre volvía locos a los animales. Y a mi hermano igual —. Sonrió, pero no pudo disimular el tono melancólico y cierta pena en su mirada.   
Leandro que no tenia interés por la historia de vida de aquel hombre respondió con un simple "ajá" y se alejó lentamente, preocupado por sus propios asuntos.
—Estas acampando ¿no? —.Leandro se detuvo ante la extraña pregunta del muchacho.
Este sonreía con apenas una mueca. El cabello húmedo, largo y rubio, se le pegaba a la cara. También había estado corriendo debajo de la tormenta.
—¿Como sabes? —preguntó, volviéndose extrañado.
—Somos cazadores. Estamos en la zona y creo que te vi armando una carpa hace dos días. Samuel, mucho gusto —respondió el muchacho estirando una mano que Leandro tomo con reticencias mientras decía su nombre. A pesar de su apariencia pequeña y el cuerpo delgado, el apretón fue firme y seguro.
—Tenia entendido que esta era zona de camping, no de caza —dijo Leandro, intentando que su tono sonara normal. La tormenta rugía sobre sus cabeza y hacía difícil la comunicación.
—Estamos de paseo. Solo mirando y recorriendo.
—¿Son muchos?
—Mi hermano, yo y mi compañero, él está por ahí —dijo Samuel y señaló a un hombre que se encontraba a varios metros de allí sentado en uno de los extremos del parador. Aparentaba ser bastante mayor y estaba vestido con un chaleco de cuero y pantalones para lluvia azulados. No parecía está mojado y por la calma con que fumaba y miraba distraídamente hacia los vehículos que se alejaban, tampoco daba la impresión de que la tormenta le molestara en lo más mínimo.
—Dos días —le dijo Leandro de repente. Se había percatado de que el muchacho le había dicho el número exacto de días que él llevaba acampando. No uno, ni tres, sino dos. ¿Porque no decirle simplemente unos días o hace un par de días atrás?
—¿Que cosa? —preguntó el joven, levantando su voz suave por encima de la tormenta.
—Nada. —Leandro le restó importancia, llamándose paranoico. —¿Ustedes acampan cerca? —preguntó, pensando que quizás tuvieran algún vehículo o forma de llegar evitando la tormenta. —Algo así. Por ahora nos vamos a quedar acá. El camino hasta la zona de camping se vuelve intransitable con lluvias cómo estás, hay peligro de deslizamiento de tierra y lodazales muy difíciles de ver, no te recomiendo que vayas si no se detiene. Nosotros andamos en camioneta, te podemos llevar hasta ahí —Y tras esas palabras lo miró fijamente, inclinándose aun mas.
—No gracias. Espero a unos amigos que me pasan a buscar —mintió Leandro siguiendo una especie de corazonada, no le gustaban las armas de fuego, ni la de los policías ni la de los militares, mucho menos la de cazadores que se dedicaban a matar animales indefensos.
Samuel bajó la vista e hizo un gesto con los labios, como decepcionado.
—Ah bien. ¿Ya abandonan el camping? Porque fuimos a buscar lugar pero nos dijeron que estaba lleno —preguntó entonces.
Un rayo cayó a la lejanía y Samuel se estremeció y se mordió los labios cuando el sonido desapareció.
—Si, con esta tormenta no vale la pena quedarse. Seguramente hoy me marche. —Volvió a mentir Leandro, que no quería continuar la charla con aquel nervioso hombre. O eso se dijo, pero en verdad, no le gustaba que intentaran averiguar tantos datos sobre él.  
—Nosotros compramos pelo —anunció el cazador de repente— Tenes un buen pelo por cierto ¿Te interesa el negocio? Pagamos bien—. Leandro tardó en responder, sorprendido por la pregunta.
—No. Por ahora prefiero que se quede donde está. —Rechazó con toda la amabilidad de que fue capaz la oferta. —¿Cazan y además venden pelo? Estos tipos si que son raros, se dijo.
—Que lastima. Si cambias de opinión... estamos por ahí. —. A Leandro no le importo preguntar donde seria "ahí" por lo que murmuro un "Claro" y luego se alejó.
Como fuese, no parecía que quisiera hablar más porque tras una mirada hacia atrás comprobó que el joven ya no se encontraba en aquel lugar, ni tampoco su hermano.
Concluida la breve charla con el molesto cazador, Leandro se percató entonces de una joven que llamó su atención de inmediato. La había visto antes, al refugiarse de la lluvia y el viento, pero ahora que la miraba con más atención se dio cuenta de que la conocía.
Mejor dicho, recordó haberla visto, rondando por el parador y principalmente recorriendo el camino que serpenteaba entre el bosque y conectaba el campamento con la playa.
No pudo evitar pensar en que era bastante atractiva, sin llegar a ser algo del otro mundo, sus facciones jóvenes se veían animadas y las mejillas un poco abultadas junto con los labios gruesos le daban una apariencia juguetona. Además, si era del campamento, quizá tuviera forma de regresar.
Leandro se acercó a ella, haciéndose espacio por entre la gente que ocupaba el parador, pensando la mejor forma de hablarle. Cuando estuvo cerca pudo ver de forma clara que el semblante de la joven se transformaba, por un segundo y muy rápidamente. Frunció el ceño, arrugando la frente y estirando levemente el cuello hacia delante, con los ojos semicerrados como si quisiera ver algo que se hallaba demasiado lejos.
De repente los ojos se le abrieron salvajemente, de par en par, y la joven retrocedió un poco. Leandro más que pensarlo, lo sintió.
Creía que se llamaba empatía o algo por el estilo. Esa capacidad humana de poder interpretar y sentir las emociones de las otras personas. Quizás fuese por eso que también él se detuvo y desvío la mirada intentando seguir la de la joven, pues de aquella inicial sorpresa o desconcierto que había leído en su rostro, ahora veía más bien un nerviosismo y hasta cierto desagrado.
Tenia el gesto de quien ve algo que no quiere ver.
Se encontró entonces observando fijamente hacia el bosque.
La primera fila de árboles compuesta por sauces, talas y algunos pinos, separados los unos de los otros por espacios repletos de verde y algunos troncos caídos, se hallaba agitada con el viento creciente moviendo sus copas y creando una especie de silbido o rugido constante.
Hasta ese momento Leandro no se había percatado que incluso por sobre el tremendo ruido de los truenos se imponía el de los salvajes árboles. Naturaleza sobre naturaleza. 
El joven caminó hasta situarse en el lugar en que antes había estado la muchacha y pudo ver que esta se retiraba, corriendo por debajo de la lluvia hasta un auto azul que había aparecido.
Insultó para sus adentro por haber perdido la oportunidad.
Tendría que quedarse allí, mojado y siendo empujado y pisado por la multitud que lo rodeaba quizá esperando sus vehículos.
Un relámpago iluminó el cielo y Leandro sintió una punzada de malestar.
Se fijó que pocas veces había mirado hacia un bosque en plena tormenta y en verdad jamás espero que incluso la potencia del relámpago fuese insuficiente para iluminarlo completamente. Por el contrario, las sombras provocadas por los árboles y las nubes oscuras parecieron bailar bajo el destello momentáneo, como si retrocedieran ante la aparición de alguna fuente de luz para regresar de inmediato con su fuga.
Los troncos daban la sensación de brillar por segundos mientras sus copas se sacudían y el espacio entre los árboles, que en otro momento perfectamente pudo haber sido usado como un camino, se cubría de una profunda y pesada oscuridad.
Leandro sintió que de repente no quería regresar, o al menos no caminando.
A pesar de estar frío y húmedo, el parador transmitía una cierta seguridad que se rompía en ese bosque, donde el muchacho pensó que no sería buena idea meterse.
Tendría que haber traído su celular, se reprocho mientras observaba.
Quizás sus deseos de escritor o su habito de lector lo hicieron concentrarse en los arboles.
Pensó que la mística de aquel bosque en pleno temporal era muy diferente a la que le transmitía el resto del tiempo. Donde antes se veía tranquilidad y calma, ahora había rugientes sonidos como aullidos provenientes de sus profundidades y Leandro tuvo que recordarse que no habían bestias salvajes en aquellas zonas aptas para acampar. Aunque, los cazadores... dijo que solo observaban la zona, ¿pero porque? ¿que buscarían si allí no había animales? ¿comprar el pelo de los campistas?
Agitó la cabeza. De nuevo la paranoia que siempre lo caracterizaba.
Sin darse cuenta, su cara denotaba la misma atención que minutos antes la joven había tenido, parada en ese mismo lugar y cuando un segundo relámpago iluminó el cielo sus gestos sufrieron una transformación parecida, con la diferencia de que en ellos se reflejaron el más claro terror y entonces si, su paranoia, se apodero de él.
En vez de retroceder se halló dando dos pasos hacia adelante, intentando ver con más claridad. Ni siquiera se le ocurrió pensar que la lluvia cubriría su campo de visión al salir de la protección que ofrecía aquel techo, haciéndole imposible mirar hacia la lejanía. Retrocedió de inmediato pasándose la mano por la cara y los ojos sin desviar la borrosa vista del lugar en el que creyó haber visto... <<Nada. Nada.>> se dijo, <<Imposible>> pensó de inmediato.
Su mente jugándole una pasada, mostrándole las sombras y los troncos antiguos agujereados que parecían semejar un cuerpo enormes y en movimiento. Sus huecos cual pequeñas lunas negras como si fuesen un rostro. Seguro que había alguien en él bosque, pensó intentando darle forma lógica a lo que creyó eran las líneas de una silueta que se movía entre los árboles, allí a la lejanía. ¿Pero quien? Parecía un hombre, pero a la vez tenía un cierto toque en su andar, que hacía pensar en otra cosa. Entonces otro relámpago iluminó las primeras filas de árboles transformándose en un potente rayo que impactó contra uno de ellos, directo en su tronco. Chispas y pedazos de madera salieron volando con el potente choque y Leandro gritó, al igual que quienes se encontraban en el parador, junto con el rayo que al caer disfrazó el sonido de sus exclamaciones.
Sin embargo, el joven se había sorprendido por otro motivo.
Por un segundo, antes de que la oscuridad volviera a tragarse el bosque, juró haber visto una figura imposible, sacada de pesadillas absurdas. Más alta que un hombre y completamente cubierta de pelo negro azabache, tenía la cara de un perro, <<No>>, se dijo, no de un perro, sino más bien de un lobo, con el hocico alargado y las orejas puntiagudas. Se encontraba allí, y entonces se había desvanecido.
El joven examinó el bosque con atención pero no logró ver nada más. El árbol impactado por el rayo se tambaleo pero no llego a caer.
Mientras los minutos pasaban, se percató de que cada sombra en movimiento y cada destello luminoso le causaban sensaciones desagradables por lo que dejó de observar aquel bosque, convenciéndose de que dado el estado alterado de todos allí, y sus propios nervios combinados con lo tétrico de la zona, simplemente se había imaginado ver cosas donde no las había. Leandro soltó la respiración que hasta ese momento estaba conteniendo, puesto que en verdad era imposible que hubiera en aquel lugar un lobo.

Relatos desde las sombras ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora